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Los mortales

Habían perdido a Bianca. Esa fue la noticia que recibió aquel día Helen. No tuvo el valor de decírselo a Nico, no podía hacerlo. Le iba a romper el corazón ahora que estaba tan feliz. 

Se tragó las lágrimas mientras que respiraba varias veces. Luego, con algo de inquietud, revolvió el cajón de su mesilla de noche de la cabaña, hasta encontrar aquellas pegatinas que la aliviaban el dolor. Aunque le hubieran restringido el uso de estas por aquella semana, no podía evitarlo, las necesitaba. Eran como una droga. 

—¿Helen, está ahí? —Preguntó la voz de Nico desde afuera de la cabaña. 

Helen se pegó la pegatina, cerró el cajón con algo más de fuerza de la que debería y abrió la puerta de la cabaña de Dionisio. 

Ahora se tenía que enfrentar al niño que había perdido a su hermana y que él ni siquiera lo sabía, o eso era lo que creía ella. 

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Ya era miércoles, la pérdida de Bianca les había dolido mucho a todos, pero debían continuar, Théo tenía razón. Tenían que recuperar a Artemisa, como Bianca lo hubiera querido, además de cuidar de su hermano, al que le darían todo el apoyo necesario.

—Había un bar en el centro turístico. —Dijo Thalia. 

—¿Tú ya has estado aquí? —Preguntó Percy. 

—Una vez. Para ver a los guardianes. —Señaló a un lado del dique. Excavada en el flanco de la roca, había una pequeña plaza con dos grandes esculturas de bronce. Se parecían a las estatuas de los Oscars, pero con alas. —Consagraron esos guardianes a Zeus cuando fue construido el embalse. Un regalo de Atenea. 

Los turistas se agolpaban a su alrededor y parecía que todos contemplaban los pies de la estatua. 

—Wow, los pies de aquellas estatuas deben ser tan interesantes. —Comentó Théo con tono burlón. 

—¿Qué hacen? —Preguntó Percy. 

—Les frotan los dedos. —Explicó Thalia. —Dicen que traen suerte. 

—Suerte nos hace falta a nosotros, vayamos a frotar algunos dedos. —Volvió a hablar Théo. 

Todos lo ignoraron y Percy volvió a preguntar por qué harían algo así.

—Los mortales se inventan cosas absurdas. No saben que las estatuas están consagradas a Zeus, pero intuyen que hay algo especial en ellas. 

—Cuando estuviste aquí, ¿te hablaron? 

Théo se pegó la frente al oír la pregunta de Percy.

La expresión de Thalia se endureció. —No. En absoluto. Son dos estatuas de metal. Nada más. 

—Busquemos esa condenada taberna y echemos un bocado mientras podamos. —Concluyó Zoë malhumorada. 

Théo contuvo una risa, por alguna razón, aquel comentario le había hecho gracia. Todos empezaron a seguir diciendo cosas sin mucho sentido. Zoë no entendía qué les podía hacer reír tanto. Seguramente era la tensión de aquel día o lo cansados que estaban, pero merecían unas buenas risas, incluso en aquel momento. 

De repente, un sonido inesperado salió de la nada. 

—¡Muuuu!

A Percy se le atragantó la risa en el acto. 

—¿Era una vaca lo que acaba de oír?

—¿Una condenada vaca? —Siguió Thalia riéndose. 

Nothing -Percy JacksonDonde viven las historias. Descúbrelo ahora