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Siente que su cabeza duele al abrir los ojos. La sirena de cada mañana aún no suena a su alrededor, pero gruñe contra la almohada solo de imaginarla. Raoul extraña dormir hasta tarde, extraña pasar tiempo en su cama, haciendo absolutamente nada. Con cada día que pasa, sus ojos se acostumbran más a abrirse de manera automática cada mañana.

—Joder —se queja al bajar de su litera, porque no tiene caso volver a intentar dormir, en minutos comenzará un día más—. Hola...

Agoney está con los ojos ya abiertos clavados en su litera, pero no responde al saludo de Raoul, solo gira su rostro y le dedica una mirada seria. El rubio solo baja sus ojos al suelo y camina hacia el aseo en silencio.

El moreno tiene en su cabeza el poema que escribió la noche anterior y lo que su compañero hizo horas atrás por él al encargarse de su camiseta manchada de sangre. No sabe cómo gestionar todo aquello, no sabe cómo tratarle, porque ha pasado gran parte de la noche pensando. Raoul le ha ayudado, en el momento de la requisa no dudó, actuó, esta vez él le ha salvado. Y para Agoney, recibir ayuda de alguien diferente a Néstor, Ricky o Juan Antonio, es extrañamente confuso, le descoloca.

—¿Tienes mi camiseta? —pregunta minutos después.

—No, te dije que la llevaría a la lavandería. —Termina de asearse mientras Agoney se viste—. No tiene ninguna mancha, quedó muy bien.

—Vale. —Cuando Raoul le deja vía libre, es él quien se asea.

Raoul frunce un poco el ceño, pero decide continuar con su rutina. Se deshace de su camiseta y de su pantalón, y se viste para luego ordenar su litera. Agoney hace lo mismo que él con un par de minutos de diferencia, pero con más lentitud de lo normal.

—Deja, ya lo hago yo —dice Raoul al ver que su tarea se le dificulta con una mano.

—Puedo hacerlo solo.

—Lo sé, pero es mejor que no muevas la mano. —Le tiende la suya para que le entregue la manta y el moreno lo hace—. Intenta dejarla quieta, aunque sea un día.

Agoney le observa ordenar su litera, estirando las sábanas y colocando la manta encima. Tiene una vista perfecta de su culo y como cada día, se deja guiar hacia su zona de confort.

—¿Y si quiero hacerme una paja? —Raoul detiene por unos segundos sus movimientos—. ¿Me la harás tú?

—No.

—¿Y si tú quieres hacerte una paja?

—Agoney... —El rubio se incorpora, gira para mirar al moreno, pero se sorprende cuando le encuentra demasiado cerca de su cuerpo—. Solo dale un poco de descanso, o no mejorarás nunca.

El canario sonríe internamente, porque en esos momentos, con esas cortas frases, se siente cuidado por Raoul. Se mueve a un lado para dejarle pasar hasta los estantes, donde el rubio ordena un poco la ropa, pero no puede quedarse callado.

—Rubito —le llama y Raoul se gira para mirarle—. ¿Puedes hacer algo más por mí?

—¿Qué quieres? —Frunce el ceño con duda antes de acceder a cualquier petición.

—Si hoy, o mañana, estás tan cachondo que necesitas hacerte una paja, déjame verte —dice mientras se acerca a él con pasos lentos—. Sería como disfrutar de un espectáculo.

—Eres un salido. —Gira su rostro para no mirarle porque ha quedado acorralado entre los estantes y su cuerpo.

Agoney ríe, ese sonido natural llega a los oídos de Raoul y en su cabeza se instala una sola pregunta. ¿Cómo sonará una de sus carcajadas? No le da tiempo a imaginarla, porque la mano del canario en su mentón le pone más nervioso. Los ojos oscuros se clavan en su rostro cuando le obliga a mirarle, mientras el tacto de sus dedos acarician su piel.

Detrás de ti - RagoneyDonde viven las historias. Descúbrelo ahora