⚠ Hice un cambio en el final del capítulo anterior. Echadle una ojeada antes de leer este si no lo habéis hecho. En la nota de abajo os explico lo que ha pasado ⚠
*
Eris.
Al día siguiente, aprovechando que tenía turno de mañana en el hospital, le hice una rápida visita a Rafael para decirle que su amigo esperaba que despertase pronto, que todavía tenía que llevarle a los Acantilados del infierno y que no iría sin él. Su aspecto había mejorado; ya no tenía el rostro y la cabeza a rebosar de vendas, las heridas que estas ocultaban se habían curado a la perfección y solo quedaban visibles pequeñas cicatrices, costras y algún que otro hematoma leve. No obstante, su pronóstico seguía siendo reservado.
Llegué a casa justo a la hora de comer y me iba a tocar almorzar sola, pues Uxía estaba terminando un trabajo de clase con sus compañeras antes de exponerlo e iba a tardar. Conseguimos que no abandonase su vida por el diagnóstico, ya volvía a ser la rubia pastelosa, feliz y aplicada de siempre, aunque eso no quitaba que tuviese sus momentos de bajón.
Me dirigí a mi habitación para ponerme cómoda antes de prepararme la comida, pero mi cuerpo paró en seco antes de traspasar el umbral de la puerta de manera inconsciente, aunque sabía la razón por la que había actuado así: la confesión de anoche.
Aquel «estoy jodidamente enamorado de ti» hizo que cundiera el pánico en mi interior. Mi instinto me obligó a huir antes de que fuese demasiado tarde y yo le obedecí sin rechistar porque me sentía tan perdida, que no sabía cómo manejar la situación. Pasé la noche en vela convenciéndome de que lo que había dicho no era cierto; no podía serlo, era imposible.
Kenai no estaba enamorado; estaba encoñado.
«Ya se le pasará».
Siempre era así.
Incluso había llegado a la conclusión de que lo que yo sentía por él no era más que un mero calentón, me resultaba más sencillo darle esa lógica a la sensación de mariposas en el estómago porque me daba miedo ponerle otro nombre al cosquilleo que se alojaba en mis entrañas. Aun así, no entendía por qué no era capaz de mantenerme alejada por mucho tiempo y tampoco quería entenderlo.
Quería obviar su existencia y seguir a mi rollo, poder mirarle a los ojos y no desear que me besara, que me tocara o que, simplemente, se quedara a mi lado. Quería todo eso y a la vez todo lo contrario. Lo razonable sería huir en dirección contraria y no mirar atrás, no obstante, siempre acababa corriendo de vuelta a él.
Como ahora.
A pesar de la tembladera de mis extremidades, caminé hacia mi cama, me descalcé y me subí a ella, quedando de cara a la pared que comunicaba con el dormitorio de la tangente de la que tanto me estaba costando despegarme. Tragué saliva y di unos cuantos golpes con los nudillos. No obtuve respuesta.
—Kenai.
Silencio.
Volví a golpear la pared y, al cabo de unos segundos, le escuché en la lejanía.
—¿Eris?
—Sí.
—¿Pasa algo?
Noté sus pasos acercarse y el pulso se me aceleró.
—No —negué.
—¿Entonces qué quieres?
—No... no estoy segura.
Inhaló en profundidad y luego expulsó el aire con lentitud.
—Mira, deja de marearme, por favor —dijo, cansado—. Adiós, Eris.
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Tangente
RomanceEris sigue un método tangencial inquebrantable en sus relaciones hasta que el chico detrás de una de ellas despierta las mariposas que ella insiste en vomitar. * Para Eris, las historias amorosas son matemáticas. Líneas o curvas que se encuentran, q...