—No puedo creer que hayas encontrado entradas —exclamó Alba. —¡Estaban agotadas para toda la temporada!
—Dijiste que tendría que ofrecerte algo especial —alardeó Natalia. Tener contactos y dinero había sido de ayuda, por supuesto. Desde que los Buccaneers ganaron la Super Bowl, era casi imposible encontrar entradas para sus encuentros en Florida. Sin embargo, algunas agencias de Eldon-Markoff reservaban entradas como parte de sus paquetes de viaje, y a menudo desbloqueaban esos asientos a última hora. Natalia lo sabía porque el año anterior Sara y su marido la habían llevado a un partido.—Bueno, sin duda te llevas el premio gordo. No se me ocurre nada más especial.
Natalia no necesitaba oír nada más. De ahora en adelante se haría con entradas para todos los partidos si eso significaba ir con Alba. Subieron los escalones hacia sus asientos en la grada superior del Raymond James Stadium y se dejaron contagiar por la excitación del ambiente del día de partido. Alba llamó a un vendedor ambulante y compró un perrito caliente para cada una y una cerveza de barril en una jarra de souvenir. Natalia estaba muy contenta por lo bien que estaba yendo el día. Le había costado un poco reunir el valor de llamar a Alba, temerosa de que ésta diría que no o consideraría que una entrada para ver fútbol americano no era lo bastante «especial». Era la primera vez que estaban juntas las dos solas desde que habían vuelto a conectar. Al principio, en el coche, la situación había sido un poco rara, casi incómoda, ya que ninguna de las dos sabía de qué hablar. Pero luego se relajaron y el viaje a Tampa discurrió entre charlas sobre el sector hotelero, las agencias de viajes y las posibilidades que tenían los Buccaneers de volverse a meter en la Super Bowl.—¿No se te hacer raro ir en contra de los Ravens?—Un poco —admitió Natalia, aunque se había hecho de los Buccaneers en cuanto dejó Baltimore. —Cuando juegan contra otro equipo los animo a ellos, pero ahora soy de los Bucs.
—Yo no fui capaz de sentirme de los Broncos en Denver. Creo que sabía que no estaría allí mucho tiempo, así que no me puse demasiado cómoda. Parece una tontería, ¿verdad?
—En absoluto. Yo habría hecho lo mismo si no hubiera estado segura de que iba a quedarme. Pero, cuando cogí el trabajo en Orlando, sabía que me quedaría aquí a largo plazo y quería integrarme.
—¿De verdad has convertido Orlando en tu hogar?
—Sí. No creo que «el hogar» sea un sitio concreto. Más bien es una manera de sentirse. Toda la gente que me importa está aquí. Y me gusta mi trabajo. Eso lo convierte en mi hogar.
Con el partido asegurado al inicio del último cuarto, decidieron salir pronto del estadio para evitar el tráfico. Alba le propuso cenar en el Flanagan's, el bar en el centro de la ciudad en donde trabajaba su amiga Marta. Una vez allí, se abrieron paso por el abarrotado local y se hicieron con una mesa alta y redonda, con dos taburetes.—Voy a coger un par de cartas —se ofreció Alba. Cuando regresó, Natalia estaba hablando con un hombre atractivo de unos cuarenta años, que había colocado su cerveza sobre la mesa. —Aquí tienes. —Los interrumpió sin miramientos pasándole la carta por encima de la mesa. —Gracias. ¿Qué me recomiendas?
Alba iba a contestar cuando el hombre se metió en la conversación.—A mí me gustan los burritos. ¿Qué me decís si traemos un par de taburetes más? Al parecer hay taburetes de sobra, pero no demasiadas mesas.—En realidad, si queréis la mesa nosotras podemos ir a la barra —interpuso Alba con sequedad. Natalia giró la cara para disimular la sonrisa. Normalmente ella era más sutil a la hora de pararles los pies a los hombres, pero el método de Alba era mucho más rápido y mucho más divertido de observar.—Bueno... no —balbuceó incómodo. —No hace falta que os cambiéis. Aquí hay sitio de sobra para todos.—Seguro que sí, pero mi amiga y yo no nos hemos visto en mucho tiempo y la verdad es que nos gustaría hablar... a solas —dijo Alba fulminándolo con la mirada. El hombre miró a Natalia, como si esperara que le echara un cable y lo invitara a sentarse. En lugar de eso, le sonrió a Alba y cogió su bolso.—Mira, acaban de quedarse dos asientos libres. Si nos damos prisa podemos cogerlos.
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Solo por esta vez- Albalia
FanfictionADAPTACIÓN -No deberíamos hacer esto -murmuró Natalia mientras le hundía los labios en la carne tierna detrás de la oreja. -Ya somos mayorcitas, Natalia. No tenemos por qué parar -le susurró Alba, audaz. Un encuentro fugaz en la recepción de un hote...