🦋 Capítulo 17

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Eris.

—¿Te has hecho daño? —le pregunté con la respiración agitada; se había dado con el codo en la pared.

—No, tranquila. —Sonrió mientras se frotaba la zona afectada.

Respiré hondo, tragué saliva y despegué la espalda del colchón para después pasar una de mis manos por su nuca, atraerla a mí y así tener mejor acceso a su boca. Ella me correspondió de inmediato, dejándome saborear el alcohol en su saliva, enredando sus dedos en los tirantes de mi camisa y poniéndome la carne de gallina. Jugueteaba con ellos, haciendo de la acción una tortura al no saber cuándo los deslizaría por mis hombros y me despojaría de la parte de arriba.

Había aprovechado que los miércoles libraba y que al día siguiente no tenía que madrugar, para poder salir y divertirme un poco. Conocí a una chica de ojos marrones en el bar al que había ido, seguí el método tangencial al pie de la letra, no nos habíamos dicho los nombres y, luego de unas cuantas copas y una charla bastante cómoda y sugerente, decidimos irnos a algún lugar más íntimo. Uxía no se encontraba en casa, así que me beneficié de ello para poder acabar la noche allí.

No solía hacer esto, solo en casos excepcionales cuando no se podía ir a otro sitio y con quienes consideraba que no me darían problemas en el momento de la despedida; les dejaba en claro que quería que se fueran a primera hora de la mañana. Si accedían, bien. Si dudaban o soltaban alguna queja, mal. Eso significaba que tendría que echarles a patadas y lo último que necesitaba recién levantada era tener conflictos. Necesitaba estar segura de que se marcharían por su propio pie sin rechistar.

Mi tangente se encontraba a horcajadas sobre mí, acompañando los movimientos de sus labios sobre los míos con un suave vaivén de sus caderas sobre mi pelvis. Descendí hasta el borde inferior de su camiseta y la fui elevando poco a poco, hasta que la chica subió los brazos y me permitió sacársela y dejarla en sujetador. Estuve a punto de proceder con la prenda que ocultaba sus pechos, pero ella no me dejó.

Tomó con fuerza mis hombros y me empujó hacia atrás hasta que volví a quedar tumbada en la cama. Me quedé observándola con los ojos muy abiertos y el pecho subiendo y bajando sin cesar. Se inclinó muy despacio hacia a mí, haciendo que sus mechones castaños crearan una cortina a ambos lados de su fino rostro. Dejó un húmedo beso en mi mandíbula y fue dirigiéndose a mi cuello a la par que sus manos iban directas al botón de mis vaqueros.

Los desabrochó en menos de un segundo y bajó la cremallera. Sujeté su cintura y le clavé las yemas en la piel en cuanto noté como dos de sus dedos se posicionaban en cierto punto sobre la tela de mis bragas. Jadeé en su boca y ella rio.

—Por favor, idos a un puto hotel. —Una voz masculina nos interrumpió.

La morena y yo nos miramos con el ceño fruncido, procesando lo que acabábamos de escuchar. Ella apartó su tacto de mi zona íntima y se reincorporó. Yo hice lo mismo apoyando los antebrazos y con la vista pegada en la pared que tenía al lado.

«No me jodas, tío».

—¿Quién ha hablado? —me preguntó la chica, nerviosa.

Fui a contestar, pero mi vecino decidió hacerlo por mí. Bufé, apreté los labios y rodé los ojos.

—Yo, estoy al otro lado. —Dio dos golpes en el muro que nos separaba.

—Kenai, vete a la mierda —espeté, rabiosa.

—Vete tú, no te jode. —Se le escuchaba cabreado.

—¿Se... va a quedar ahí? —quiso saber mi nueva tangente.

—No —negué.

—De aquí no me muevo —sentenció él.

—Eres... ¡insufrible!

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