Dieron las tres de la tarde y creí que ya era hora de preparar algo para comer, pero enseguida me percaté de que no había ni una sola cosa en la cocina que pudiera llevarme a la boca; la nevera, los armarios, cajones..., todo estaba vacío y tenía un dilema existencial. ¿Podía saltarme el arresto para salir a hacer la compra? ¿O aquello me llevaría directo a la cárcel? Estaba a nada de llamar a comisaría para preguntar, debía de ser el único tonto al que se le pasaba por la cabeza hacer algo así.
Cerré la puerta de un armarito y me dispuse a marcar el número de comisaría, no obstante, antes de que pudiera hacerlo, alguien tocó el timbre de casa. Arrugué el entrecejo y me dispuse a abrir con una notable confusión en mi rostro. Cuando abrí, un chico con los rizos del color de las calabazas y de ojos verdes apareció ante mí; le reconocí como uno de mis amigos de la infancia, uno de esos tantos con los que ya no me llevaba.
Tenía una alegre sonrisa plantada en la cara y un par de bolsas de la compra en cada mano. Arqueé una ceja estando más confundido a cada segundo que pasaba.
—¿Miguel? —pregunté.
—El mismo.
—¿Qué haces aquí?
—Las noticias vuelan... —Se encogió de hombros—. Te he traído la compra.
—¿Por qué?
—La necesitas.
—Sí, pero ¿cómo sabías tú eso?
Cerró los ojos y amplió su sonrisa en la que me enseñaba todos sus dientes, lo que me hizo ver que estaba evadiendo la pregunta y que no me la contestaría por mucho que le insistiera o, al menos, no me daría una información enriquecedora.
—Solo dame las gracias y ya.
—Gracias —agradecí.
Sin más, me hizo a un lado alzando levemente uno de sus codos para darme un pequeño empujón y así poder acceder a mi departamento. Le seguí con la mirada hasta que desapareció al adentrarse en la cocina. Mientras me rascaba la nuca sin entender muy bien la situación que estaba teniendo lugar, cerré la puerta y me mantuve unos instantes pensando en ello.
La relación que tenía con mis antiguos amigos se rompió hace muchísimo tiempo, ya fuese porque ellos no querían juntarse con una persona que había "cambiado" tanto y se había vuelto una muy mala influencia o porque yo tenía otros asuntos de los que preocuparme en vez de mantener mis amistades de toda la vida. No iba a negar que yo también puse mucho de mi parte para nos olvidásemos los unos de los otros, conocí a otra gente y me fue más sencillo desaparecer de la vida del resto.
Por esa misma razón, después de todo lo que había pasado, no me entraba en la cabeza como era posible que Miguel estuviese conmigo en ese momento y por qué se había tomado la molestia de traerme comida para pasar el "confinamiento" forzado. Él era el que más enfadado debería de estar conmigo, el que tendría que guardarme rencor por lo gilipollas que fui con él cuando solo intentó ayudarme.
Me aproximé hacia la entrada de la cocina y me quedé apoyado contra el marco observando cómo el pelirrojo ponía las bolsas sobre la encimera e iba sacando los productos alimenticios de las mismas para ir colocándolo todo. En el instante en el que le vi sacar un envasado de pechugas de pollo, mis ojos casi se salieron de sus órbitas.
—Eh, eh, eh, eh. Alto ahí —intervine caminando hacia a él—. Eso te lo puedes llevar.
—¿Por qué? —preguntó, confuso—. ¿No te gusta el pollo? No te preocupes, también te he traído filetes de ternera. —Los sacó de la bolsa y me los mostró con una cálida sonrisa.
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Tangente
RomanceEris sigue un método tangencial inquebrantable en sus relaciones hasta que el chico detrás de una de ellas despierta las mariposas que ella insiste en vomitar. * Para Eris, las historias amorosas son matemáticas. Líneas o curvas que se encuentran, q...