Capítulo IV: Más que un mago

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Esa mañana, dos días después del asesinato del ingeniero, el invento de Chris y el encuentro con el mago, era sábado.

Un día en el que la mayoría de gente acostumbra a cobrar el descanso bien merecido que les debe el duro trabajo de la semana.

Y claro, que trabajar haciendo shows de magia y aparentemente cazando monstruos era un trabajo duro, cuyo descanso, Raymond se tomaba la libertad de cobrarse en cualquier día.

Fue por eso que resultó tan extraño para su gatuno acompañante verlo levantado relativamente temprano por la mañana y listo para salir de la cabaña.

—¿Sucede algo, Ray? —preguntó suspicaz—. Es la primera vez que te veo levantarte temprano por tu propia voluntad desde que te conozco.

—No pasa nada, Schrody —respondió el mago cortante, mientras se ponía su gabardina—. Sólo quería salir a despejarme un poco.

—Ah, ya sé. ¡Estás frustrado porque el monstruo de cara blanca se te volvió a escapar! —dedujo el gato un tanto burlón, haciendo referencia al monstruo que había aparecido en el bosque anoche—. No te mortifiques, piensa que esta vez no murió nadie.

—¡Por supuesto que no! ¡Es escurridiza esa cosa!... Y además, tal vez no hubiera muerto nadie en primer lugar si hubieras salido a ayudarme —contestó Ray.

—Lo lamento, hijo, pero eso no es parte de mi trabajo. —fingió disculparse, para luego saltar sobre la misma mesa de anoche, sobre la que comenzó a revolver un mazo de cartas con su cola.

—¿Ahora qué haces? —preguntó el mago bastante extrañado.

—Tal vez las cartas quieran decirme lo que te pasa, ya que tú no quieres.

—¡No me pasa nada, Schrody! ¡Y ya deja eso de las cartas!

—Ahora veamos... Tiremos sólo una esta vez —dijo el gato ignorando por completo a Ray, mientras barajaba el Tarot.

—¡Ah, me rindo! —clamó el mago mientras salía azotando la puerta.

Sólo una vez que estuvo fuera, el gato seleccionó una carta y la hizo levitar fuera del mazo. Luego de mirarla por un segundo, acrecentó su eterna sonrisa burlona, como si estuviese satisfecho con el resultado.

—Apareció la Torre. Un encuentro inevitable sellará el destino de Ray... Después de todo no tenía por qué levantarse tan temprano.

Acto seguido, el gato bostezó somnoliento y se echó a dormir junto a su Tarot, con la carta de la Torre aún a la vista.

Mientras tanto.

Ali también tenía sus actividades para relajase en días de descanso, las cuales venían perfectas para despejar un poco su mente luego de un día tan alocado.

En ese momento estaba saliendo de la biblioteca pública de Saint Lawrence, un edificio blanco de diseño bastante moderno, en el que había pasado la mañana leyendo cuentos a los niños.

Sí, aquella ciudad era de esa maravillosa clase en peligro de extinción en la que aún se hacían cosas así, y a Ali le encantaba ayudar a mantener la tradición viva, una labor que su voz melodiosa y bastante versátil, así como su entusiasmo y su simpática manera de actuar lo que leía le ayudaban a cumplir mejor que bien.

Mientras andaba llevaba una sonrisa en los labios y tarareaba una canción salida de la nada. Pensaba que ese día sería completamente tranquilo.

Vaya error.

De repente una mano veloz salida de ninguna parte la atrapó por detrás cubriendo su boca y la arrastró con fuerza hacia un callejón oscuro.

La chica se puso en modo de defensa inmediatamente y, sin pensarlo dos veces, ni una sola vez de hecho, lanzó un codazo hacia atrás para defenderse de su agresor. Por el tacto y el quejido de dolor dedujo que le había dado en las costillas. El brazo que la había atrapado se soltó al instante y ella aprovechó para lanzar otro par de sonoros golpes a los que el agresor respondió con quejidos igual de sonoros.

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