Primer beso...

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Leonardo Aldana brindaba su discurso de agradecimiento al partido político que lo había anunciado como candidato presidencial. Su sonrisa era atrayente para varias mujeres que deseaban acompañarle durante toda la noche, aunque por dentro estaba conteniendo la furia que explotaría al ver al imbécil de su hijo, quien no había acudido como él se lo había ordenado.

Levantó la copa de champaña para realizar el respectivo brindis, de soslayo observó a su joven esposa Samantha y su hijo Gael quienes gozaban de la atención que estaban recibiendo, apretó con furia la copa deseando que fuera el cuello de su hijo mayor. ¡Por qué diablos su difunta esposa había hecho un testamento antes de morir!, si no fuera por eso, tendría a su hijo sujeto como a los demás. Descendió del escenario para unirse con los asistentes y afiliados, teniendo en claro que de una u otra manera haría que su hijo se arrepintiera de haberlo dejado en ridículo.

—La tarde está muy fría, te puedes enfermar si seguimos aquí —susurró Daniel a su oído, mientras la seguía rodeando sin querer soltarla. Mariam seguía sin responder recostada en su pecho sintiendo el calor que irradiaba de su cuerpo—. ¡Por favor dime que puedo hacer algo por ti!, necesito hacer algo por ti —susurró de nuevo, sintiéndose impotente a las lagrimas que la joven había derramado.

—Solo... solo déjame estar otro momento así... —respondió con vulnerabilidad, sin abrir los ojos al sentirse resguardada por él. Mariam era consciente que la soledad que la embargaba la hacía aferrarse a un chico que prácticamente no conocía, pero poco le importaba si tenía consecuencias, a fin de cuenta ya nada podía empeorar.

Daniel se percató de la debilidad de su voz, entonces la estrechó con más impulso hacia su pecho, queriendo demostrarle que estaría allí todo el tiempo que quisiera. Por su mente cruzó la reunión de su padre, comprendía que su molestia sería tan grande que quizá las cosas se saldrían de control, algo que no pintaba bien para él, aun así, no podía alejarse de la frágil chica que tenía entre los brazos.

Los minutos pasaron lentamente hasta que ella se apartó con calma, sus ojos rojos parecían tan cansados que le hicieron querer abrazarla de nuevo, antes de que ocurriera, la chica se dispuso a limpiar la humedad con sus manos, intentando evitar su mirada.

—Te llevaré a casa, así podrás descansar —indicó, ella asintió y él tomó su mano con suavidad llevándola hasta el auto gris que estaba estacionado a unos metros.

En la calidez dentro del auto, ambos evitaron hablar manteniéndose en silencio durante todo el recorrido, un silencio que les era agradable por no sentir presión de preguntar o de contar la historia. El tráfico les ralentizaba la marcha, lo que hizo que se tardaran un poco más de tiempo para llegar a la casa de ladrillos rojos. Cuando estacionaron, Mariam lo observó directamente agradecida y con una sonrisa intentó salir del auto, percatándose de como este la retenía con una mano.

—No te preguntaré nada, solo quiero estar allí para lo que necesites, puedes llamarme a cualquier hora y estaré rápidamente aquí —expuso con sinceridad sin soltar su mano.

—No tengo tu número —contestó la chica.

—Te enviaré un mensaje, solo... no dudes en escribirme o llamarme si lo necesitas.

Ambos se miraron sin pestañar deseando estar juntos por más tiempo, Mariam no sabía cómo hacer para agradecerle por el tiempo que había pasado junto a ella, entonces decidida le dio un beso en la mejilla, algo que a él le sorprendió de inmediato, por un momento ambos sonrieron y contemplaron sus manos, que ahora estaban entrelazadas.

—¿Puedes besarme? —preguntó Mariam con un leve rubor en sus mejillas.

Daniel se sintió complacido con la pregunta, había estado deseando besarla durante todo el día, se desabrochó el cinturón de seguridad, con calma y cuidado se aproximó, antes de rozar sus labios, acarició su rostro para luego besar su frente con ternura en donde depositó un casto beso. Mariam por dentro sentía alivio, deseo y esperanza por concebir algo diferente al dolor, entonces sintió la humedad de los labios que la besaron con sutileza, ambos disfrutaron de la sensación de la boca del otro, permitiendo que sus lenguas se tocaran, sintiendo la satisfacción de ese gesto tan íntimo, Daniel la acercó más, mientras disfrutaba del dulce sabor de la chica frágil y hermosa. Ella afianzó sus manos en la fuerte espalda del pelinegro, dejando que este la tomara de la cintura, sin dejar de besarse en ningún momento.

UNA NUEVA OPORTUNIDADDonde viven las historias. Descúbrelo ahora