9- Los aposentos del rey

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El amanecer llegó tan pronto para esas almas cansadas, abrumados entre los misterios de Ilea, no todos, solo algunos, unos pocos que habían pasado más de 24 horas despierto averiguando cada pequeño detalle, y que un sueño de pocas horas no los iba a restablecer tan simplemente. Las calles, desordenadas y estrechas poco a poco iban cobrando vida, las voces de los primeros mercaderes se escuchaban a lo lejos y las caretas pasaban cada con mayor frecuencia en las calles.

Balder se había levantado tan pronto como la luz del sol había tocado la ventana, por desgracia su única compañía del momento eran los ronquidos del capitán que dormía en el sillón de enfrente del lord. El lord en verdad lo odiaba, después de la escena de ayer no pudo albergar otros sentimientos más que esos hacía Dante, aunque ya con poder sentir algo era un progreso para Balder, pero aun así no eran los sentimientos que él buscaba o esperaba tener después de tan inesperado suceso, hasta sus hombres mejor entrenados no pudieron ocultar la sorpresa. Desde joven el lord había perdido esperanza de encontrarla, a ella, a su compañera, su amor verdadero. Y tener este tipo de resultados por el encuentro no era nada reconfortante, por estas mismas razones los señores salían en búsqueda de los dueños de las rocas cada 100 años. Porque dejar a que los habitantes de su reino lo hicieran atraían puros desastres, guerra y matanza. Era bien sabido que cada vez que alguien de su especie encontraba a su compañero o compañera perdía la cabeza y hacia cualquier cosa para estar con esa persona, y además, obtener su amor. Balder estaba sufriendo justo esos efectos contados, su magia apenas podía contenerse en sus venas antes de lanzarse a la yugular del capitán. Lo único que lo calmaba era que sabía que Dante había sacado las dos piedras preciosas y que pronto él no iba a ser un estorbo. Mañana al amanecer zarpaban y todo ese desastre iba a ser terminado, por lo pronto, y nuevos otros iban a comenzar, pero menos dolorosos que este, o al menos es lo que el lord esperaba.

La escalera de madera rechino un tanto y Balder vió como Nadira bajaba las escaleras con un vestido púrpura que acentuaba su bellas curvas, y hacía que su cabello lacio azabache brillara de una forma irreal. Le hizo un pequeño saludo con la cabeza acompañado de una sonrisa antes de irse a la cocina, de donde en unos instantes, un delicioso aroma conquistó toda la casa. El lord cansado de escuchar a Dante roncar, se fue a la cocina a observar como la hermosa mujer se movía con soltura preparando lo que sea que oliera tan bien.

- Bueno ya que esta aqui podria ayudar- lo comentó con pequeña sonrisa Nadira.

- Temo si lo hago pondría tu cocina en riesgo, todas las veces anteriores mis hombres traían comida para nosotros, ya que bien soy un desastre en la cocina.-

Lo cual era totalmente cierto, ya que la única vez que intentó preparar algo, por poco le sacaba el ojo a su criada favorita Emma, aparte de que quemó toda la cocina y el hermoso jardín de hierbas aromáticas, igualmente de Emma. Desde ese día tenía prohibido entrar a la cocina de su palacio y a decir verdad pocas ganas le quedaron de intentarlo de nuevo.

No se podía esperar menos de una persona que toda su vida había sido educado para gobernar, proteger y por supuesto que entrenado para la guerra. No tenía tiempo para cosas tan banales como la cocina... Y ese fue el resultado cuando quiso intentarlo como pasatiempo: un fracaso total. Había estudiado en Trigon y por mucha preparación y conocimiento que se había llevado de ahí, era totalmente inútil para las tareas básicas del hogar, lo bueno es que estaba acompañado con su magia y un un trío de demonios pequeños muy útiles para este tipo de casos además de sus hombres.

-Al menos en tu reino no es una blasfemia de que los hombres cocinen.

-¿Lo es aquí?

-Oh si, ya hubieras visto la cara que hubiera puesto Dante si te viera aquí.

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