—Voy a inspeccionar los pasillos —informó Alba a Carlos. Carlos se había instalado en su silla para empezar con la rutina de informes y papeleo del domingo por la noche. Pero, esa semana, Alba no quería mirar el vídeo, porque seguramente Carlos comentaría el hecho de que la mujer de Baltimore no se había registrado. Alba había repasado las reservas de la semana y ya se había fijado en que Natalia Lacunza no estaba en la lista de huéspedes. Natalia no le había contestado el correo ni le había devuelto la llamada. De hecho, Alba no sabía nada de ella desde la mañana en que se habían despedido en la cama con un beso. Aunque se resistía a reconocerlo, sabía que había descubierto el pequeño secreto de Natalia sin querer: Natalia no estaba disponible.
Alba no podía menos que reírse de sí misma por el tiempo que había malgastado preocupada por lo difícil que sería sobrellevar la distancia. Y pensar que hasta había estudiado concienzudamente las ofertas de trabajo en el área de Washington DC, a pocos kilómetros de Baltimore. Odiaba admitirlo, pero había sido engañada como una tonta. Quería sentir rabia, pero en esos momentos lo único que sentía era pena, dolor y vergüenza. ¿Cómo había podido confundir de esa manera su conexión con Natalia, con lo fuerte que la había sentido?
Al llegar a la planta Concierge, inspeccionó el surtido de postres y continuó hacia el pequeño despacho que comunicaba el comedor con el ascensor de personal, la camarera estaba fuera, sirviendo bebidas, así que aprovechó los breves momentos de intimidad y revolví el último cajón del escritorio en busca de una guía de teléfonos.
Natalia se estiró en la cama y se puso un almohadón bajo la rodilla dolorida. Había vuelto al Hyatt, porque le daba demasiada vergüenza volver al Weller Regent y enfrentarse a Alba. Se puso cómoda y se dispuso a revisar las notas para la reunión de la mañana siguiente, pero el timbre del teléfono la sobresaltó.—¿Sí?
—Así que... ¿en el Hyatt encontraste una oferta mejor?
Solo tardó un segundo en reconocer la voz del teléfono. —Alba... quería llamarte, pero es que no sabía qué decir.
—Bueno, para empezar, ¿por qué no me cuentas cómo es posible que en sólo doce días nos hayamos distanciado tanto?
—No... no he sido del todo sincera contigo. Yo...
—Sí, hasta ahí ya llegué cuando aquella mujer me cogió el teléfono.
—Alba, yo no quería que te enterases de esa manera.
—Más bien me parece que no querías que me enterase de ninguna manera. Pero no importa, Natalia. Sólo llamaba para decirte que lo siento si te empujé a algo que no querías que pasara.
Acto seguido, Alba le colgó y lo único que Natalia pudo hacer fue quedarse mirando el teléfono.
La agente inmobiliaria condujo por una calle arbolada que no tenía salida y detuvo el vehículo frente a la primera casa. Sara le había cancelado todas las reuniones de la tarde y le había arreglado una cita con aquélla para que le enseñara varias propiedades en algunos de los mejores barrios de Orlando.—De las que veremos hoy, ésta es mi casa favorita —comentó la agente. —Tiene cuatro habitaciones, tres baños y un aseo, una sala de estar y comedor muy elegantes, una cocina amplia donde se puede comer y un jardín cubierto.
La casa, un antiguo bungalow de estilo mediterráneo, era amarilla con tejas blancas y sin duda tenía encanto a primera vista. A Natalia le agradaba sobre todo que fuera de una sola planta.—Es muy bonita, pero es más de lo que necesito —dijo al acabar la visita. Amueblar un lugar tan grande a su gusto le costaría treinta o cuarenta mil dólares. Sandra le había tomado la palabra y se había apropiado de los muebles de la sala de estar, la televisión y el juego de dormitorio de la habitación de invitados, donde había estado durmiendo la última semana.—Eso se lo parece ahora, pero las cosas pueden cambiar. Es una casa fantástica para los niños, y en este distrito hay muy buenas escuelas. Natalia sonrió con ironía, recordando cómo la agente inmobiliaria que había vendido su adosado de Baltimore había usado prácticamente las mismas palabras. Imaginó que debía de ser una frase estándar que aprendían en la academia. Para ella, el argumento de los niños no significaba nada, pero una de las habitaciones podía servirle de despacho y sería práctico tener otras dos libres por si su madre y su hermana venían a visitarla. Habían arreglado el papeleo antes de salir de la agencia, así que las dos sabían que Natalia podía permitirse aquella casa si la quería. Contaba con un aval de Eldon-Markoff que garantizaba la compra de su casa de Baltimore, así que por esa parte no habría problema. Esa casa era la más cara que había visto, pero estaba muy por encima del resto. Además, estaba lista para entrar a vivir y se encontraba en un barrio bien establecido. Eso y que, según se fijó, no quedaba lejos de la agradable urbanización donde vivía Alba.—Muy bien. Me la quedo.
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Solo por esta vez- Albalia
FanfictionADAPTACIÓN -No deberíamos hacer esto -murmuró Natalia mientras le hundía los labios en la carne tierna detrás de la oreja. -Ya somos mayorcitas, Natalia. No tenemos por qué parar -le susurró Alba, audaz. Un encuentro fugaz en la recepción de un hote...