Capítulo 27

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Según Barbara, la recamara de Niall era como la de una señora amargada y exageradamente pulcra. Con su enorme cama bien tendida de colchas pomposas y lisas, un sillón tipo Luis XIV, nada cómodo a simple vista, un enorme librero saturado de obras que iban desde famosos cuentos hasta enciclopedias del psicoanálisis más complejo, también, había un escritorio con más libros, revistas, cuadernos, y una pequeña computadora portátil. Y por último, más al fondo, al lado de un gran ventanal, un pequeño tocador con un par de portarretratos, demás artículos y varias figurillas de animales salvajes.

Barbara se echó en la alfombra marrón, observando debajo de la cama.

—¡No puedo creerlo! —Gimió sorprendida —No hay nada debajo, ¡qué raro eres!

—¿Pues qué esperabas encontrar?

—Es que es una ley: debajo de cada cama debe haber un descenso al infierno. La mía, por ejemplo, parece que va directito a los aposentos de Satanás —Ambos soltaron una larga risotada —¡Ah ya sé!, tú prefieres aprovechar el espacio para esconder a alguien en un momento de emergencia.

Niall se coloreó, ensanchando sus ojos.

—¡Claro que no!

—¡Te has puesto como tomate!, ¡Sí lo has hecho!

—¡No!

—¡¿No me digas que eres virgen?! —Niall le tapó la boca, enrojecido hasta
la punta de los cabellos. Barbara ya se carcajeaba.

—¡Me babeaste la mano! —Se quejó, limpiándose en su pantalón.

—¡Contéstame! —Exigió entre risas —Seguramente también te han babeado otras partes —Y se desatornilló de la risa. El rubio cedió a su contagiosa alegría ante semejante comentario.

—Ya cállate Palvin, si no, no te lo diré —La castaña guardó la compostura de inmediato y se incorporó limpiándose las lágrimas.

—Venga pues, respóndeme, ¿eres virgen? —Niall bajó la mirada con un suave candor en sus mejillas. Negó sutilmente. Barbara encaró una ceja expresando una mueca indescifrable; con seriedad absoluta y una pizca de amargura habló usando su típico acento grave —Fue con un hombre ¿verdad? —Niall alzó la mirada celeste muy asombrada, y por su semblante, Barbara obtuvo la respuesta —Acaso, ¿ése hombre no fue Louis?

El jovencito no se indignó, al contrario, sonrió ligera y naturalmente.

—¿Tú también te creíste de los chismes que pululaban en la academia?, ¿O supiste de la confesión de Christa?

—Un poco de las dos —Niall asintió — ¿Entonces? —Siguió la castaña, ansiosa.

—Sí, es cierto —Barbara sintió un frío vacío en el estómago.—Fue con un
hombre —Compuso el rubio —Pero no con Louis, él siempre fue mi amigo y nada más.

—Bueno… —Barbara volvió a sonreír, con el ánimo restablecido —Perdón por mi intrusión, no tenías por qué decirme.

—Eres mi amiga, por ti estoy aquí, lo mínimo que puedo hacer es hablarte con la verdad —Conmovida, la muchacha le sujetó las manos.

—No, no quiero que te sientas en deuda conmigo, no tienes compromiso alguno —Su dulce sonrisa cambió a una traviesa —Pero ya hondando en el tema, dime, ¿quién fue el que se llevó el premio? ¿Lo conozco, estudia en bellas artes?

—¿Premio, cuál premio? —Niall fingió demencia, mordiéndose los labios para no reír.

—¡No te hagas el inocente! ¿Quién te quitó lo puro y casto?

—No lo conoces Barbara, no estudia con nosotros, me lleva cinco años y lo conocí en un lugar muy inadecuado, es un infeliz al que no pienso volver a mencionar y espero no saber nada de él —Finiquitó claramente, Barbara apenas cerró la boca de la impresión.

—Eso ha sido muy preciso, qué se pudra pues, si merece tu odio, algo muy malo debió haber hecho.

Niall suspiró con tristeza, recargando el mentón en la palma de su mano.

—Sí, es un idiota —Agregó amargamente, la castaña entrecerró los ojos.

—Pues ten cuidado, Niall, si le odias es porque te duele, y te duele, porque todavía lo amas.

—No lo negaré, sí, todavía lo amo, pero pongo todo mi esfuerzo en sacarlo de mi mente para posteriormente, olvidarlo.

Barbara cruzó las piernas infantilmente, contrastando con su semblante artero.

—Un clavo saca a otro clavo —Le aconsejó.

—¿Perdón?

—Así es más rápido sacarlo de tu corazón para siempre, pero no hagas citas sólo para tener sexo, no, sal con otro hombre formalmente, déjate consentir, déjate querer.

—No creo que funcione…

—¿Y cómo vas a saber si no lo intentas?

—No sé…

—¡No pierdes nada!... Si conoces a alguien, sólo no te cierres, verás que será más rápido olvidarlo si alguien más te ayuda.

Niall levantó los hombros, rendido.

—Bueno, bueno, después de meditarlo un poco, no parece tan mala idea.

—¡Así se habla!

—¿Niall? —Interrumpió Maura, tocando un par de veces la puerta — Tienes una llamada —Le avisó sin abrirla. El rubio tomó de inmediato la llamada desde el teléfono de la recamara. Barbara lo esperó mientras escuchaba una serie de escuetas respuestas, sin dejar de ser amables.

—Muchas gracias, mañana mismo nos vemos —Se despidió el rubio después de algunos segundos, colgando el auricular.

—¿Algún admirador? —Bromeó la chica.

—Me hablaron de la cafetería Monet para darme el trabajo, mañana empiezo.

—¿Monet?

—La que es famosa por su repostería, la del centro.

—Ah, ¡la del pastel de nuez! La pequeña cafetería, ya, bueno pues felicidades, pero ten cuidado con la comida, no vayas a subir de peso estando rodeado de tanta delicia.

—Me dieron el turno de la tarde ¿está bien, no?

—Ya quisiera yo trabajar en las tardes para no desvelarme a diario, ¡ve las tremendas ojeras que me cargo!

En ése cálido ambiente, ambos siguieron conversando sobre nimiedades y noticias recientes, pero por primera vez, Barbara pudo mirarlo directamente a los ojos sin sentir remordimiento de conciencia, ahora, ya no huía de la hermosa mirada celeste.

•  •  •

Al siguiente día, Niall se levantó muy temprano para comenzar con su rutina. Extrañamente, se sentía muy inquieto, y a medida que pasaban las horas, la agitación iba en aumento.

Una especie de excitación recorría su cuerpo por pequeños lapsos, seguido de un anhelo sin sentido y un dejo en su corazón colmado de remembranzas que deseaba olvidar.

—Ay, no —Sollozó —No otra vez —Escondió su rostro deprimido entre las manos —¿Por qué me cuesta tanto olvidarlo?, muero en deseos de volverlo a ver —Sonrió sintiéndose culpable al reconocer esos turbios sentimientos —Quiero… ¡no! —Abrió los orbes, decidido a enclaustrar todas esas inútiles emociones —Es lógico, voy a cumplir un mes sin saber nada de él, ¡un mes! Es normal, tengo que ser fuerte y lo superaré —Se alentó, sin embargo, en toda la mañana, su humor no mejoró.

Un clavo saca a otro clavo. Recordó las palabras de Barbara, antes de
encaminarse hacia la cafetería.
Pero, ¿quién?...

Invicto »n.sDonde viven las historias. Descúbrelo ahora