Capítulo 45

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La fiesta había concluido a la perfección. Niall estaba exhausto, pero se negó a irse de la residencia que había transformado en escuela. Después de todo, él vivía allí, en la nueva sección que construyó. Barbara se marchó preocupada por el semblante decaído que hacia el final, no pudo seguir ocultando, y Zayn ni siquiera tuvo las agallas de despedirse. Niall le vio la mirada arrepentida a lo lejos. Maura fue la más insistente, pero Olivia logró convencerla para que se marcharan juntas; Niall le agradeció con una dulce sonrisa. Anhelaba la soledad más que nunca. Despidió al último invitado y a su nuevo personal de docencia.

Cerca de las tres de la mañana, Niall se encontraba tan solo como quería. El clima estaba de su parte, los nubarrones de la tormenta que sentía por dentro, se presentaron en el firmamento, y las lágrimas que no podía derramar debido al impacto de la noticia, brotaron del cielo en ligeras y cadenciosas gotas de lluvia.

Niall siguió en la terraza, mirando el lago oscuro; el viento jugando con su cabello y mojándose sin importarle ni un poco. Se deshizo de la molesta corbata, también del ceñido saco de vestir. La lluvia cobró vigor, repicó en el agua del lago, en el pasto y la tierra, el rubio apenas pestañeó. Las centellas iluminaban por segundos el cielo borrascoso, rugían como armas de guerra, azul eléctrico, rojo volcánico.

Por ello, tras una tremenda irradiación, Niall no estuvo seguro si la luz de su recámara había sido encendida, o estaba así desde el principio.

Volvió con la duda. Subió las escaleras, y escuchó el gorgoreo de un recién nacido, tan límpido, que por un instante, sus piernas se paralizaron en el ascenso.

Abrió la puerta con la mano temblorosa, y desde luego, deseó que un rayo lo hubiese calcinado allá afuera, en la tormenta. La parálisis se extendió por toda su anatomía y se quedó así: con la mano en la chapa, y la puerta medio abierta.

No era un delirio, tampoco un sueño-pesadilla. Harry estaba allí. Sentado en un sillón en una postura autosuficiente, arrogante como en sus recuerdos, se fumaba un cigarrillo. Sin embargo, estaba tan guapo, que Niall se embobó contemplándole. El tiempo le había venido de maravilla, y hasta la severa expresión del ceño fruncido, se veía galante en su rostro. Harry tardó en expulsar el humo del cigarro, observándolo también, de pies a cabeza; ardía en cada parte de cuerpo que los ojos metálicos recorrían. Niall no era consciente de su alrededor, sólo existían ambos. Su deseo más ferviente en esos cinco años se presentaba, y él ni siquiera podía mover las extremidades de la impresión, de la represión que su cabeza mantenía sobre el corazón.  Un gemidito, breve pero suficiente para romper el contacto visual, latigueó en los oídos de Niall. Giró el cuello en dirección a su cama, y le vio: un pequeño bulto de mantas, con un rostro pálido sobresaliendo entre ellas, y unas manitas sonrosadas apuntando al cielo. Nunca odió tanto una cosita tan pequeña y frágil.

Tan bella e inocente. Le revolvió el estómago como si se tratara de un animal en putrefacción. El bebé gimió de nuevo, y Niall lo odió más. Se llevó las manos al rostro, cubriendo un lamento, y la mueca de horror. Harry le examinaba desde su asiento, sin emitir palabras, midiendo su reacción. Apagó el cigarrillo.

No pudo con la situación. Le superó con creces, y terminó por huir. Corrió hacia las escaleras, con el rostro lloroso. Zayn había dicho la verdad. La mujer había reventado y ése bebé era hijo de Harry. ¿A qué regresaba?¿A restregárselo en su cara? Perdió el equilibrio en los últimos escalones, y cayó con escándalo. El susto pareció aclararle la bruma en sus pensamientos y el dolor en su tobillo torcido aminoró el del alma. Intentó ponerse de pie, volver a correr, lejos de Harry, pero no pudo sostenerse en ambos pies. El dolor era insoportable.

Escuchó las pisadas calmadas del mayor aproximándose. Niall se apoyó en el pasamano, y aguantando una punzada en extremo molesta, se alejó renqueando.

Invicto »n.sDonde viven las historias. Descúbrelo ahora