Selena

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–¿Qué vienes a contarnos hoy? –la voz del alfa suena distorsionada, como siempre. Él es la persona encargada de comunicarse con nosotros por el altavoz de esta diminuta sala cuadrada.

       La Cueva, así se llama, está siempre a nuestra disposición, y podemos venir siempre que queramos hablar de nuestras cosas. La decoración es escasa, siguiendo la línea del resto de la casa; paredes lisas y de un color perla que resulta cuanto menos futurista. La diferencia es que aquí no hay plantas, no hay cuadros, ni tampoco espejos... Tan solo un sillón blanco, en el que estoy sentada, ubicado enfrente de un pequeño objetivo negro proveniente de esa cámara que siempre nos graba.

       Creo que soy la única concursante que visita la Cueva cada día, no me escondo. Incluso lo hago repetidas veces si lo veo necesario. Pero, como buena reportera que aspiro a ser, me gusta informar de lo que está ocurriendo en esta casa que, para cuatro días que llevamos de concurso, no es moco de pavo, como diría mi padre.

       –Buenos días, alfa –digo con tono amable–. Traigo alguna que otra novedad –le guiño un ojo.

       El alfa se ríe y yo me acomodo. Ya estoy familiarizada con él y con este entorno que tan extraño me resultaba al principio. Cruzo las piernas y aparto mi mechón detrás de la oreja. Él sabe a lo que vengo aquí cada mañana; a chismear, ni más ni menos.

       –Cuéntanos entonces, Selena.

       Mentiría si dijera que desahogarme aquí no es mi momento favorito del día. La convivencia está bien, el conocer más a fondo a mis compañeros también, pero nada como estas mariposas que siento en mi estomago cuando vengo aquí y me desahogo con el alfa.

       –En primer lugar, quería hablarte de Dora –miro al frente, justo a la cámara que está grabando las veinticuatro horas del día­. Sé que esto no lo van a retransmitir pues no es interesante para la audiencia–. Todavía sigue enjaulada, aunque claro... eso no es ninguna novedad para ti que lo sabes todo –obviamente el alfa está al tanto de todo lo que ocurre en la casa, como parte del equipo que es. Pero se me parte el corazón cada vez que veo a Dora, tan indefensa, encerrada entre esos cuatro barrotes sin poder salir­ de ahí desde el día que entró–. ¿No habría posibilidad de liberarla ya? Me entristece ver cómo se está perdiendo esta experiencia y me parece excesivo la cantidad de días que lleva ahí –trago saliva–. Déjame decir que, no es justo. Kingo entró mucho más agresivo a la casa, dejando inconsciente a Romeo de una paliza, y no se le ha castigado de la misma manera que a ella.

       No sé si debería mostrar mi opinión tan a la ligera, pero no puedo con las injusticias. Y no es por justificarlo, pero, la actitud de Dora fue consecuencia del mal trato que tuvo el presentador hacia ella nada más entrar, burlándose delante de toda España. Y como castigo por revelarse en defensa propia; cuatro días enjaulada. Kingo en cambio, libre, anda a sus anchas por la casa como si nada.

       –Hablaré con dirección sobre este tema.

       –Gracias, alfa.

       Agradezco que tenga en cuenta mi petición, pero sé que de nada servirá. Llevo tres días exigiendo que hagan algo al respecto y no me hacen ni puñetero caso, pero esto funciona así; somos peones a los que no se nos tiene en cuenta.

       Todavía recuerdo cuando Dora despertó al día siguiente de nuestra entrada a la casa, justo cuando se le pasó el efecto del somnífero que le dispararon la noche anterior. Algunos todavía dormían en sus camas. Yo en cambio, ya desayunaba con Matilde; nos estábamos poniendo al día de nuestras vidas y conociéndonos un poco más a fondo. De repente, oímos un estallido proveniente del salón. Fuimos corriendo alarmadas porque pensamos que algo malo había ocurrido. Y no nos habíamos equivocado. Dora estaba en el suelo, despierta, y con lágrimas en los ojos. Ahí supimos en seguida que ella había intentado salir de esa jaula que le rodeaba, y descubrió, a base de descargas eléctricas, que esos barrotes podían ser letales si te acercabas a ellos. No podía ni siquiera intentar huir de ahí dentro.

La Casa del LoboDonde viven las historias. Descúbrelo ahora