Capítulo 4

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Alba detuvo su coche a la entrada de la casa de sus padres. Lo más seguro era que estuviesen todos en la piscina de la parte de atrás, impacientes por tostarse al sol. 

 —¿Hay alguien en casa? —gritó desde el recibidor.—¿Alba? —oyó la voz de su padre desde la cocina.—¡Papá!

 Sin perder un segundo, se fue directa a su padre y le dio el abrazo que había estado reservándole desde el lanzamiento del transbordador el lunes anterior. Enhorabuena. 

—Gracias, cariño, pero dámela cuando vuelvan a tierra. Desde el accidente del Challenger, en la NASA estamos tan pendientes de los aterrizajes como de los despegues.

 —Pues cuando aterrice te ganarás otro abrazo. Igualmente, el lanzamiento fue precioso.

 —La verdad es que sí. —Miguel Ángel se volvió para coger la bandeja de hamburguesas del mármol. Asus cincuenta y nueve años, aún lucía una espesa y ondulada cabellera, si bien salpicada de canas, y era de constitución atlética, que cultivaba saliendo a correr a diario por la playa del Cabo.

 —¿Te ayudo?

 —No, tranquila. Ve a saludar a todo el mundo. A mí me toca la parte fácil.

 —Vale, pero después hablamos. Quiero que me cuentes cómo va la misión.

 Su padre tenía un don a la hora de traducir el galimatías técnico en forma de hechos y anécdotas. Cuando iba a secundaria, su hermano Sergio y ella jugaban a preparar a su padre para los periodistas acribillándolo a preguntas durante la cena. La tradición había continuado hasta la actualidad. Alba atravesó las puertas acristaladas que daban al patio cercado con malla metálica en donde, como había previsto, Sergio y su mujer Ana jugaban en la piscina con su hijo Oliver, de cinco años, y su hija Lidia, de tres.

 —¡Hola, preciosa!

 —¡Mamá! —Alba abrazó a su madre como si no la viera desde hacía siglos, aunque había estado allí hacía sólo dos semanas. La tensión por el lanzamiento del Atlantis había unido a todos los Reche de manera natural.—Pensaba que ibas a cortarte el pelo.

su madre acarició el flequillo que sobresalía tras la gorra del USS Columbia que llevaba su hija.—Me acobardé —admitió Alba. —Pero he pedido hora otra vez para dentro de dos semanas. 

—¡Alba! —Su empapadísimo sobrino de cinco años se le agarró de las piernas para decirle hola.—¡Hola, Oli!

 Haciendo caso omiso del hecho de que su sobrino estaba chorreando, Alba se agachó para darle un fuerte abrazo. Como no podía ser menos, su sobrina no tardó en unirse, igual de mojada —¡Hola, Lidia!

 —Bueno, ya que estás mojada ven a meterte —le gritó su hermano desde la piscina. Sergio  era inspector de estructuras y edificios del condado de Brevard, un puesto de mucha responsabilidad en una comunidad costera en donde los huracanes no eran extraños.

 —No, gracias. Sigue estando demasiado fría. —Era el primer día que los Reche usaban la piscina desde octubre. Aunque la temperatura apenas llegaba a los 25o C, todos estaban impacientes por ponerse en remojo. —¿Todo bien? 

—Bien. ¿Viste el lanzamiento?

—Por supuesto. Hasta me llevé a unos cuantos huéspedes de la planta Concierge a la azotea para verlo conmigo. —Alba no tenía ni idea de por qué había revelado aquel pequeño detalle...salvo quizá por el hecho de que llevaba días dándole vueltas. —¿Vosotros adonde fuisteis? 

—Yo fui a la zona de prensa —contestó Sergio. —Ana fue al puente con los niños. 

—¿Fuiste a la zona de prensa? 

Solo por esta vez- AlbaliaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora