XII

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Aun era muy temprano cuando llegó a la universidad, le gustaba ser puntual -en ocasiones-. Tenía que acabar con los asuntos de la universidad lo más rápido posible si quiera ir a ver Katerin y hablar con ella tal y como habían acordado. Al dar solo clases al departamento de artes, estaba seguro de que podría reunirse con Katerin a las 12: 00, eso sí no se ponía a perder el tiempo en otras cosas.

Al encontrarse solo en el salón de clases y sin nada que hacer, decidió caminar un poco por la entrada de la universidad. Después de un par de minutos vagando por la parte delantera de la universidad, decidió regresar, pero algo atrajó su atención. Cierto chico, alumno suyo, junto a otro que estaba haciendo escándalo, el ver al par de chicos actuar tan íntimamente se sintió incomodamente molesto. Se debatía internamente sobre si debía o no ir y separarlos, al final su racionalidad actuó sobre él y le hizo quedarse en el margen, aquello no era su asunto y por lo tanto no tenía porque interferir.

Fue el último en entrar. Barrió el salón de clases con la mirada, encontrándose así con la atenta y agradable mirada de Miguel, quien le sonrió en forma de saludo. Incluso aquella pequeña acción fue suficiente para apaciguar los desagradables sentimientos que apenas minutos atrás habían surgido en él, solo bastó una mirada y sonrisa sincera para hacerle sentir de una manera tan indescriptible pero placentera.

Trató de controlar su sentir y enfocarse en las clases que debía impartir. Llenó su mente de planes relacionados a sus nuevos proyectos e inventos a la vez que explicaba el tema del día. Una vez que su clase finalizó, se sintió aliviado. Sin embargo, justo cuando organizaba los documentos de su clase, notó que Miguel era el último en salir.

Se detuvo justo en el marco de la puerta, dicha acción causó un pequeño sobresalto en el corazón del Hamada. Dió medía vuelta hacía atrás y dirigió su mirada hacía él, podría asegurar que por unos segundos al recibir aquella mirada su respiración se detuvo por completo.

-Adiós, Hiro. Hasta luego -le dijo con una sonrisa que bellamente adornaba su rostro.

No hubo respuesta de su parte, solo un asentimiento con su cabeza.

No le pareció algo malo o raro al latino. Continuó con su camino y desapareció de la vista del joven profesor.

Una vez que el chico se había ido, Hiro no lo resistió más. Su rostro estaba completamos rojo y su respiración levemente agitada al igual que sus latidos. Todo aquello parecía ser el resultado de todo lo hecho y dicho por Miguel.

La voz del Rivera había sonado tan suave y ligeramente profunda, que, a su parecer, sonaba tan atractiva. Sentía que su nombre sonaba mucho más agradable viniendo de los labios de Miguel, escucharlo llamarle de aquella manera tan fascinante parecía haberle endulzado todos sus sentidos.

Realmente deseaba que aquello que sentía se atribuyera a una enfermedad mortal y no a un enamoramiento tan repentino de alguno de sus alumnos. Incluso sería mucho mejor que todo fuera por su naturaleza, eso sería mucho más fácil de tratar.

Trató de reponerse lo más rápido posible, tenía que encontrarse con Katerin a tiempo. Cuando salió de las instalaciones de la universidad, revivió un mensaje de Katerin esperando su confirmación para su visita. Le respondió sin demora y subió al auto para dirigirse a la clínica.

Cuando llegó a la recepción de la clínica, Katerin ya le espera a un lado cerca de la enfermera a cargo de la recepción.

-Hola, Hiro.

-Hola, Katerin.

Escuchar su nombre viniendo de su amiga no tubo el mismo efecto que antes con el Rivera.

Camino a la par de ella sosteniendo una amena conversación.

-Te ves demaciado exhausta -comentó-. ¿Cuántos días llevas sin dormír? -cuestionó con notable preocupación en su voz.

Detrás Del Gran AlfaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora