Capítulo 1.

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Danzaban, burlonas, ante sus ojos. Ella lo sabía, por más de que no pudiera verlas. No sabía por qué, pero las odiaba. Quería alejarlas, pero cuando extendió un brazo y tocó la oscuridad, se encontró acariciando el vacío.

~ * ~

Lo primero que sintió fue el calor de la luz del sol matutino, seguido por el olor distintivo del inicio del verano. Esa siempre había sido la señal de que por fin había llegado su cumpleaños. Al abrir los ojos, notó su enmarañado cabello sobre la cara. El listón que lo sujetaba había caído al suelo. Se sentó en la cama, recogió el listón, se hizo un rodete y se levantó para abrir la ventana por completo. Su hogar... Tal vez nunca se cansaría de la vista privilegiada al pueblo, entre árboles verde brillante. Algunas casas de madera y guijarro eran tan pequeñas que apenas sobresalían por entre las copas de los árboles. Respiró hondo el aire húmedo y, con una sonrisa, se dispuso a volver a buscar su ropa.

Pero algo le llamó la atención. Una criatura sentada en una rama de un árbol no muy lejos de su ventana. Pequeña, pero no demasiado. Podría cargarla cómodamente en sus brazos. Blanca como una nube, y parecía que su pelaje era largo y sedoso. Lo que más le llamó la atención fueron sus ojos. Grandes y brillantes, del color del cielo. Tal vez no exactamente como el cielo, pero le daban una sensación de vacío que la invitaba a acercarse. Habría querido acariciarlo si no hubiera estado en el segundo piso, y estirarse significaría caer al jardín.

La bella criatura abrió la boca, escondida bajo sus ojos entre el pelaje, y Valeria, intrigada, estaba dispuesta a escuchar qué clase de sonido podría hacer una criatura como esa. Pero cualquiera que fuera, fue sofocado por el grito de una voz ya conocida.

—¡Valeria!—Irian, su mejor amigo, aguardaba en la puerta de la casa con una sonrisa. Ella lo saludó por un momento, y al volver a ver a la criatura, esta ya no estaba. Confundida, trató de buscarlo con la mirada entre los árboles cercanos, o en el suelo, pero no podía encontrarlo...—¿Qué buscas?—Preguntó su amigo, extrañado.

—Nada...—Dijo, un poco resignada.—¡Dame un momento, entra!—Le gritó, volviéndose a su habitación para vestirse al fin. Escuchó la puerta abrirse y cerrarse, y a su madre recibiendo al muchacho. Ya vestida, se colocó los zapatos de cuero, y salió de la habitación, no sin antes volver a revisar la ventana por un momento, pero no había nada allí.

—¡Feliz cumpleaños!—Canturreó su amigo cuando la vio bajar por las escaleras. Ambos se sonrieron, y su madre se acercó a ella con una sonrisa incluso más grande.

—Feliz cumpleaños, hija...—La abrazó cálidamente por unos segundos. La estrujó un poco fuerte para su gusto, pero era una ocasión especial.—Mi niña cumple quince años hoy, ¿Qué se siente ser tan vieja?

—¡Oye!—Se quejó.—¡Vieja estarás tu!—Su madre se rió ligeramente.

—Puede ser.—Admitió.—¿Qué van a hacer hasta la noche?—Preguntó particularmente a Irian.

—Sé de unas cuantas personas en el pueblo que quieren desearte feliz cumpleaños personalmente.—Valeria asintió y miró a su madre.

—¿Dónde será la fiesta?

—Estamos preparando un lugar especial cerca de la playa.—Se cruzó de brazos sin dejar su sonrisa.

—Oh, ¿Podremos nadar en el agua?—Preguntó con ilusión, pensando que por fin podría acercarse lo suficiente al mar como para apreciarlo de verdad. Su madre entonces respiró hondo y se cruzó de brazos. No solía pasar que se enojara. Era, normalmente, la persona más amable y accesible que existía en aquella isla. Pero cada vez que se enojaba, Valeria tenía una horrible sensación de presión en el pecho, algo que nunca le había dicho a nadie y que no sabía qué era.

El Despertar de la Sombra I. SueñoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora