El frío de la tarde se adentraba en su piel como escarcha al amanecer, el abrigo azul que la cubría la hacía sobresalir en los tonos blancos y grises de las tumbas. El cementerio desentonaba con las montañas verdosas que se asomaban como resguardando el lugar de descanso.
Mariam se arrodilló para limpiar el polvo con las manos para luego sacudirlas, tomando los ramos de rosas blancas que había dejado a su costado, adornando las lápidas blancas de sus padres. Los últimos días habían transcurrido más tranquilos, ocupaba cada hora en su trabajo y luego esperaba a Daniel, quien llegaba a recogerla sin falta. Las cosas parecían marchar un poco mejor, pero el vacío que sentía en su pecho no podía llenarse con nada.
Sus padres habían sido los ángeles que habían velado por su bienestar incondicionalmente, quienes soportaban sus caprichos, sus exageraciones, su comportamiento de adolescente en rebeldía. Había tenido el cielo en sus manos cuando ellos vivían y ahora... ahora se daba cuenta que, aunque tuviera poco o tuviera mucho, jamás volvería a sentirse como cuando ellos vivían.
Las lágrimas caían sobre la tierra, mientras ella silenciosamente recitaba una oración, dispuesta a intentar vivir dando lo mejor de sí, en espera de que algún día pudieran reencontrarse. Nada cambiaría el hecho de que la ausencia de sus padres la lastimara, pero si podía esperar que con el tiempo su ausencia se hiciera más llevadera.
Sus manos temblorosas sujetaron la lápida de su madre, la mujer que le había dado la vida, sintió el frío de la baldosa, un frío similar al que sentía cada vez que recordaba el accidente, a su izquierda la tumba de su padre, quien siempre estaba dispuesto a escucharla, inclusive cuando sus horas de trabajo se extendían a altas horas de la noche, quien había jugado con ella cuando era pequeña. Sus dos estrellas que ahora la cuidaban desde el cielo.
Se incorporó con lentitud cuando terminó de orar, acomodándose en la raíz de un árbol que sobresalía de la tierra, suspiró al ver el cielo gris, la luz del sol no penetraba para darle calor, pero sabía que detrás de las nubes, brillaba con la misma intensidad que un día caluroso de verano.
—Papá...mamá... quería decirles que me siento un poco mejor, al levantarme pienso en ustedes como si estuviesen allí, cuando recuerdo que no están, sé que en alguna parte se encuentran descansando y esperando que yo sea feliz.
El aire de repente comenzó a agitar las ramas enérgicamente, haciéndole levantar el rostro para fijarse en las hojas que caían a su alrededor, su corazón se estremeció, comprendiendo que la estaban escuchando, acercó sus piernas para abrazarlas sin dejar de ver las hojas y el cielo.
—He conocido a un chico —susurró, las comisuras de sus labios se extendieron al recordarlo—. No sé lo que vaya a suceder en un futuro, pero por ahora intento darme el lujo de sentirme bien a su lado. Cuando lo veo mi corazón late de prisa, cuando me abraza me siento tranquila y cuando me besa, me siento tan llena de vida, que me da ilusión de que las cosas vayan mejor cada día.
En la lejanía las aves volaban, giraban con sus alas extendidas disfrutando de la libertad, Mariam pensó que quizá así de libre se sentían las personas que morían, que dejaban el cuerpo para vivir en espíritu, sonrió de manera esperanzadora hacia el cielo.
—Les contaré más adelante que sigue pasando en mi vida, les prometo que los llevo y los llevaré en mi corazón siempre, por favor envíenme fuerzas para soportar, para aprender y para comprender. ¡Los amo!
Poniéndose de pie, sujetó su abrigo, avanzando con paso lento hacia el camino de piedra que conducía a la salida. Al llegar al comienzo giró hacia las tumbas de sus padres, que apenas se veían a través de los árboles. Limpió de nuevo sus ojos llorosos y sonrió como si ellos pudieran verla.
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UNA NUEVA OPORTUNIDAD
RomanceMariam debe regresar a su vida cotidiana a tan solo siete meses de perder a sus padres, el instituto ya no es lo que fue y no logra adaptarse a sus compañeros, su vida parece caer en picada, hasta que alguien se cruza en su camino para ayudarle a sa...