Carles

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Siempre se me dio demasiado bien jugar al Lobo (o al Pueblo Duerme, lo mismo es). Digamos que tengo un don para hacerme pasar por ciudadano y, al final, acabo convenciendo a todos mis amigos de que soy inocente cuando no lo soy. Ellos mismos fueron los que me convencieron para que me presentase a este reality.

       –Carles, solo tú puedes ganar este nuevo concurso –insistía mi amigo Bernardo.

       Confieso que de primeras descarté esta descabellada idea de participar en un programa donde uno de los jugadores tiene que ir matando semanalmente mientras el resto descansan. Una cosa es el juego de cartas, en casa con los amigos, acompañado de alguna que otra copa para echarnos unas risas. Otra, totalmente diferente, es la vida real.

       En las noticias ya solo hablan de esto, y la gente que pasea por la calle también lo hace. El hashtag consigue ser trending topic día tras día en las redes sociales. A unos les gusta la idea, cosa que me parece cuanto menos macabra. En cambio, a la gran mayoría, les parece una barbaridad que se haga semejante atrocidad en este país. Pero ya sea para bien o para mal, la gente habla de ello, y eso es lo que verdaderamente le interesa a la productora. Al fin y al cabo, los concursantes firmamos el consentimiento y aceptamos estar de acuerdo con las normas. Y sí, yo soy uno de ellos.

       Jamás tuve entre mis propósitos matar a nadie, eso está claro. Pero cuando me enteré del premio, todo cambió. Todo tipo de riquezas para el resto de mi vida... Ahí fue cuando me planteé muchas cosas.

       Mi ex novia ya me lo decía: <<Estás obsesionado con el dinero>>. Y no lo voy a negar. Quiero vivir tranquilo, sin preocupaciones, ese es mi único objetivo en la vida. Y comprar un piso en el centro de Madrid es inviable, a no ser que me toque la Lotería o, en este caso, gane La casa del Lobo.

       Prometo que nunca mataría a gente inocente por dinero, pero esto es un juego, y matar es una de sus normas por la que te premian si lo haces bien, sin ningún tipo de castigo como la cárcel.

       Tampoco tengo nada que perder si muero en el intento. Sé que suena como típico mensaje de chico intensito, pero cada uno siente las cosas de una manera diferente. Llevo dos años con una depresión incurable por desamor. La psicóloga ya está cansada de mi jeto y de ver que no avanzo en cada sesión. Y la relación con mis padres es casi nula. No he encontrado trabajo desde que acabé mis estudios inútiles y, a mis veintidós años, solo paso los días encerrado en mi habitación siendo un mantenido.

       El sonido de una puerta detrás de mí hace que vuelva los pies a la tierra. Me encuentro en una sala circular de paredes desgastadas. Hace mucho frío. No sé si tiemblo por los nervios o por la baja temperatura que hace en la sala.

       –Venga, vete preparando.

       Una chica morena, poco agraciada y algo antipática, asoma su cabeza por una puerta que cierra sin esperar respuesta por mi parte. Esto está apunto de comenzar.

       Estoy seguro que este nuevo formato va a triunfar. Al menos mis amigos estarán enganchados desde el minuto uno que me vean entrar. Esperan mucho de mí, y no les voy a fallar.

       No tengo ni idea de cómo será la entrada a la casa. La sala en la que estoy no tiene ninguna puerta más que por la que he entrado, y dudo que esa sea la entrada principal a la casa.

       Suena una melodía, posiblemente la sintonía del programa, y un hombre habla con tono altivo por encima. Apenas oigo lo que dice, la calidad es muy mala. Pero pronto distingo mi voz. Soy yo el que ahora está hablando. <<Soy Carles Castellà, tengo veintidós años y soy de Girona. Me presento a La Casa del Lobo porque...>>, acto seguido me tapo los oídos. ¿Esa es mi voz? ¡Qué mal hablo, joder! Me pongo nervioso.

La Casa del LoboDonde viven las historias. Descúbrelo ahora