Capítulo 11

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Barbara salió de la academia hastiada, cansada de todas las clases que anteriormente disfrutaba, su frustración había llegado a tal grado que se vio obligada a dejar las dos últimas clases colgadas; no le estaba yendo nada bien, los profesores habían hablado con ella por la extraña actitud que arrastraba a sus dibujos y pinturas, pero ella negaba todo y prometía enfocarse enteramente a sus estudios y prácticas.

De nuevo, sus pies se dirigieron al bar que un par de días atrás había visitado, del que salió completamente borracha pero con el dolor de su corazón anestesiado.

Se sentó y ésta vez pidió una cerveza. Se la bebió lentamente, disfrutando de su amargo sabor y observando el pequeño bar, sonrió ligeramente, ¿quién pensaría que la tímida Barbara Palvin estaría en un lugar como ese?

Todos pensarían, ¡tan inapropiado para una jovencita decente y estudiosa! Pero ella no. Ahora, nada parecía tener importancia. Ni si quiera el peligro que amenazan esos lugares.

Giró su banco hacia la barra y se dedicó a ensimismarse. La puerta del bar se abrió por enésima vez, chocando contra la campanita qué con su sonido, anunciaba la llegada de un nuevo cliente, el ruido incesante de tantas personas que entraban y salían se hacía costumbre a los tímpanos de cualquiera y terminaban por ignorarlo. El recién ingresado se sentó a un costado de Barbara, ésta pareció salir de sus ensoñaciones, parpadeo un par de veces y miró la oscuridad qué poco a poco iba predominando en Munich, pronto sería de noche.

Se percató del recién ingresado; un hombre rellenito y canoso que se postro a su costado bebiendo una cerveza y platicando amenamente con el cantinero mientras en un gesto imprevisto se empinaba la botella sorbiendo hasta la última gota de alcohol y cuando volvió a colocar la cerveza, ya vacía, en la barra, algo relució en su mano izquierda.

—Disculpe, ¿podría decirme la hora? —Preguntó tímidamente Barbara, el hombre giró la cabeza en su dirección y asintió arremangándose el abrigo para observar su reloj.

Como acto reflejo, Barbara también observó la muñeca donde portaba un elegante reloj plateado que contrastaba tremendamente con sus ropas raídas.

Barbara entrecerró los ojos, ¡aquél reloj le parecía bastante conocido!

Su corazón bombeó con fuerza… ni siquiera escuchó las palabras del hombre respondiendo a su pregunta…

No, debía estar confundida, sí, eso era…

—Gracias — Musitó y el hombre volvió a asentir.

Palvin siguió bebiéndose el resto de la cerveza, mirando de soslayo el reloj qué a cada minuto que la manecilla marcaba incrementaba su duda.

Pasó un cuarto de hora y la duda seguía carcomiéndole, siendo imposible seguir con la larga tortura de su dilema mental decidió sacarse la espinita, respiró pesadamente, sólo había una forma de estar segura…

— Bonito reloj —Dijo de pronto la castaña, ganándose la atención del hombre de cabello grisáceo — Se acerca el cumpleaños de mi padre, ¿Dónde lo ha comprado? – El mayor la miró con desconfianza, pero después de inspeccionarla pareció relajar su tensado rostro.

— Un hombre me lo vendió — Dijo simplemente, no pareciendo estar muy cómodo con el tema, y las sospechas de Barbara incrementaron.

—¿Es original? —Volvió a cuestionar, el hombre asintió ofendido.

—¡Por supuesto! —Exclamó eufórico, Barbara sonrió forzadamente.

—Entonces jamás podré comprarle uno, son demasiado costosos – La chica forzó un gesto de decepción — ¿Puedo, al menos tocarlo, verlo de cerca? — El hombre canoso se aclaró un par de veces la garganta, pero le fue imposible negarle la petición y se lo sacó, sin ánimo.

Invicto »n.sDonde viven las historias. Descúbrelo ahora