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Promesa rota

Comparado con el Monte Olimpo, Manhattan estaba tranquilo. Era el viernes antes de Navidad, pero todavía muy temprano y apenas había gente en la Quinta Avenida. 

Argos, el jefe de seguridad de los múltiples ojos, los recogió en el Empire State para llevarlos de vuelta al campamento. Había una ligera ventisca y la autopista de Long Island estaba casi desierta. 

En el coche, la mayor parte de la conversación se centraba en la nueva mascota de Helen, Mike el erizo. De tamaño era como la palma de Théo y era de un suave color marrón y ojos grandes. Aquel fue un regalo de Hera, para sorpresa de todos, que le dió a Helen no mucho antes de la fiesta. 

Helen sonreía mientras acariciaba la cabecita del erizo. Lo había llamado Mike por el marido de Phoebe en la serie Friends. Le parecía que era un buen nombre, incluso cuando Théo lo llamaba pinchos.  

—Te he dicho que no lo llames así. —Le comentó por décima vez mientras le pegaba en el brazo. 

Théo sonrió. —Si es la verdad. Es una bola de pinchos. 

Helen rodó los ojos, chocando su mirada con la de Percy. Se sonrieron mutuamente. Que bueno era estar todos juntos de nuevo. 

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Mientras subían por la Colina Mestiza hasta el pino donde relucía el Vellocino de Oro, casi esperaban encontrar a Thalia allí, pero no, no estaba. Ella había partido como lugarteniente de Artemisa, con las demás cazadoras en pos de una nueva aventura. Aunque Helen no hubiera pasado mucho tiempo con ella, también la extrañaba.

Quirón los recibió en la Casa Grande con chocolate caliente y sandwiches de queso —y uno de jamón para Helen—. Grover se fue a ver a los demás sátiros para contarles su extraño encuentro con la magia de Pan. Apenas una hora después, todos los sátiros del campamento corrían de un lado a otro preguntando dónde estaba la cafetería más cercana. 

Los demás se quedaron un rato más hablando con Quirón y con otros campistas veteranos, como por ejemplo: Silena Beauregard, Beckendorf, los hermanos Stoll y Clarisse, que había regresado de su misión secreta de reconocimiento. Tenía una nueva cicatriz en la barbilla y llevaba el pelo rubio cortado al rape de modo irregular, como si alguien la hubiese atacado con un par de tijeras. 

—Tengo noticias. —Masculló inquieta. —Malas noticias. 

—¡Qué sorpresa! —Suspiro Théo al aire. 

—Ya les contaré. —Interrumpió Quirón con un tono forzado jovial. —Lo importante es que han vencido. ¡Y han salvado a Annabeth!

Ella les sonrió agradecida. 

—Luke está vivo. Annabeth tenía razón. —Interrumpió Percy. 

—¿Cómo lo sabes? / De verdad que no nos podemos librar de este insecto. —Dijeron a la vez Helen y Théo. 

Percy les contó lo que le había dicho su padre sobre el Princesa Andrómeda. 

—Bueno. —Dijo Annabeth removiendose inquieta. —Si la batalla final ha de producirse en cuanto Percy cumpla los dieciséis, al menos nos quedan dos años para resolver algunas cosas.

Quirón los observó con una expresión sombría. Sentado junto al fuego en su silla de ruedas, parecía muy viejo, más viejo de lo que normalmente parecía. 

—Dos años pueden parecer mucho tiempo, pero no es más que un abrir y cerrar de ojos. Aún tengo la esperanza de que tú no seas la criatura de la profecía Percy... pero si lo eres, la segunda guerra contra los titanes está apunto de comenzar. El primer golpe de Cronos será contra el Campamento Mestizo. 

—¿Cómo lo sabes? ¿Por qué ha de importarle el campamento?

Antes de que Quirón le pudiese seguir explicando, Théo interrumpió. 

—Percy, nosotros somos las herramientas de los dioses. Sin herramientas, no se puede hacer el trabajo. Los dioses quedarían muy tocados, es decir, serían inútiles contra las fuerzas rivales. 

—Exacto. —Interrumpió Quirón. —Las fuerzas de Luke acudirán aquí. Mortales, semidioses, monstruos... Tenemos que estar preparados. Las noticias que nos ha traído Clarisse tal vez nos den alguna pista sobre cómo piensan atacarnos, pero...

Llamaron a la puerta y entró Nico di Angelo en la sala resoplando y con las mejillas rojas del frío. Venía sonriente, pero miró alrededor con inquietud. 

—¡Eh! ¿Y mi hermana?

Se hizo un silencio mortal. Percy observó a Helen, pero ella apartó la mirada mientras cerraba los ojos con fuerza. Percy comprendió que nadie se lo había dicho a Nico, que habían esperado a que aparecieran en persona y poder decírselo.

Percy se levantó de su asiento seguido de Helen. 

—Nico. Vamos a dar una vuelta. —Helen llamó al chico con un tono cariñoso estirando su mano para que se la cogiese. 

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Escuchó la noticia en silencio. Aferrándose a la mano de Helen con fuerza. Percy siguió hablando; trató de explicarle de cómo había ocurrido, cómo Bianca se había sacrificado para que la misión no fracasara. Helen también estaba conteniendo las lágrimas. Nico estaba demasiado en silencio y la fuerza en la que agarraba su mano iba disminuyendo.

—Ella quería que conservaras esto. —Percy dijo al final, mientras sacaba la figurita que Bianca había encontrado en la chatarrería. 

Nico la sostuvo en la palma de la mano y la contempló. Estaban en el pabellón del comedor. A pesar de la protección mágica del campamento, el viento era helado. Nevaba levemente sobre los escalones de mármol y probablemente fuera de los límites del campamento debía caer un fuerte temporal. 

—Prometiste que la protegerías. —Dijo Nico a Percy al final, soltándose del agarre de Helen. —Y tú lo sabías y no me dijiste nada. 

—Lo siento mucho Nico... Yo- yo quería contártelo, pero... —Helen soltó un sollozo. Todo aquel sentimiento le era tan familiar. 

—¡Me lo prometiste! —Volvió a gritar Nico hacia Percy, lanzándole una mirada furibunda con los ojos enrojecidos y empuñó con fuerza la figura del dios. —No debería haber confiado en tí. —La voz se le quebró. —Me mentiste. ¡Mis pesadillas eran ciertas!

—¿Qué pesadillas? 

Arrojó la pequeña figura, que rodó tintineando por el mármol helado. 

—¡Te odio! 

—Tal vez esté viva. —Dijo Percy a la desesperada. —No estoy seguro... 

—¡Está muerta! —Cerró los ojos. Todo el cuerpo le temblaba de rabia. —Debería haberlo adivinado. Está en los Campos de Asfódelos ahora mismo, de pie ante los jueces. Puedo sentirlo. 

Helen abrió la boca de la sorpresa. Nico era hijo de Hades, por lo que Percy, a lo mejor no era el de la profecía. Las cosas había tornado un giro inesperado. 









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Final de acto 2. 

La aventura continúa en "Dust - Percy Jackson #2."

Nothing -Percy JacksonDonde viven las historias. Descúbrelo ahora