Epílogo.

64 3 4
                                    

— ¡Mamá! —salgo corriendo de mi habitación y bajo las escaleras. — ¿Qué haces ahí sentada?

Me mira sonriendo y baja el teléfono de su oído.

— Ya estaba por ir a cambiarme.

— ¿Llamaste a Elián? —pregunto cruzándome de brazos y dejando el bolso en el piso.

— Lo llamaré en un momento. —se pone de pie y camina a las escaleras.

— ¿En un momento? —mi tono es tranquilo, ella asiente. — Claro, es que podemos decirle al bebé… ¡Que espere un momento!

Empezó a reír y subir las escaleras sin mirarme.

— ¡Quédate tranquila, Ángeles!

— ¡Claro, mamá! —grito entrando a la cocina. — ¡El bebé puede esperar tres semanas más!

— ¡Llámalo a Elián!

Resoplo y busco mi celular en el gran bolso lleno de ropa, peluches, pañales y esas cosas.

Un tono. Dos tonos.

— Contesta. —susurro moviéndome de un lado al otro.

¡Hey, hermana!

— Si, mira, ahórrate esas cosas. —digo caminando a la puerta. — ¡Mamá! ¡¿Llamaste a papá?!

¿Pasó algo? Ahora no puedo, estoy estudiando para…

— Cierra la boca. —lo interrumpo y escucho la risa de Ned. — ¿Está mi hermoso novio ahí?

— ¡Todavía no! —grita desde arriba mi mamá. — ¡Ya lo llamo, relájate!

— ¡¿Con quién diablos hablabas hace un rato?! —le grito ya saliendo hasta el auto.

Ángeles, ¿Qué pasa? —pregunta Elián con tono divertido desde el otro lado del teléfono.

— Nada importante, ¿Sabes?

¿Entonces por qué tanto alboroto?

— Simplemente porque, ¡El bebé va a nacer! —cierro la puerta del auto y ahora miro la puerta de la casa esperando a mamá. ¿Por qué tarda tanto?

¡Oh Dios mío! —grita Elián.

¿Qué pasa? —dice Ned ahora.

Oh Dios mío. —vuelve a decir Elián.

¿Qué te pasa, imbécil? —pregunta Ned con más desesperación. — ¿Por qué metes ropa en una bolsa?

¡Alcánzame la maldita valija!

Wow, para tu carro. ¿Qué pasa?

Corto el teléfono y me acerco al volante del auto para tocar la bocina.

Mamá sale de la casa con un zapato en la mano y un peine en la otra.

— ¿No puedes esperar un momento? —cierra la puerta del auto y se agacha para ponerse el zapato y dejar el peine en la parte de atrás.

— ¿Te tomaste el tiempo de bañarte? —digo mirándola confundida. Ella busca algo con la mirada. — ¿Qué pasa ahora? Arranca.

— Olvidé mi bolso.

— ¡Mamá, por todos los cielos! —salgo corriendo del auto y abro la puerta apurada. Subo a su habitación. Es un completo desastre. Empiezo a revolver cosas y tirarlas por los aires. — Ahí estas. —agarro el bolso y salgo corriendo.  Esto puede sonar extraño, pero mientras bajo las escaleras olvido los escalones y olvidar un escalón siempre es un problema. Caigo de cara al piso golpeando mi nariz contra la pata de una mesita de vidrio. — ¡Dios! —grito arrastrándome a la puerta. Logré ponerme de pie. — No hay tiempo para morir.

Alma de ángel. (EN EDICIÓN)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora