Capítulo VI: Orden

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Aquel día Ali estuvo ausente de todo.

Cada cosa que hizo la hizo en autopiloto. Desde cosas tan básicas como prepararse el desayuno hasta cosas más avanzadas, como discutir con el editor acerca de que tan viable para el mercado sería escribir una historia sobre una guerra entre los habitantes de un mundo mágico y los extraterrestres.

Y es que su mente estaba volcada por completo hacia otra cosa.

Mejor dicho, hacia otra persona.

Ray, para ser más específicos.

Todo ese día, ella estuvo pensando en él. Pensó en como habría sido su infancia en Theia, pensó en qué clase de amigos habría tenido, pensó en que tipo de familia podría haber crecido, y también, basada en su propia experiencia, pensó en como se habría sentido al verse privado de todo eso y atrapado en un mundo desconocido prácticamente solo.

Sí, dije basada en su propia experiencia.

Lo cierto es que, de cierta forma, Ali podía empatizar bastante bien con ese sentimiento. Ella había abandonado su pueblo natal en un condado bastante apartado del estado que era mayoritariamente campo para seguir su sueño de ser escritora; cosa con la que sus padres nunca estuvieron del todo de acuerdo pero al final se resignaron a aceptar y apoyar como todo buen padre.

Así fue como llegó a vivir, estudiar y posteriormente trabajar en Saint Lawrence, que por supuesto, al inicio, fue un mundo completamente desconocido en donde estaba prácticamente sola y lejos de todo lo que hasta ahora había conocido.

Claro está que el caso era muy difierente. Ella siempre había tenido la oportunidad de regresar sin mayor complicación, además de que había escogido salir de su mundo por cuenta propia, mientras que Ray no.

Aún así, esto fue lo suficientemente fuerte como para que Ali deseara ayudar al mago. Hasta cierto punto, todo eso lo hacía algo entendible.

Eso, y además, la fascinación que en cualquiera habría provocado el hecho de conocer a un habitante de otro mundo capaz de utilizar magia.

Así pues, todo ese día transcurrió de manera mecánica hasta que llegó el momento de reunirse con Ray para comenzar a preparar el show que presentarían en el Ojo de Gato.

La forma en que acordaron el lugar y la hora fue bastante, por así decirlo, estilo Ray, pues ésta fue escrita sobre un siete de tréboles que apareció bajo la almohada de Ali esa mañana.

No hace falta decir que la llevaba en su bolsillo a la hora de llegar al sitio hacia el atardecer, que era el mismo almacén abandonado de la noche anterior. Aún había luz, pero a pesar de ello, el sitio lucía bastante tétrico, y la tetricidad aumentó más cuando las puertas se abrieron solas, como invitando a la chica a pasar. El interior del lugar estaba completamente vacío de vida, además de estar a oscuras. Los signos de la batalla aún estaban allí, y en el lugar en donde el hechizo Excomulgar se había activado se encontraba dibujada, con algo que parecía tinta muy espesa, la marca del gato negro.

Era exactamente igual a la que había aparecido en el lugar de la muerte del ingeniero. Misma forma, mismo tamaño, misma posición, igual en definitiva.

Ali se acercó a ella por mera curiosidad con sus pasos haciendo eco en el sitio. Esta vez no fue presa de aquel extraño efecto hipnótico, por lo que pudo verla más detenidamente, notando un hecho que no había advertido hasta entonces.

La marca no sólo estaba pintada con negro... Más bien, era como si absorbiera toda la luz que le llegaba sin reflejar ni una onda, careciendo así de todo color... Como si fuera lo que, según su amigo Chris, en la física se llamaba un cuerpo negro.

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