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Los primeros días fueron más fáciles de llevar y fueron absolutamente solitarios. Cruzar un par de palabras con algunos internos no puede considerarse socialización, y quizás en un primer momento lo agradeció, pero cada día es más insoportable.

– ¡Joder! ¿Quieres callarte de una puta vez?

Raoul lleva varios minutos sollozando, aunque sorbe sus mocos y hunde su rostro en la almohada, Agoney le escucha perfectamente.

– Perdón... – susurra intentando calmar su llanto.

– ¡No me sirve tu perdón, me lo paso por el culo! – golpea su colchón enfurecido – ¡Quiero que te callas y me dejes dormir!

Una semana, siete días llevan compartiendo la celda y como era de esperar, Raoul ha explotado. Ninguna de las noches anteriores lloró o expresó de alguna manera la angustia que le recorre el cuerpo cada minuto, hasta ahora.

Unos minutos de relativo silencio les invade, parece que Raoul al fin ha dejado de ser una fuente y el moreno consigue cerrar los ojos hasta que un nuevo sollozo le interrumpe.

– ¿Me estás vacilando? – pregunta incrédulo.

Se levanta de su litera y aunque Raoul está dándole la espalda, toma su camiseta y le gira de forma brusca, dejando sus rostros a centímetros.

– Si no te callas, tendré que golpearte hasta dejarte inconsciente – le amenaza apretando más su agarre aunque Raoul no abre los ojos – Llevas más de una maldita hora llorando, ya no te aguanto, así que es mejor que pares.

La poca luz que entra por la pequeña ventana que hay en un rincón de su celda le permite ver el brillo de los ojos miel que se abren frente a él. Todo el cuerpo de Raoul está temblando, siente el corazón en la garganta porque no tiene dudas de que Agoney le golpearía sin ningún tipo de remordimiento.

Un par de lágrimas más se deslizan por el rostro del rubio y cuando Agoney nota una de ellas humedeciendo su propia piel, le suelta. Ve cómo se encoge sobre su colchón, haciéndose una bolita, pequeño e indefenso, frágil, como alguna vez él mismo se sintió.

– Cállate... – repite esquivando sus ojos – Intenta pensar en otra cosa, piensa en tu noviecita, hazte una paja, lo que quieras, pero cállate.

El rubio asiente, intenta controlar su respiración y se concentra para dejar de llorar. No tiene claro si realmente ha pasado una hora, pero es posible, porque siente sus ojos tan hinchados que duelen.

Volviendo a recostarse, Agoney suspira de forma pesada, no lo soporta, pero lo entiende porque todos tienen ese momento de quiebre ahí dentro. Cada uno decide cuándo romperse por completo, tal vez así duele menos si alguien más te hace pedazos.

Un par de pasos, el sonido de algunas puertas abriéndose y cerrándose, golpes, incluso gritos. Raoul se está acostumbrando poco a poco al frío, a la oscuridad, a la ausencia absoluta de algo cálido y a la soledad.

Será así por muchos meses, lo tiene claro, pero aún está muerto de miedo, aterrado. Ha visto que algunos internos parecen cómodos, cada rincón de ese lugar está completamente integrado a sus vidas y Raoul sabe que mientras más rápido siga esos pasos, todo será menos angustiante. Pero todavía le es imposible sentirse parte de aquel lugar, parte de ese mundo.

Pasan más minutos y el rubio sigue con sus ojos abiertos e hinchados, la respiración de Agoney se escucha de fondo así que está seguro que ha conseguido dormirse.

Los pasos que escucha en el pasillo se hacen un poco más fuertes, se detienen de repente y el sonido de la puerta de la celda abriéndose llama su atención.

Detrás de ti - RagoneyDonde viven las historias. Descúbrelo ahora