Amanda

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El corazón me late a mil por hora. Las manos me sudan y mis pies no se están quietos. Quizás no estoy preparada para algo así, pero ya no hay vuelta atrás.

       Espero en una sala oscura, de paredes negras, algo desastrada. Estoy sola, rodeada de cajas de cartón tiradas en el suelo y polvo por todas partes. En una esquina, hay un televisor antiguo que no funciona, y arriba en el techo, dos altavoces minúsculos por los que no se oye nada.

       Estoy de pie, frente a una puerta negra cerrada. No tengo muy claro cuando tengo que entrar por ella, ni a donde me llevará, pero imagino que recibiré alguna señal cuando tenga que hacerlo.

       Por momentos me arrepiento de estar ahí. ¿Quién me manda a mi meterme en una locura como esta? Desde luego que mis padres no, porque no tengo, y tampoco tengo amigos de verdad que me den consejos. Quizás por eso esté aquí. Si he tomado esta decisión es porque no tengo mucho que perder, y la decisión ya está tomada. Eso es. Ahora solo tengo que tranquilizarme.

       Una pequeña puerta metálica se abre a mis espaldas y un chico joven se asoma mostrándome su mejor sonrisa. Lleva unos auriculares con micrófono incluido, y las manos llenas de papeles.

       –¿Prevenida? –me pregunta.

       No recuerdo su nombre, y eso que anteriormente se me ha presentado unas cuatro veces. Sé que es uno de los muchos trabajadores que hay en producción y, la verdad es que, éste en concreto, es un chico bastante agradable.

       Asiento con la cabeza con poca seguridad. No sé si parezco convincente.

       –Tranquila, Amanda. Ya verás que todo saldrá bien.

       Claro. Eso se lo dirá también al resto de concursantes. Pero es imposible que a todos nos vaya bien. De hecho, solo a uno nos irá bien, y dudo que esa sea yo.

       El chico cierra la puerta con cuidado y vuelve a dejarme sola. Hace frío.

       Suena la sintonía del programa por los diminutos altavoces que tengo arriba, pero apenas se oye con claridad. O están muy bajos de volumen, o la calidad de ellos es pésima. En este caso, creo que ambas opciones son correctas. Hago el esfuerzo por escuchar la retransmisión en directo, el presentador ya ha empezado a hablar.

       Los aplausos del público se oyen cada vez más fuertes. Ya no hay vuelta atrás.

       Me santiguo, a pesar de no ser yo muy creyente, y con las dos manos juntas suplico que todo salga bien.

       Siento que me tiembla el cuerpo entero con esto de la cuenta atrás. Falta muy poco para que forme parte de este proyecto. Mis piernas no aguantarán por mucho tiempo el peso de mi delicado cuerpo si sigo así. Quiero vomitar. Lo necesito.

       No me lo pienso dos veces, y me arrodillo en una esquina. Me aparto el pelo de la cara con una mano, pero, por mucho que tosa, nada sale por mi boca. Hago otro intento, sin éxito de nuevo.

       Me incorporo lo antes posible y me seco las lágrimas. Estiro mi vestido rojo para abajo, y con ambas manos intento dejar mi pelo castaño lo más perfecto posible. Respiro hondo, y exhalo con calma. Todo va a salir bien. Repito el procedimiento unas tres veces, hasta que los aplausos del público hacen que me ponga alerta de nuevo.

       –Se llama Amanda Ruiz, y viene de la capital; Madrid –la voz del presentador es de lo más irritable y artificial que he oído en mucho tiempo. Me puedo hacer una idea de su estirada apariencia.

La Casa del LoboDonde viven las historias. Descúbrelo ahora