Capítulo 11

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En la actualidad.


—Ya creía que no tenías intención de volver a casa esta noche. —Sandra la recibió en la puerta y le cogió el maletín negro de piel y la gabardina con forro de franela.—Lo siento, tenía el correo lleno. La cena huele bien.

—Cuando estaba caliente olía mejor —la regañó Sandra. —Pero te he guardado un poco.

—Gracias.

Natalia detectó el tono de reproche. Normalmente, no llegaba a casa a tiempo de cenar con Sandra, ya que en lugar de eso buscaba la soledad de su despacho o de casa de su madre. El zumbido monótono de la televisión de fondo le resultaba casi insoportable, pero sus intentos de entablar conversaciones con un mínimo de contenido fallaban siempre estrepitosamente. La servicial Sandra siguió a Natalia hasta la pequeña cocina y se puso a calentarle la cena en el microondas.—Lo puedo hacer yo, Sandra. No hace falta que esperes.

—No me importa. Anda, ve sentándote.

Natalia obedeció y se sentó en uno de los dos taburetes de la barra mientras le preparaban la comida.—¿Te han dado alguna idea de lo que va a pasar con tu empleo?

—Sí, he hablado con Sara y con Ken. No creo que vayan a despedirme. —Natalia no se sentía preparada para compartir las novedades, sobre todo ahora que estaba a punto de hacer grandes cambios en su vida y Sandra iba a ser uno de ellos.—Eso es genial, cariño. —El teléfono interrumpió su charla. —Ah, tu madre ha llamado unas tres veces. Dice que no contestabas al móvil.

Natalia estuvo a punto de increparla por no haberle sugerido a su madre que probara en el número de la oficina. No era ningún secreto que Sandra tenía celos del tiempo que dedicaba a su familia. María y ella apenas se hablaban. Para Sandra, los esfuerzos constantes de Natalia por atender a su madre no hacían más que desviar su atención de lo que debería ser su relación principal.—Hola... Sí, acabo de llegar. Sandra dice que has llamado —dijo Natalia, encubriendo la indiferencia de Sandra. —Es una buena idea, mamá, pero creo que tendrías que pedir más de un presupuesto. Parece mucho dinero. —Le había recomendado a su madre que pintara la fachada de su casa estilo Tudor. —Claro, iré el sábado y hablaré con ellos.

Sandra dejó el vaso en el mármol con fuerza, como muestra de su enfado por lo fácilmente que Natalia había cedido. A continuación, salió de la cocina muy indignada. —Muy bien. Estaré allí sobre las diez y media. Adiós. 

Natalia sabía que Sandra estaba que echaba humo, pero no tenía el ánimo de hacer algo al respecto. Además, la situación nunca estaría al gusto de Sandra hasta que rompiera todo contacto con su madre y con su hermana, como había hecho Sandra con su propia familia. Natalia ya había renunciado a intentar que se lo tomara de otra manera, incapaz de hacerle  entender que ella quería estar con su familia. El microondas pitó y Natalia sacó su cena, consistente en un bol de estofado de pollo. Por un instante, se planteó llevárselo en una bandeja a la sala de estar, donde sin duda Sandra estaría embobada delante de la televisión, pero no tenía ganas de aguantar ni el ruido ni el mal humor de Sandra . Esa noche no... otra vez no. Las cosas entre ellas habían ido de mal en peor, si es que eso era posible. O al menos habían sido así para Natalia. Cuanto más la llamaba su madre, más se ofendía Sandra, hasta el punto de que ahora ya protestaba cada vez que María le pedía ayuda o incluso cuando quería pasarse por casa a verla. Natalia se las arreglaba para que no llegara la sangre al río manteniéndolas alejadas la una de la otra, pero el estrés de tener que aguantar la desaprobación continua de Sandra le estaba afectando a los nervios.

—¿Por qué no vienes a ver este programa conmigo? —la llamó Sandra desde la sala de estar. Natalia aclaró el bol y lo metió en el lavavajillas.—Me voy a acostar. Estoy muy cansada.

Solo por esta vez- AlbaliaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora