Las olas del mar

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La luz de la luna iluminaba tenuemente la orilla de la playa, cabizbaja delineaba distintas figuras en la arena, que luego eran borradas por las olas del mar. Mariam seguía sin pronunciar palabra, el interés de Daniel por conocer parte de su vida la tenía ciertamente preocupada, abrirse con la única persona que pensaba evadiría por largo tiempo el tema, la aterraba.

Se recostó en su hombro, disfrutando de la brisa húmeda que tocaba su piel, a la lejanía escuchaba el bullicio de la fiesta y los gritos de quienes jugaban en la arena, Mariam suspiró para de nuevo posar la vista en los ojos del pelinegro, que al igual que ella se mantenía en silencio.

El solo recordar aquella noche oscura le propiciaba escalofríos por todo el cuerpo, intentó refugiarse en la luz de las estrellas, imaginando que todo lo sucedido había sido obra de su imaginación, sin embargo el dolor en su corazón no se aliviaría jamás, había intentando de alguna manera resguardarse en Daniel, pero comenzaba a darse cuenta que una persona no podía borrar la magnitud de lo vivido, no había nadie más que ella, solo ella era capaz de superarse día a día, con paciencia, convenciéndose a sí misma, que dentro de poco tiempo el dolor sería llevadero, así como lo sentía en algunos días.

Dejando que el agua cubriera sus pies, meditó un poco más, escuchando el sonido de las olas, enfocándose en ese momento, rebobinando en un segundo los meses transcurridos, cerró los ojos y comenzó a hablar.

—Conversar de esto no es fácil, porque cada vez que lo hago siento que me estoy rompiendo —mencionó con la voz quebrada, inhalando y expirando con lentitud, conteniendo las lágrimas que irremediablemente la comenzaban a cubrir.

Daniel no respondió, necesitaba conocerla a profundidad, necesitaba escuchar por ella lo que le había sucedido, no quería enterarse por terceros de su vida, si realmente quería que él formara parte de su vida, quería hacerlo en todas las circunstancias, fueran dolorosas, buenas o malas.

—Hace unos meses —prosiguió— mi vida era totalmente diferente a lo que es hoy, vivía como cualquier persona de nuestra edad, disfrutando de fiestas, disfrutando de los beneficios que conseguía por medio de otros, sintiéndome especial en un mundo que estaba hecho solo para mí, creyendo que las cosas siempre estarían bien, que nada cambiaría y que... que nada de lo que tenía me faltaría.

Mariam agradeció que el lugar estuviera en penumbra, porque entonces sus lágrimas no se verían con tanta claridad. El frío que surgía desde su interior parecía cobrar fuerza, haciéndola tiritar por momentos, como queriendo evitar que siguiera rememorando.

—Una noche salimos con mis padres a cenar, —tragó con esfuerzo, su garganta parecía querer cerrarse—. Recuerdo que mi padre no me permitió acudir a la fiesta de un amigo, él quería que compartiéramos en familia, yo insistí tanto en quedarme en casa porque estaba tan molesta, que pasé toda la cena en silencio, yo no quería estar allí...

Mariam sollozó al sentirse culpable, habían sido las últimas horas de sus padres, y ella se había comportado tan mal, las cosas que no había hecho bien eran las que más recordaba, como si se tratara de su propio castigo por no conducirse de manera correcta.

Mi padre dijo que los momentos juntos eran los más especiales, que esa noche quería celebrar cuanto nos amaba, y yo... yo, solo me quedé en silencio, no quería hablarles, no les hablé... ¡me comporté como una estúpida!

Daniel cubrió a Mariam con su cazadora, percibiendo los temblores de su cuerpo y los claros sollozos que producía desde lo más profundo. Con suma ternura se aproximó para rodearla, dejando que descansara en su pecho, sintiendo como también él se sentía afectado por el inmenso dolor que percibía.

Mariam cerró los ojos ante el calor que Daniel irradiaba, sintiendo como acariciaba sus cabellos, escuchando los leves latidos de su corazón, reconociendo que él también compartía una parte de su dolor, estaba allí respirando tenuemente, escuchándola sin interrumpirla, demostrándole que estaba allí para ella, demostrándole que había cariño de por medio, un cariño que con el tiempo se transformaría en algo más fuerte.

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