Kenai.
Marina me tenía hipnotizado.
Era la perfecta personificación del mar.
Ese vestido azul marino le quedaba de infarto. La tela bailaba sobre su cuerpo como las olas con cada movimiento de cadera. Nadie podría lucirlo mejor. Me ahogaría encantado en ella.
Me dejé arrastrar por su suave oleaje hacia las profundidades de los baños sin dejar de mirarla. Ese culo me volvía loco, solo esperaba poder perderme entre sus nalgas mientras hacíamos las «paces», porque sabía perfectamente lo que eso significaba.
Entramos en uno de los cubículos y la canija echó el pestillo. Antes de que se diera la vuelta me acerqué a ella y le susurré al oído:
—¿Cómo quieres hacer las paces?
Mi pequeño caos con patas se giró despacio, hasta que nuestros rostros quedaron muy juntos.
—Así —respondió tomándome por la nuca para besarme, pero la frené a tiempo.
—¿«Así» cómo? —provoqué rozando mis labios con los suyos—. Quiero que me digas lo que hacer.
—¿Por qué?
—Quiero compensarte.
Ahora que habíamos solucionado las cosas, quería complacerla. Haría todo lo que me pidiera.
Deslicé uno de los tirantes del vestido por su hombro, dejando una suave caricia con mi dedo en su piel. Ella se estremeció y su respiración vibró antes de pronunciar su primer deseo.
—Quiero que me folles.
—¿Cómo? —Acaricié sus brazos—. ¿Suave o...?
—Duro —me interrumpió—. Muy duro.
Marina, sin ningún tipo de vergüenza, me agarró el paquete con firmeza y me lamió la boca. La presión en mis pantalones aumentó y una sonrisa de medio lado se hizo presente en mi cara. Me encantaba cuando tomaba el control de esa manera.
—Bien, quítate el tanga —ordené con picardía.
—Quítamelo tú.
—Será un placer.
Me arrodillé ante ella sin dejar de mirarla mientras mis manos pasaban con delicadeza por sus piernas, erizándole el vello. Hice que las separase un poco y después me colé debajo de la falda de su vestido. Su ropa interior era de color negro y el tanga en cuestión tenía algún que otro detalle de encaje que me encendía por dentro.
Enredé los dedos en los extremos de la única prenda que me separaba de su intimidad y se la fui bajando poco a poco. Le dejé algunos besos húmedos en el vientre, en las caderas y, cuando me deshice del todo de aquel trozo de tela, también en el pubis. Admiré su coño y quise explorar con la lengua cada pliegue. Quería saborearla hasta que se corriese del gusto, pero no sería aquella noche. Necesitaba verle la cara en el proceso y aquel fastidioso vestido me lo impedía.
Me aparté la falda de encima y me incorporé con su tanga en la mano. Tras guardármelo en uno de los bolsillos de mis pantalones, me quité la chaqueta del traje, tomé el bolsito de la canija y los dejé sobre la tapa del váter. Al regresar con ella, la tomé de la cintura y la besé.
Mi boca se movía con ferocidad sobre la suya, haciendo que nuestros dientes chocaran de vez en cuando. Su lengua exigía el contacto de la mía cada vez que separábamos los labios y sus manos desabrocharon mi cinturón y me bajaron la bragueta con desesperación.
«Tan impaciente como siempre».
Le di la vuelta con rapidez y la empotré contra la puerta del servicio, arrancándole un pequeño grito. La mirada que me lanzó por encima del hombro fue lasciva y me invitaba a seguir jugando. Marina echó las caderas hacia atrás a conciencia, presionando su precioso trasero contra el músculo que crecía entre mis piernas.
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Tangente
RomanceEris sigue un método tangencial inquebrantable en sus relaciones hasta que el chico detrás de una de ellas despierta las mariposas que ella insiste en vomitar. * Para Eris, las historias amorosas son matemáticas. Líneas o curvas que se encuentran, q...