En cuanto abrí las puertas de la iglesia, quise que la tierra me tragase. Los ojos de todos los invitados se pusieron sobre mí con aire curioso, aunque algunos me observaban con cierta molestia porque la ceremonia ya había empezado. Los ignoré y busqué al par de aceitunitas verdes que me interesaba, pero estas ni siquiera me miraban. Oliver estaba solo, cabizbajo, nadie se había sentado a su lado y parecía nervioso.
Respiré hondo y caminé en silencio hacia el banco en el que se encontraba. Él no se dio cuenta de mi presencia cuando me senté a su lado, tenía la atención puesta en su teléfono móvil. Hablaba con su amiga.
Oliver: ya ha pasado más de una hora, ¿dónde estás?
Sabri: acabo de llegar, te he dejado una sorpresa.
Oliver: ¿qué sorpresa? ¿Me has traído besitos de fresa?
—Me ha traído a mí —susurré haciendo que pegase un brinco y me mirase con el susto reflejado en su rostro—. Y lo siento, pero no llevo tus chuches favoritas encima.
—Mar... Eris —carraspeó la garganta, inquieto—. ¿Qué haces aquí?
—Tú me invitaste.
—¿Eso quiere decir que me perdonas?
—Eso quiere decir que cumplo mis promesas.
Su ánimo cayó en picado.
—¿No me perdonas?
Las dos señoras mayores que se encontraban delante de nosotros nos mandaron callar con un «chis» y una mirada amenazadora. Oliver volvió a carraspear y puso su atención en los novios que se intercambiaban palabras con el Cura.
No le respondí, no era momento para tener esa conversación y menos con aquellas ancianas tan cascarrabias pendientes de nosotros. En su lugar, me lo comí un poquito con los ojos. Iba guapísimo con ese traje pegadito y esos ricitos tan bien definidos. Las ganas que tenía de poder manosearle entero casi podía sentirlas en mis...
Enseguida negué con la cabeza para deshacerme de esos pensamientos.
Estaba en una iglesia.
Dios me vigilaba.
Eché un vistazo a mi alrededor con la intención de distraerme, hasta que vi a algún que otro invitado mirando a Oliver como si no fuera bienvenido. Eso me obligaba a observarles hasta que se sentían incómodos y dejaban de dar por culo. Me faltaba bufarles y escupirles en un ojo, pero tampoco iba a ser maleducada.
La ansiedad del ricitos empezaba a ser evidente, pues la exteriorizaba moviendo involuntariamente su pierna derecha y arrancándose los pellejitos de los dedos sin darse cuenta de las heriditas que se provocaba. Quise frenar aquella tortura igual que él había hecho conmigo más de una vez, así que le tomé la mano y entrelacé mis dedos con los suyos.
Antes de que se desmayase por la presencia de sangre, saqué un pañuelo de papel del bolsito y lo pasé con suavidad por los laterales de sus uñas. Oliver tragó saliva al comprender mi acción y apartó la mirada, no sin antes regalarme caricias en la mano con su dedo pulgar.
🦋
Cuando los novios se dijeron el «sí, quiero», nos fuimos al salón de bodas a cenar. Nos habían puesto en una mesa solos. Los recién casados habían pensado en la escolta de Oliver y le pusieron con nosotros. A pesar del buen gesto, mi padre rechazó la invitación al estar de servicio. Se quedó al margen mientras hacía su trabajo y le daba de comer pipas a Donette.
Cenamos en completo silencio, a excepción de algún que otro comentario sobre la comida y un bebé que no paraba de llorar en alguna de las mesas. La tensión casi podía cortarse con un cuchillo. Él parecía tener vergüenza de hablar y a mí me costaba empezar una conversación después de una discusión.
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Tangente
Любовные романыEris sigue un método tangencial inquebrantable en sus relaciones hasta que el chico detrás de una de ellas despierta las mariposas que ella insiste en vomitar. * Para Eris, las historias amorosas son matemáticas. Líneas o curvas que se encuentran, q...