Capítulo 30

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¿Cuánto tiempo había pasado desde la última vez que tuvo la dicha de observar el rostro de Niall? Según sus meticulosas cuentas, más de un mes; para ser más exactos, cuarenta y dos días. Lo extrañaba como nunca extrañó a alguien, y como nunca extrañaría a otra persona. Ése sentimiento había llegado para no marcharse, y ahora, lo admitía con franqueza. Su ánimo estaba peor que nunca y su desesperación era más que evidente; ya ni siquiera contaba con la voluntad de encubrirla. La irritabilidad a la que había sido víctima ya había cobrado sus frutos, y en más de una ocasión estuvo a punto de golpear a Kim. Los prisioneros se percataron de su temperamento furibundo - mucho más violento de lo acostumbrado - y habían optado, por ni siquiera, dirigirle la mirada.

Harry, simplemente, no podía sacarse de la mente al jovencito rubio; ya no le enojaba más reconocer sus emociones, pero sí lo alarmaba sobremanera porque su escape estaba próximo y no le era posible concentrarse. Sabía que había dejado demasiado desorden y caos en la vida de Niall, y le horrorizaba pensar que tras todo el sufrimiento acarreado, el joven le odiara y no quisiera saber más de él. Sí, ahora estaba más claro que en días anteriores; la venganza había quedado relegada, porque las ansias de Harry, el amor tardíamente aceptado, había sido reconocido como su prioridad.

Ése preciso día, Harry había alcanzado su límite y en medio de su locura, decidió mandar al diablo el trocito de orgullo que le quedaba.

Como ánima desatada, se encargó de visitar las celdas de los prisioneros más respetados, y exigirles la entrega de sus respectivos celulares. Muchos, temerosos por su efusiva conducta, sacaron sus móviles de los escondites menos imaginables y los entregaron sin chistar. Sin embargo, otros también se resistieron, y sin insistir ni un poco, el rizado se les lanzó encima, golpeándoles hasta que accedían a su mandato. En algunos momentos, Harry se encontraba deseando que le impugnaran para así excusar la desesperación que lo asfixiaba, canalizándola en recios golpes.

Ya por la tarde, cuando Kim se aproximaba a su celda, observó a ñ varios reos cuchicheando entre ellos, tratando de asomarse a la celda que compartía con Harry, sin atreverse. Kim frunció el ceño, y confundido, apresuró la zarpada; su presencia ahuyentó a los prisioneros del pasillo y justo cuando abría la cortina, Harry rugió encolerizado, lanzando un pequeño celular hacia la pared. Kim observó cómo éste se desintegraba tras el impacto.

—¿Qué diablos te pasa? ¡Estás armando un alboroto! —Le recriminó. Harry giró su rostro agobiado hacia el japonés.

—¡Lárgate!

—¿Qué es esto? —Inquirió observando un cúmulo de teléfonos móviles regados por toda la cama del rizado.—No sé qué pretendas, Harry, pero estás haciendo un escándalo y llamarás la atención de los guardias. No querrás hacerlos venir y que vean todo esto... está prohibido, te ganarás un castigo memorable en el hoyo —Le advirtió preocupado.

—Lárgate —Insistió, ya sin vociferar.

—No, Harry —Entró a la celda y recogió varios celulares que habían corrido con la trágica suerte.—¿Con quién quieres comunicarte?

Los ojos flamígeros de Styles se posaron sobre la figura del japonés, inseguro.

Tomó una hoja de papel llena de números telefónicos en garabatos que sólo él podía descifrar y tachó una serie de dígitos.

—¿Para qué preguntas lo que ya sabes? —Señaló con voz afónica, tan ronca, que parecía imposible que no se lastimara la garganta al hablar. Kim asintió, sentándose a su costado.

—Déjame ayudarte —Se ofreció y Harty lo meditó.

—Los operadores son unos cabrones, además de incompetentes —Se quejó malhumorado, cediéndole un celular.—Perdí la cuenta de las tantas ocasiones que me han dictado números erróneos, también, hay bastantes personas con el mismo apellido en la ciudad —Caminó hasta los barrotes de la reja y los apretó con fuerza.—Es desesperante, darte cuenta de tus limitaciones; realmente Zayn me tiene amarrado a una correa muy corta. Antes, viajaba de un continente a otro, un día me encontraba en una ciudad nevada, y al siguiente, en medio de un desierto. Para localizar a una persona, bastaba con realizar una simple llamada a uno de nuestros contactos y así obteníamos hasta la información más recóndita.

Invicto »n.sDonde viven las historias. Descúbrelo ahora