Kenai.
Por primera vez en mucho tiempo, me pasé la noche en vela por un motivo de peso y no precisamente por mi insomnio. No pensé que Eris aceptaría llevarme al hospital e intentaría que me dejaran ver a Rafa, así que tenía un gran problema: la pulsera de localización permanente. Ni siquiera había pensado en ello cuando le pregunté si podía verle, lo único que tenía en mente era a Rafael y nada más. Había estado durante horas buscando formas de deshacerme de ella de manera segura, sin tener que romperla y sin tener que cortarme el pie.
Por suerte, a eso de las siete de la mañana di con un vídeo que podría llegar a salvarme el pellejo y permitirme ver a mi amigo sin ningún problema. Si me lo montaba bien, podía salir todo a pedir de boca y sin que me pillase la policía. Lo único que necesitaría sería una bolsa de basura y algo que hiciese las cosas resbalar, como la mantequilla.
Había esperado a que dieran las diez para llamar a Miguel y que fuese a comprarme aquello que necesitaba. Además, iba a necesitarle para que se quedara en casa para cubrirme y avisarme en caso de que los oficiales llamasen o decidiesen hacerme una inesperada visita; aquel era el único inconveniente que veía, por todo lo demás, la misión podría salirme bien. Al menos, era lo que esperaba.
Caminaba de un lado a otro con nerviosismo mientras esperaba a que el pelirrojo llegara a mi casa; tenía el corazón latiéndome muy rápido, tenía miedo de que todo se torciera y me metieran en la cárcel por quebrantamiento de la pena que me habían impuesto. Iba a entrar en prisión de todos modos, pero no quería adelantarlo y que me costase más años.
El timbre de la entrada sonó y mi cuerpo se paró en seco. Tragué saliva y respiré en profundidad antes de ponerme en camino hacia allí y recibir a Miguel. Cuando llegué y abrí la puerta, su radiante sonrisa caló en mis ojos a la vez que levantaba ambas manos con lo que le había pedido que me trajera.
—Sabía que me llamarías —dijo con alegría—. ¿Para qué quieres esto?
—Para algo que no te va a gustar —respondí y tomé las cosas para después dirigirme al salón.
La calabacita cerró a su espalda y me siguió sin demora alguna. Luego de sentarme en el sofá, subir el pie sobre la mesita de centro y remangarme el pantalón del pijama, procedí a abrir la mantequilla y a untármela por los alrededores del localizador. Miguel se quedó de pie a unos pasos de mí, observando mi acción con una neutralidad que avecinaba una inminente bronca.
—Dime que es para evitar rozaduras —pidió.
—Es para evitar rozaduras.
—¿Es para evitar rozaduras? —Arrugó el entrecejo, adquiriendo seriedad.
—No.
Su rostro se desencajó y continué con mi acción sin prestarle mayor atención. En cuanto terminé con la mantequilla, cogí el paquete de bolsas de basura y saqué una de ellas para después meter el pie en ella e ir introduciendo los extremos poco a poco debajo de la pulserita de mi tobillo.
—No puedes hacer eso —avisó.
—Por poder, puedo. Vi un tutorial.
—No debes hacer eso —se corrigió.
—Eso es otra cosa.
—Pero aun así lo vas a hacer.
Cuando hube terminado de meter la bolsa donde correspondía, deslicé los extremos hacia abajo, dándole la vuelta hasta ser capaz de quitar completamente el localizador junto con la misma. Mis ojos se abrieron de par en par sin llegar a creerse que lo hubiese conseguido.
—Sí —respondí.
Miguel se había quedado boquiabierto y no parecía que las palabras le fueran a salir, así que, simplemente, seguí con lo mío sin esperar una pronta reprimenda. Dejé todo sobre la mesita de centro y me coloqué el bajo de los pantalones antes de levantarme del sofá y caminar hacia mi amigo. Al estar a pocos pasos de él, le tomé de los hombros y sonreí con los labios apretados, haciendo que pudiese interpretar mis gestos con lo que diría a continuación.
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Tangente
RomanceEris sigue un método tangencial inquebrantable en sus relaciones hasta que el chico detrás de una de ellas despierta las mariposas que ella insiste en vomitar. * Para Eris, las historias amorosas son matemáticas. Líneas o curvas que se encuentran, q...