IV

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Eran pasadas de las doce de la noche, Miguel había salido un poco tarde de su trabajo en el restaurante. Usualmente los domingos salía a las nueve de la noche, pero en esta ocasión tuvo que cubrir a un compañero que se retiró antes por una emergencia. Estaba cansado y un poco desorientado, no supo en qué momento terminó frente a un curioso café. Sentía que, si cerraba los ojos por más de unos segundo, terminaría por caer dormido.

-¿Te encuentras bien?

Una voz muy amable llamó su atención. Se encontró con una mujer de cabellos y ojos castaños, parada frente al local.

-¿Se refiere a mí? -cuestionó Miguel.

-Pero claro, tontito -respondió con una sonrisa-. Te vi un poco distraído, pareces estar muy cansado. Y eso no es bueno para un chico en desarrollo.

-Gracias por preocuparse, estoy bien -le dijo Miguel-. No debería preocuparse por un extraño.

-Solo tienes que decirme tu nombre y dejarás de ser un extraño.

-Es usted muy amable. Muy bien... mi nombre es Miguel.

-Entonces, Miguel, acompáñame a dentro.

Aquella mujer entró al café esperando que Miguel la siguiera. El latino dudó por unos segundos, pero estaba cansado así que solo aceptó.

-En serio... creo que no hace falta que se preocupe por mi...

-Tonterías. Asistes a una universidad, ¿no es así?

-Eh... sí...

Aquella mujer lo llevó hasta una de las mesas y lo hizo sentarse mientras que ella traía de la barra una taza de chocolate caliente.

-Uy, ¿a cuál? -preguntó emocionada mientras dejaba la taza de chocolate frente a Miguel.

-Eh... bueno... ¿El Tecnológico de San Fransokyo?

-¡¿En serio?!-exclamó muy emocionada, Miguel podía ver que los ojos de aquella mujer casi brillaban-. Tengo tantos recuerdos de esa universidad...

-No se lo tome a mal... pero esto es algo extraño.

-Sí... lamento haberte incomodado... -dijo ella-. Es solo que me recuerdas a mis sobrinos, ellos estudiaron en la misma universidad que tu.

El tono de voz de aquella mujer se escucha melancólico y cansado.

-Ya veo.

-Cuando te vi, me pareció haber visto a uno de mis sobrinos. Es un poco triste ver como se marchan... como dejan el nido.

-La comprendo. Mí familia siente lo mismo, yo siento lo mismo. Como hermano mayor, siento tristeza al recordar que dejé a mi hermana... y a mis padres -dijo el latino tomando entre sus manos la taza de chocolate caliente-. Yo nunca dejaría de lado a mi familia, y estoy seguro de que su familia tampoco lo haría.

Las palabras de Miguel lograron hacer sonreír a su acompañante. Continuaron conversando, se presentaron como era debido. Y cuando Miguel escuchó el apellido Hamada en su nombre estuvo asi: "Me suena. A ver, pinche cerebro, acuérdate... no mames, ni para retener nombres sirvo".

Bien se dice que los mexicanos pueden ser humanos muy interesantes...

-Ya que haz descansado un poco, ¿te parece bien que te lleve a tu departamento?

-Oh, no hace falta, sra. Hamada...

-No hace falta que me llames así, dime Cass o tía Cass. Y si hace falta llevarte hasta tu departamento, es muy tarde y puede ser muy peligroso.

Detrás Del Gran AlfaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora