Capítulo 3

3.3K 151 4
                                    

Dos semanas más tarde, la mujer del nombre precioso salía de un taxi y aspiraba con deleite el aire cálido y húmedo, feliz de haberse librado del hielo y la nieve de Baltimore. No era casualidad que, a la que pasaba un día o dos en Orlando, la pierna le doliera menos, así que estaba impaciente por regresar. En esta ocasión, la llegada de Natalia al Weller Regent pasó desapercibida a los supervisores de turno, los cuales se hallaban en el piso dieciséis interesándose por una clienta que había caído enferma tras la cena. El médico de guardia del hotel había acudido a la habitación y diagnosticado una intoxicación aguda. Como era de esperar, mientras que Alba estaba preocupada por el estado de la mujer, Carlos estaba encantado de que no hubiera cenado en el hotel. 

—¿Puedo ayudarla?

 —Sí, soy Natalia Lacunza —respondió ella pasándole la tarjeta de crédito.

 —Tengo aquí su reserva, Srta. Lacunza. Una habitación individual de no fumadores en nuestra planta Concierge durante tres noches. ¿Es correcto?

 —Sí.

 Si se descontaba el cargo por acceso a Internet de alta velocidad y las dos comidas diarias con servicio de habitaciones, la mejora de categoría salía prácticamente por nada. Además, Natalia no tenía las cuentas de bar kilométricas que gastaba su homólogo de Dallas, así que no pensaba sentirse culpable por regalarse aquel pequeño lujo a costa de la empresa. La bañera con hidromasaje lo merecía, incluso si tenía que pagar la diferencia de su bolsillo .Paula le entregó la llave de la puerta y procedió a explicarle cómo llegar a la planta Concierge. Natalia interrumpió la explicación educadamente, asegurándole que conocía el procedimiento y el  funcionamiento de la llave en el ascensor.

 —¿Necesitará ayuda con su equipaje?

 —No, gracias. Ya me ocupo yo.

 Natalia se puso el abrigo doblado sobre el brazo. Al volverse hacia el ascensor, la sorprendió vera Alba Reche pasar por su lado a toda prisa hacia la puerta principal, con el walkie-talkie en la mano. 

—Está llegando ahora mismo —transmitió en tono enérgico. Unas luces rojas que daban vueltas atrajeron la atención de Natalia hacia la entrada, en donde justo delante de la puerta se había detenido una ambulancia. Sorprendida por la súbita conmoción, observó cómo Alba acompañaba a los sanitarios al ascensor, con prisa pero sin perder la calma. El modo en que llevaba las riendas de la situación era impresionante. Si Natalia volvía a tener alguna urgencia, quería a alguien como Alba al cargo. Aunque, por supuesto, esperaba no tener que volver a pasar por una urgencia como la anterior.

 Alba estudió la previsión meteorológica del Orlando Sentinel sentada a la mesa de la cocina. La previsión era de cielos soleados, con temperaturas que alcanzarían los 20o o 21o C. Por la noche, cielos despejados y temperaturas algo más frescas, con mínimas de 12o C: un día perfecto de febrero. Era un día importante para la franja central de Florida y, a decir verdad, también para el resto del país. Pero, sobre todo, era especialmente significativo para la familia de Alba y el resto de las familias que, como la suya, vivían en la Costa Espacial de Florida. Esa noche, a las 21.06,despegaría el transbordador espacial Atlantis. Desde los desastres del Challenger y el Columbia, todos los que tenían relación con la industria espacial aguantaban juntos la respiración cada vez que una lanzadera se ponía en órbita o regresaba a la Tierra. Un enorme gato de color naranja aterrizó en medio del periódico con un golpe sordo. 

—Hola, Ares—Alba arrulló al niño de sus ojos. —¿Qué te pasa? ¿Quieres que te hagan caso?

 A modo de respuesta, el gato empezó a darle a la esquina del periódico con la patita de manera  insistente. Ya iba a ser imposible seguir leyendo, así que Alba dobló el periódico y se levantó.—Vamos a jugar —lo animó.

Solo por esta vez- AlbaliaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora