Capítulo 13

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—Anda que el primer invierno que paso aquí tenga que ser el más frío de la historia... —refunfuñó Alba mientras se cambiaba las botas de caña hasta la rodilla por los zapatos de tacón negros del uniforme. Las ocho manzanas que separaban su apartamento del centro del hotel eran una tortura con el frío que hacía, soportables sólo si no azotaba el viento.—Te lo dedicamos especialmente a ti. —Kevin soltó una carcajada, pero a Alba no le hacía nada de gracia.—Vale, Kevin. Enero y febrero lo entiendo, pero estamos en abril. Que se acabe ya, por Dios.—Y lo mejor es que puede que dure todavía más.—Ah, claro. Eso es lo mejor, muy bien. El teléfono de Alba sonó sobre su escritorio. Era la línea directa de seguridad. —Alba Reche—respondió con sequedad. —Genial... planta doce... Muy bien, uno de nosotros subirá ahora mismo. —¿Qué Pasa?—Un tipo está fumándose un puro al lado del ascensor en la planta doce. Dice que su mujer no le deja fumar en la habitación. Kevin se levantó y sacó un cuarto de dólar del bolsillo.

—¿El que gane elige? —preguntó esperanzado, a sabiendas de que su jefa podía ordenarle que se ocupara sin más.—Cara. Lanzó la moneda al aire y la dejó girar antes de atraparla contra el dorso de la mano. —Cara.—Yo me ocuparé del puro. Ocúpate tú de la recepción. Están a punto de verse desbordados. —Alba señaló con la cabeza la pantalla en donde se veía un nutrido grupo de huéspedes haciendo cola para registrarse.—Eso ha sido juego sucio.—No, es que soy clarividente.








—No puedo creer que nunca hayas ido a una convención de turismo. Tienes que salir y conocer gente, pero no hables mucho con ellos, ¿de acuerdo? Tengo miedo de que te contraten y entonces tendría que matar alguien —dijo Sara, medio en broma medio en serio.—No te preocupes, no creo que pudiera ser más feliz de lo que soy trabajando aquí. Pero está bien saber que me valoras.

Natalia llevaba casi un año trabajando en Orlando no había dejado de impresionar a su jefa y a su directiva en general. Cada vez se sentía más a gusto en la empresa y, a medida que demostraba su valía, le habían ido dando más responsabilidades. En esos momentos ocupaba ya un despacho en el ala sur del edificio. —Créeme, te valoro mucho más de lo que piensas. —Sara se inclinó para preguntarle al taxista. —¿Siempre nieva así en abril?—Me parece que este invierno no acabará nunca. Ha habido una tormenta después de otra desde la primera semana de octubre... Nunca habíamos tenido tanta nieve. Por lo menos hoy no estamos bajo cero.—Gracias a Dios por los pequeños favores —se quejó. —Mírate tú, Natalia. Toda abrigadita. Supongo que en Baltimore estabas acostumbrada a este tiempo.—Sí; como te dije, no es tan terrible cuando la temperatura está por encima de cero. A menos que haga viento.—¿Echas de menos Baltimore?—¿Baltimore? No. Al principio me daba un poco de morriña, pero se me pasó cuando mi madre se mudó a la ciudad. Ya no volví a pensar en ello.

Natalia había ido a pasar unos días a Maryland por Navidad. Mientras estaba en casa de su madre, se reventó una tubería y la caldera murió. Fue la gota que colmó el vaso para María, que decidió vender la casa y trasladarse al sur. La agente inmobiliaria de Natalia le encontró una primera planta de dos habitaciones con garaje en la urbanización donde vivía Alba. Natalia estaba muy contenta de volver a tener a su madre cerca, lo cual fue una agradable sorpresa para ella. Elena y ella tendrían que haber convencido a su madre de que se mudara a un apartamento hacía años. El taxi voló por el laberinto de calles de un solo sentido del centro de Denver, y finalmente se detuvo frente al Weller Regent. Enseguida salió un portero con una chaqueta de plumón, guantes y un gorro de lana calado hasta las orejas.—Bienvenidas al Weller Regent, señoras. Me disculpo por el tiempo, aunque haremos todo lo que esté en nuestra mano para que su estancia resulte placentera. —El joven sonrió con sinceridad y sacó sus equipajes del maletero del taxi para cargarlos en un carro. Después lo empujó al interior, seguido de las dos abrigadas mujeres.—¡Oh... calor! —exclamó Sara. —¿Cómo puede vivir la gente en este clima?—Dicen lo mismo de nosotros en agosto, ¿no? —apuntó Natalia, siguiendo a su jefa al mostrador de recepción.

Solo por esta vez- AlbaliaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora