Capítulo 21.

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Algo de salir durante la noche la aterraba. Tal vez era porque, la última vez que había salido por la noche cuando no debía, había descubierto la horrible verdad sobre su madre. Pero ella no tenía poder sobre ella en ese lugar. Se encontraba muy lejos, haciendo quién sabe qué.

Se abrigó lo más que pudo, y se asomó por la ventana para ver si había alguien fuera. No había un alma. Respiró hondo, notándose temblorosa. Se hizo la bufanda más hacia sí, cubriéndose hasta por encima de la barbilla. Se sentía suave, y tenía un perfume hermoso, que no podía reconocer. Tragó saliva, y posó la mano sobre el picaporte. Algo la obligó a detenerse. Un mal presentimiento, tal vez...

Si algo llegara a pasarme, pensó, Arlen y Bacu merecerían saberlo... Por más de que no pensara que de verdad podría salir herida, no conocía a Lumia. Encontrarse de una forma tan poco formal le dio miedo. Un miedo que no reconoció, pero que sintió que siempre había estado ahí, en el fondo de su cabeza. Pero ahora debía enfrentarlo.

Tomó un pergamino del montón que descansaba en una mesita junto a la mesa, y un carboncillo. Garabateó una nota, y se volteó para ver dónde podía dejarla. No a simple vista. Si alguien más llegaba a entrar al lugar antes que ellos, sería peligroso. Entonces se le ocurrió; Dio un par de zancadas para tomar el bolso de Arlen, sacó el pesado diario de Laverna, y dejó la nota sobre la primera página. La leyó una última vez antes de guardar el libro.

"Si no vuelvo, me he ido con Lumia. Espero volver antes de que encuentren esta nota. Estamos en el bosque."

Rápidamente, dejó todo en su lugar. Se mordió un labio cuando estuvo de vuelta ante la puerta, posó una mano en el picaporte, y rogó porque nadie lograse verla.  Tragó saliva nuevamente. Abrió ligeramente, y salió por el pequeño espacio para no llamar demasiado la atención. La cerró con sumo cuidado, como si fuera a despertar a alguien. El labio empezaba a dolerle de tanto morderlo. Se puso la capucha negra, y se metió en el espacio entre las casas, para tratar de que nadie la viera.

Era algo laberintico, en realidad. Pero, por suerte, la luz la guiaba. La enorme luna parecía sonreírle de lado en lo alto, y ella la seguía como una pequeña niña sigue una mariposa. Curiosa, pero ignorante de lo que podía haber más adelante. Los nervios le quitaban el aire, y respirar parecía una lucha. Escuchó un sonido repentino, y se detuvo en seco antes de cruzar hacia la parte trasera de otra casa. Entre las sombras, la chica deseó hacerse pequeña, fundirse con ellas. Un hombre con una armadura blanca y dorada llevaba un farol, y en su cinturón, una espada. Valeria reconoció la espada. Sintió un escalofrío por el solo hecho de pensar qué podía hacer esa gente con sus espadas.

Se cubrió la boca con la mano, tratando de ser lo más silenciosa posible. Posó una mano en el frío guijarro de la casa, rogando porque el hombre se alejara por fin. Durante lo que pareció una eternidad, el caballero se quedó allí, de pie, analizando sus alrededores. De repente, bajó el farol y siguió su camino. Valeria volvió a respirar el aire helado de la noche. Siguió su camino, hasta que llegó al límite del terreno, donde los adoquines que marcaban las calles se convertían en tierra y árboles. Se mojó los labios, que se sentían congelados. Se metió entre los árboles, aterrada. Avanzó en paralelo al sendero, buscando con la mirada a Lumia. No lograba encontrarla con la vista, y estaba demasiado aterrada de salir y que alguien la encontrase. Se quedó allí, agazapada entre los arbustos, concentrándose en la tenue luz de los faroles en el camino para no sentirse perdida. Cuando, de repente, sintió movimiento detrás de ella. Paralizada, no supo qué hacer. Quería llorar, gritar, maldecir... Pero una mano le cubrió la boca antes de que pudiera hacer nada. El pánico se adueñó de Valeria, quien empezó a moverse frenéticamente para safarse del agarre firme.

-Detente.-Ordenó secamente la voz de Lumia. La joven, sin aliento y las lágrimas aflorando de sus ojos, empezó a ceder.-Si no guardas silencio, te juro por dios que te delataré.-Musitó con una voz que casi no parecía suya, salvo por el timbre inconfundible. Era amenazante. Entonces Valeria se dio cuenta; ¿Delatarla por qué? Se detuvo, y se volteó con la mano de Lumia aún cubriéndole la boca. La expresión de la guía era increíblemente monótona. Daba miedo. Retiró la mano lentamente, y la observó sin decir palabra.

El Despertar de la Sombra I. SueñoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora