Eris.
—¿Qué te han dicho en el médico? —le pregunté a Uxía en cuanto me acordé de que hoy tenía la cita.
Nos encontrábamos en el salón comiendo, hacía unos minutos que la rubia había llegado de clase y no se la veía con muy buena cara para lo alegre que solía ser. Había acudido al ambulatorio en la mañana y lo único que me había dejado por mensaje es un "voy corriendo al instituto, luego te cuento".
Era muy estudiosa y se negaba a perder días de clase, le había visto acudir estando mala con las anginas. Incluso hace unas semanas, cuando fue su cumpleaños número veintiséis, se negó rotundamente a soltar los libros para celebrarlo tranquilamente conmigo, aunque luego se tomó un descanso para comer tarta y hacer el canelo en el salón con la música que salía en aleatorio de nuestro reproductor.
—Me han mandado una ecografía, la tengo la semana que viene —contestó apenada—. Eso es mala señal, ¿verdad?
—No, es una forma de dar un diagnóstico más seguro. Tú tranquila.
Uxía respiró aliviada y me mostró una muy radiante sonrisa en sus labios que logró reconfortarme al completo. Amaba como trasmitía sus emociones y como las contagiaba con tan poquito, aquella era una de las muchas cosas que me hacían verla con ojos de enamorada empedernida. Pero a ella no le gustaban las mujeres en el mismo sentido que a mí, así que poco podía hacer al respecto. Siempre sería mi asíntota, una que no me gustaría perder nunca.
Tan pronto como empecé a pensar en asíntotas, se me vinieron a la cabeza el resto de líneas y curvas con las que bautizaba las relaciones sobrantes, más concretamente las tangentes. Kenai comenzó a adueñarse de mis pensamientos con el paso de los segundos hasta que solo era capaz de vislumbrarle a él, a su burlesca expresión, su voz suave y su manso carácter.
¿Por qué narices se había tenido que mudar al edificio que estaba al lado del nuestro? ¿Y por qué justo en el piso que daba con el nuestro? Compartíamos la pared de nuestras habitaciones y eso no hacía más que quitarme las ganas de entrar en mi cuarto. Era tan estúpida algunas veces, que estaba segura de que dormiría en el sofá si se empeñaba en tocarme los ovarios.
—Marina, ¿estás bien? —inquirió mi amiga en un tono preocupado.
—Sí, ¿por?
—Llevas un rato linchando a ese huevo. —Señaló mi plato.
Descendí la vista hasta este, viendo las pocas judías verdes que me quedaban y el huevo cocido atravesado tropecientas veces por mi tenedor; había acabado deshaciéndolo sin darme cuenta. Dejé caer el cubierto y bufé con exasperación mientras que me restregaba la cara con insistencia.
«Estoy acabada».
—Hay una tangente viviendo en el piso de al lado, en el otro edificio —comenté estresada.
—No me jodas —expresó con sorpresa; su boca se había quedado abierta—. ¿Cuál?
—La de Okmok.
—¿Al que le pusiste el nombre del novio de la Barbie?
—¿Qué? —Arrugué la nariz.
—Ken.
«Ah».
—Kenai —corregí.
—Oh, como el oso.
—¿Qué oso? —Fruncí el cejo.
Cada palabra que salía de su boca me descolocaba más.
—¿No has visto "Hermano oso"?

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Tangente
RomanceEris sigue un método tangencial inquebrantable en sus relaciones hasta que el chico detrás de una de ellas despierta las mariposas que ella insiste en vomitar. * Para Eris, las historias amorosas son matemáticas. Líneas o curvas que se encuentran, q...