Capítulo 41

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No muy retirado de la mansión, en las profundidades del bosque de Londres, Liam manejaba su vehículo a velocidad. Niall, con la cabeza recargada en el vidrio de la ventana, observaba a su alrededor sin estar consciente en realidad. El monólogo del mayor, los reniegos, y sus rugidos, no eran suficientes para sacarlo del trace, tampoco el paisaje natural que tanto amaba, y menos aún, los constantes brincos del auto por las condiciones agrestes del camino.

—Zayn, Zayn… — Cantó Liam. Las manos prendidas con fuerza brutal en el volante — Fui tu amigo, el más leal, ¡¿y así me lo pagas?! ¡Lo único que deseo es volver a la prisión! ¿Por qué me obligas a esto? — Vio de reojo a Niall, tan callado y dócil, lo odió, ¡era el culpable del cambio en Zayn!, ¡lo había vuelto blandengue, arisco y maricón!

Deseó hacerle daño, y no frenó sus impulsos; a puño cerrado, golpeó su cabeza, conmocionándole cuando su frente chocó contra el cristal blindado. Niall quedó inconsciente, más laxo que antes.

— ¡Estúpido! — Liam sudaba a chorros; apresurado como sus pensamientos, bajó una prolongada colina verde y a la distancia pudo vislumbrar la cabaña abandonada. La misma donde habían tendido la trampa a Harry, antes que éste fuera encerrado en la cárcel por supuesto multihomicidio.

Hundió su pie en el acelerador. El tiempo corría en su contra. Si Zayn no demoraba en liquidar a Harry se daría cuenta rápidamente de la ausencia de Niall; preguntaría a sus hombres, y Dmitri respondería… Justo lo que quería. Sólo deseaba un poco más de tiempo, sólo un poco.

La cabaña, en medio de la nada, estaba decorada con pasto seco en derredor y árboles de ramales deshojados, largos y torcidos. Similar a una mancha marrón, contrastaba entre el inmenso verde brillante; como una maldición a la sangre que se había derramado, ninguna planta volvió a crecer, y si se buscaba, tan solo por ociosidad, un adjetivo para calificarla, macabra, le sentaba muy bien.

El coche de Liam frenó con precipitación, levantando una ráfaga de polvo.

Salió del auto, sin cerrar la puerta siquiera, lo rodeó y abrió la del copiloto. Sacó al desvanecido Niall, cargándolo hasta la cabaña.

De un puntapié, abrió la débil puerta. Liam observó el interior, vacío, lúgubre; en las mismas condiciones de tiempo atrás. Atravesó el umbral, respirando un olor nauseabundo. Habían pasado poco más de dos años y el hedor a sangre, a carne podrida, se negaba a marcharse. En mezcla con la humedad y madera rancia, formaban una fragancia tan vomitiva que convertía la pestilencia de un perro muerto en un perfume soportable.

Dejó caer a Niall sobre la duela inestable, la madera crujió, o quizá fueron sus huesos. Liam no se preocupó.

Estudió la estancia con sus nerviosos ojos hasta detenerse en una columna delgada recubierta con corteza de árbol; sonrió malicioso.

—Zayn… Tú me dejaste sin opción, amigo.

Retornó a su auto, igual de presuroso y levantó la cajuela; iba preparado: Una soga trenzada, un par de galones metálicos y una botella de vino. Masajeó su cuello adolorido y pensó si quizá no se estaba precipitando, o si quizá, inconscientemente, sabía de la decisión de Zayn e iba listo para ella: Si he de descender al infierno, solo no, solo jamás. El graznido de un cuervo interrumpió sus cavilaciones en abrupto –rió, indeciso- en realidad, cualquier sonido ya lo sacaba de quicio; que si el silbar del viento erizaba los vellos de su nuca, o el chirrido de las ramas marchitas friccionándose repercutía en los bombeos de su corazón; bufó, escrutando el sendero principal, las colinas más alejadas y cercanas, pero todo seguía desierto. Tomó sus cosas, dejó la botella a medio camino, entre unos helechos secos, y regresó a la choza.

Invicto »n.sDonde viven las historias. Descúbrelo ahora