El lunes se desarrollaba como cualquier otra noche entre semana en el Weller Regent.Al menos una vez al día, Alba recorría los pasillos de las veintitrés plantas de principio a fin.Sobre todo, comprobaba que las cosas estuvieran en su sitio, que no hubiera puertasentreabiertas y que el servicio de habitaciones recogiera las bandejas puntualmente. También seaseguraba de que no hubiera nada fuera de lo ordinario. De momento, había encontrado dosbombillas fundidas y otra que parpadeaba. En la planta Concierge, halló una cartera metida detrásde una planta, en el vestíbulo del ascensor. Probablemente la había escondido allí algún carterista,una vez hurtado su contenido.
—Seguridad, por favor —llamó suavemente por el walkie-talkie.—Aquí Seguridad —respondió una voz masculina.—Necesito un agente de seguridad en el vestíbulo del ascensor de la planta veintitrés, porfavor. —Alba quería asegurarse de que el asunto se solucionara rápido, ya que algunoshuéspedes podían ponerse nerviosos si veían a un guardia de seguridad rondando por la plantaConcierge.—Ahora mismo. Corto.
Tres minutos más tarde llegó el guardia uniformado, que procedió a documentar las pruebas,por si había que hacer una denuncia. Normalmente no se llegaba a eso, pero en Dirección siemprequerían que se extrajeran las huellas dactilares, para poder descartar al personal. Era pocoprobable que un empleado hubiera escondido la cartera a plena vista de la cámara del techo. Unpena para el bobo que no había hecho caso de los avisos que indicaban que las zonas públicas delas instalaciones estaban vigiladas con cámaras.Alba y el guardia abrieron la cartera con cuidado para confirmar su contenido, o mejor dicho,la falta de contenido. De todas maneras, dentro había un carné de conducir y Alba llamó arecepción inmediatamente para obtener el número de habitación de su propietario: William.
—¿Lo han grabado las cámaras? —preguntó al guardia.—Deberían. Lo comprobaré abajo.—Llámame en cuando encuentres algo.
Al poco, Alba llamaba a la puerta de la habitación del cliente. Salió a recibirla un hombre demediana edad, recién salido de la ducha, en albornoz y con el pelo mojado. Ella le explicó elmotivo de su visita, después escuchó pacientemente a William despotricar sobre la falta deseguridad del hotel, exigir que le devolvieran el dinero y amenazar con demandarlos si el ladrónusaba sus tarjetas de crédito. Cuando Alba le aseguró que el hotel tenía cámaras de vigilancia yque seguramente tenían al ladrón grabado en una cinta, el airado caballero se volvió dócil derepente.
—Sabe, seguramente estoy sacando las cosas de quicio. Puedo anular las tarjetas con unallamada telefónica y, como aún tengo el carné de conducir, lo único que he perdido es un poco deefectivo. Supongo que es el precio por no tener cuidado con mi cartera, ¿no?
Al salir de la habitación del cliente, Alba se dirigió inmediatamente al teléfono interno delhotel. Había cosas que no convenía transmitir de manera abierta.
—Hola, ¿Tim? Creo que tenemos a otra prostituta trabajando en el edificio. Si encontráis aalguien en la cinta habrá que llamar a la policía, a ver si está fichada.
Natalia echó una mirada al mostrador de registros de camino al ascensor, con la esperanza dever alguna cara amiga. Había sido un día duro —la mayoría de los lunes lo eran, sobre todo porqueaún estaba cansada del viaje del domingo, —y se moría de ganas de relajarse con un libro en lamano y picar algo de los aperitivos del comedor. No hubo suerte en lo de la cara amiga. Alba no estaba en ninguna parte.La franja de happy hour en el comedor fue como un regalo del cielo. El servicio de habitacionesestaba bien, pero después la habitación le olía a comida durante toda la noche. Ir a un restaurantela llamaba menos, sobre todo sola, si bien había declinado educadamente varias invitaciones deIan a cenar. Su homólogo en Dallas era joven, soltero y le gustaba divertirse a costa de la cuentade gastos de representación. Por esa razón había preferido quedarse en el Hyatt, alegando que elWeller Regent era demasiado estirado para sus gustos. Ian estaba acostumbrado a trabajar enventas y le gustaba conocer a gente nueva y charlar con ella.Se acomodó en un sillón orejero en un rincón, junto a la ventana, con un plato de palitos depescado a la plancha, con limón y alcaparras, brie, galletitas saladas y fruta. Era difícil controlar lascalorías al viajar, pero si seguía con sus ejercicios en la bicicleta estática (cosa que tenía que hacerigualmente para mantener la pierna ágil) podría evitar que se acumularan kilos de más.
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Solo por esta vez- Albalia
FanfictionADAPTACIÓN -No deberíamos hacer esto -murmuró Natalia mientras le hundía los labios en la carne tierna detrás de la oreja. -Ya somos mayorcitas, Natalia. No tenemos por qué parar -le susurró Alba, audaz. Un encuentro fugaz en la recepción de un hote...