III

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Miguel no tenía problemas con levantarse temprano para asistir a la universidad, ¡Pero levantarse temprano un sábado! Ahí sí ya no, el no empezaba a trabajar hasta el medio día. Había prometido ver a su amiga, pero ahora que lo pensaba bien, el hecho de levantarse temprano para verla era un martirio. Miguel quería dormir, pero había prometido ir a verla. Se retorcio perezosamente de su cama, y como pudo salió de ella.

—Pinche sueño que tengo.

Tenía flojera, demasiada como para tender su cama, pero lo hizo de todos modos. Revisó su celular, definitivamente no podría desayunar, solo le quedaba tomar una ducha y tomar tan solo una taza de café, en ese momento, Miguel quería unas galletas Marías. Dejó que el agua se calentará lo suficiente para preparase un café, y mientras esperaba tomaría una ducha. Después de la ducha, se vistió con una camiseta blanca y su sudadera de capucha roja. El sonido de el agua hirviendo llamó su atención, apagó el fuego y puso el agua en una taza. Bebió el café lentamente, después de un par de sorbos agrego algo de leche. Ese fue su desayuno. Ya con sus botas marca Rivera y sus dientes cepillados, salió de su departamento.

En el camino, recordó el hecho de que ahora estaba en una ciudad desconocida, rodeado de gente desconocida. Claro que extrañaba a su familia. Vaya, la vez pasada se había puesto muy sentimental, y ahora no ponía real atención al camino. Y no supo en que momento termino en la dirección en la que su amiga le indicó.

—A caray.

Una vez adentro, el aroma a desinfectante y alcohol atacó su olfato, pero el aroma no era tan fuerte como en la universidad, un aroma delicado a flores ayudaba a mejorar el ambiente.
En el recibidor estaba una mujer sentada detrás de una computadora, al mirar a Miguel sonrió y le saludo.

—Buenos días, ¿qué puedo hacer por usted?

—Oh, buenos dias —saludó de vuelta Miguel—. Estoy buscando a la doctora Alfonzo.

—¿Tiene cita con ella?

—Creo que sí —dijo un tanto nervioso.

—Su nombre, por favor.

—Miguel Rivera.

—Llega usted justo a tiempo, lo están esperando. Por el pasillo, a la derecha, en la segunda puerta.

—Muchas gracias —dijo Miguel.

—De nada, y que tenga un lindo día.

Miguel camino por el blanco pasillo y encontró la puerta con la placa que decía "Dra. Alfonzo". Tomo la perrilla y abrió la puerta, encontrándose con su amiga, pero tremenda sorpresa que se llevó.

—¿Keta? ¡¿Keta, eres tú?!

—Miguel, que bueno que llegaste.

—No mames, ¿Qué te pasó? —dijo el Rivera mientras se acercaba a ella—. Mira tu cabello, ¿Qué te hiciste?

—Ya, no es para tanto —aseguró ella.

—Claro que es para tanto, sí tenías el cabello casi hasta la cintura y ahora pareces un hombre.

—No seas exagerado, por lo menos di que soy un hombre bonito.

—Eso sí.

Aquella chica se levantó de su escritorio y abrazo al Rivera.

—No sabes cuánto te extrañe —dijo aquella chica de cabellos oscuros y cortos.

—Yo también te extrañe, eres como una hermana mayor para mí —habló Miguel—. Aunque aún no puedo creer que no te comportes conforme a tu edad.

—Oh, no importa como actúe yo.

—Sí... ¿y para que soy bueno?

—Para experimentar, eres un Alfa y eso suele traer algunos problemas. Deberás cubrir tu aroma. Tengo que sacarte una muestra de sangre y con los resultados sabremos cuáles son los medicamentos que necesitas, junto a toda esa mierda que necesitan los Alfas.

Detrás Del Gran AlfaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora