Capítulo XXII: Una alimaña

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Un solo brazo con los dedos rotos, y una sola pierna con la carne quemada, impulsaban el peso casi muerto del cuerpo del Cazador de ratas hacia atrás, con la gran dificultad que su malogrado estado implicaba.

El punto de luz que marcaba la desembocadura del ducto se encogía cada vez más con forme se adentraba en las profundidades del drenaje, y los sonidos rimbombantes de la batalla que se desarrollaba en la cámara que había abandonado poco antes se escuchaban cada vez más huecos, inciertos y lejanos...  Algo muy parecido la vida de aquel hombre, si me lo preguntan.

En efecto, con forme el tiempo fue pasando, el Cazador se había ido adentrando más en la oscuridad, al punto de que, actualmente, no recordaba ni siquiera su nombre de pila, y la luz que alguna vez pareció brillar sobre su privilegiado don para comunicarse con cualquier animal, complementado a la perfección con un poder mágico que le permitía controlarlos como el más hábil domador, se alejaba cada vez más...  Para más inri, en varias ocasiones... o tal vez muchas de ellas, en lugar de un paso lento pero firme, daba un salto larguísimo que lo acercaba mucho más hacia las sombras del foso.

Uno de esos saltos ocurrió cuando comenzó a usar sus habilidades para robar dinero y comida, que la gente nacida en igual pobreza que él conseguía con el sudor de su frente, y no de la manera más discreta que digamos.

Otro de ellos, cuando se cobró su primera vida, que si bien fue en defensa propia, en verdad llegó a disfrutarlo.

Y por supuesto, uno más ocurrió cuando se le hizo costumbre cobrarse víctimas sin remordimiento alguno.

Cuando al fin se le aprehendió y posteriormente condenó por sus crímenes, ya entrado en la edad adulta, el Cazador estaba tocando fondo, y casi como si el juez que dictó la sentencia quisiera hacer un poco de justicia poética, se le condenó a servir como atraparatas en las cloacas de la ciudad por el resto de sus días, alejado de toda interacción humana y con su poder mágico sellado por un monóculo que le sería imposible quitarse o romper, para evitar cualquier intento de escape.

En Theia, quienes son enviados a las cloacas suelen durar mucho menos que los enviados a las cárceles. Se espera que estos condenados mueran de inanición, sucumban ante alguna enfermedad o sean devorados vivos por las peligrosas ratas que han hecho del sistema de drenaje sus dominios. Es por ello que nadie hubiese esperado que este condenado sí sobreviviera... Aún sin su magia, sus habilidades para comprender a los animales eran innatas, y se las arregló para entablar una especie de simbiosis con la fauna local... Así, el Cazador sobrevivió durante semanas... meses... años... Ni las siquiera recordaba cuándo había visto la luz del sol o hablado con otro ser humano por última vez cuando, en una ocasión, por mera coincidencia, se encontró con aquel anciano prematuro vestido como un monje, vagando sin rumbo por los túneles malolientes a punto de desfallecer de cansancio y hambre.

En condiciones normales, lo hubiera usado como alimento, sin embargo, algo le dijo desde muy adentro que a este quizá valía la pena mantenerlo vivo. Gustavson Guilford resultó ser su nombre, y ser un cero a la izquierda olvidado por el resto de la humanidad, igual que él mismo, resultó ser su razón de estar allí, buscando la muerte.

La relación entre estos dos estuvo muy cerca de poder llamarse amistad. Un par de parias que se juntaban en las cloacas a beber y conversar por horas sobre los sinsentidos del mundo... Quizá aquellos momentos podrían haberse considerado como un pequeño acercamiento a la luz después de haber caído al fondo de la oscuridad.

Pero todo eso no importó cuando, apenas horas después de lo que el Cazador había pensado que fue un terremoto particularmente devastador que destruyó una buena parte del sistema de alcantarillado, su encapuchado colega se presentó ante él empuñando un libro resplandeciente con el cual lo transformó en lo que es hoy, y si bien luego de eso finalmente pudo salir a la superficie una vez más, no se encontró con el brillante sol al final del túnel... Sólo con un cielo negro sin estrellas. Fue ese el momento en que comprendió que la oscuridad estaba destinada a ser su hogar.

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