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Aves de Estínfalo

    Los días siguientes fueron una tortura, tal como Tántalo deseaba. Mientras que Théo era la nueva novedad del campamento, —además de Helen— yo tenía como hermano a un monstruo. En primer lugar, ver a Tyson instalarse en la cabaña de Poseidón mientras le entraba la risa floja cada quince segundos fue toda una experiencia.

—¿Percy? ¿Mi hermano? —Repetía como si le hubiera tocado la lotería.

Y no había modo de explicárselo, estaba levitando. En cuanto a mí... en fin, por muy bien que me cayera el grandullón, no podía evitar sentirme incómodo, Avergonzado, esa es la palabra.

Mi padre, el todopoderoso Poseidón, se había encaprichado de algún espíritu de la naturaleza y Tyson había sido el resultado. Yo sabía que los cíclopes guardaban una relación con el dios del mar, pero nunca me había parado a pensar en cómo es me afectaba. No hasta que lo tuve instalado en la litera de al lado.

Y luego estaban los comentarios de los demás campistas. Había pasado de ser Percy Jackson, el chico guay que había recuperado el rayo maestro de Zeus el verano pasado, al pobre idiota que tenía un monstruo como hermano.

—No es mi hermano de verdad. —Protestaba cuando él no estaba por allí. —No estamos relacionados, es como un pariente del lado monstruo de la familia. Como un hermanastro de segundo grado... o algo así. —Pero nadie se lo tragaba.

Lo admito, estaba algo furioso con mi padre, ahora ser hijo suyo parecía un chiste. Y lo peor de todo, es que Théo parecía que ahora me odiaba, al igual que Helen. Ninguno de ellos dos se volvió a acercar a mí. A Théo de vez en cuando lo veía hablando con Tyson, pero en cuanto me veía, me daba una sonrisa burlona, para luego irse de allí. Además, se había vuelto algo famoso al ser hijo de Atenea  y como las hijas de Afrodita dicen: Un bellezón de chico.

Helen en cambio parecía querer evitarme. Se pasaba la mayoría de los días en el campo de fresas con su nuevos compañeros de cabaña —ya que según nos había dicho el señor D, ella no era su hija biológica— y los gemelos se había tomado el papel de hermanos mayores muy en serio. Cada vez que me acercaba para saludarla, ella parecía querer evitar mi mirada y los gemelos se ponían delante de ella en modo protector, claramente enviándome señales de que no me acercase, por lo que desistí a la cuarta vez. 

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Un día, mientras trabajaba en el diseño del carro con Annabeth, unas graciosas de la cabaña de Afrodita se acercaron a preguntarme si tenía un lápiz de ojo.

—Perdón, quería decir ojos. 

Las chicas se empezaron a reír hasta que uno voz las mandó callar.

—¿No podrías callaros de una vez? Vuestra risa parece la de una foca.

Observé con asombro a Théo, que era el que había hablado. A su lado estaba Helen, que simplemente miraba las canoas con una mirada indescifrable. 

Las hijas de Afrodita salieron de allí avergonzadas de lo que les acababan de decir.

—No las hagas caso Percy. —Refunfuñó Annabeth mientras las chicas se alejaban.  —No es culpa tener como hermano a un monstruo.

—Que delicadeza hermanita...

—No te metas Barnes.

—¡Que no es mi hermano! —Repliqué. —¡Y tampoco es un monstruo!

Annabeth alzó las cejas al igual que Théo. Miré a Helen esperando una reacción de su parte, pero solo observé como seguía evitando mi mirada. 

Nothing -Percy JacksonDonde viven las historias. Descúbrelo ahora