Capítulo 16

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Natalia paseó la mirada por la urbanización con nerviosismo, con la esperanza de que Alba se dejara caer en la fiesta. Pasaba mucho tiempo en casa de su madre y había visto a Alba de lejos dos veces. En ambas ocasiones salía del gimnasio de la urbanización y se dirigía a la pista de footing que rodeaba el campo de gol. El picnic del Día del Trabajo había empezado y habían asistido más de cien personas, entre residentes e invitados, que pululaban entre la piscina y el club. Los encargados del catering habían dispuesto un bufet de guarniciones, y otros dos hombres se ocupaban de la barbacoa.—Vuelve a decirme cómo es —pidió María.

Natalia sospechaba que la curiosidad de su madre iba más allá de querer ver a la persona por la que estaba hecha un flan. También quería asegurarse de que la tal Alba no tenía nada que ver con Sandra.—Está... allí. —A Natalia se le iluminó la cara de emoción al ver a Alba bajar las escaleras y unirse a la fiesta. Al parecer, Alba conocía a varios de los asistentes y fue parándose a saludar a bastantes grupos. Finalmente, se dirigió a la mesa en donde la esperaban María y Natalia.—¡Hola! Me alegro de que hayas podido venir. —Natalia se puso en pie enseguida y acercó otra silla a su mesa.—Intento no perderme estas cosas. Es una buena ocasión de ver a mis vecinos.

A Natalia le daban completamente igual sus razones. Lo importante es que estaba allí. Alba se volvió hacia María y se presentó.—Hola, soy Alba Reche. He oído que somos vecinas.—Así es. Y yo he oído que mi hija y usted son amigas.

Natalia completó las presentaciones apresuradamente, y las dos mujeres se estrecharon la mano. Alba permaneció en pie, hasta que María la invitó a sentarse con ellas.—Bueno, ¿le gusta Orlando, Sra. Lacunza?—Por favor, llámame María. Al fin y al cabo, ahora somos vecinas. Nos gusta mucho Orlando, ¿verdad, Natalia? —Mucho.—A mí también me gusta. Estoy muy contenta de haber vuelto. —Alba se dirigía exclusivamente a María con toda la intención. —Y también me gusta esta urbanización. Las instalaciones son muy agradables, y la gente es encantadora. ¿No le parece?—Ah, sí. Es una urbanización muy bonita. 

Natalia no sabía dónde meterse, consciente de que Alba la ignoraba por completo.—Natalia me ha dicho que os conocisteis en el hotel. —Correcto. Antes éramos buenas amigas. 

«¿Éramos?» Natalia no había esperado que fuera fácil, pero tampoco que Alba hurgara aún más en la herida.—Bueno, sé que le ha hecho mucha ilusión que volvieras a la ciudad. No ha hecho muchos amigos aquí y no me gusta pensar que pasa tanto tiempo sola en casa. Estaría bien que empezara a salir más, ahora que estás tú aquí.

Natalia se puso como un tomate ante las insinuaciones descaradas de su madre. Alba se puso en pie de golpe y se alejó un paso de la mesa.—Tengo que irme. Tengo planes con mi familia, pero quería pasarme a saludar. Ha sido un placer conocerla, Sra. Lacunza.—Ya te he dicho que me llamaras María. Encantada de conocerte yo también. Natalia, si quieres acompañar a tu amiga a casa, yo estoy bien aquí.

Natalia se levantó, con las mejillas arreboladas, y fue con Alba.—Tu madre es de lo más sutil.—Sí, sutil como un elefante en una cacharrería —asintió Natalia avergonzada.—Me sé el camino a casa, no es necesario que me acompañes.—Ya lo sé, pero me gustaría que pudiéramos hablar un poco.

Natalia se metió las manos en los bolsillos y aminoró el paso para obligar a Alba a hacer lo mismo. La actitud de Alba no había sido precisamente cercana y amistosa ese día, pero al menos había ido a la fiesta, y eso tenía que contar para algo.—Muy bien —contestó Alba, evasiva. —Tu madre ha dicho que pasabas mucho tiempo sola en casa. ¿Qué ha sido de tu chica?

Otra puñalada.—Rompí con Sandra en cuanto regresé a Baltimore.

Alba puso los ojos en blanco con incredulidad. —Sí, ya lo sé. A buenas horas. —Por decirlo de alguna manera. 

Solo por esta vez- AlbaliaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora