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Tres días habían pasado desde aquel encuentro nocturno con el pequeño lirio y Sukuna aún no podía olvidar como fue erróneamente llamado.

Ángel.

Él no era algo siquiera similar a eso, sin embargo, una sensación cálida subía por su estómago, instalándose descaradamente en su pecho al recordar la infantil voz llamarle así.

Todo el bosque estaba cubierto por un manto blanco, el clima gélido obligaba a las criaturas de ahí a buscar refugio, calidez, mas él disfrutaba de los pequeños copos de nieve cayendo sobre su rostro en uno de sus paseos.
El límite volvería a abrirse en dos noches más, Sukuna debía de aprovechar todo el tiempo libre que le quedaba relajandose.

Porque cada vez que las criaturas del otro lado encontraba una abertura, era un calvario.

Seres despreciables con un fuerte olor a azufre ㅡy a desgraciaㅡ, buscaban todas las formas posibles para cruzar al lado mundano, no importaba si era mediante engaños a criaturas más vulnerables o ataques violentos que terminaban en pérdidas.

La última vez que una criatura infame ㅡdel mismo averno como él prefería llamarlesㅡ logró cruzar al bosque y se disponía a ir al pueblo cercano, hubieron dos decesos terribles, un sátiro, despedazado, y un Ent calcinado hasta las raíces.

Sukuna no deseaba volver a ver al bosque sumido en luto por un descuido suyo.

Los orbes de sangre se fijaron en un brezo blanco, lucía con gracia sus flores blanquecinas, un atisbo de sonrisa danzaba sobre sus labios, las flores de esos arbustos siempre llamaban su atención, era elegantes, atractivas, y crecían con maña incluso en climas fríos como esos.

Levantó la mano, dispuesto a brindarle una caricia a las flores, pero algo fuera de lugar en el bosque captó su atención.

El lirio azul estaba de vuelta.

...

Megumi estuvo feliz de volver a clases  luego de largos días de encierro, porque su padre había insistido en mantenerlo en casa otros dos días más luego de haber mejorado milagrosamente en una noche.

Él sabía que no era un milagro, pero no podía contarle la verdad a su padre, ¿Como le diría que tenía su propio ángel guardián? Sabía que el adulto no iba a creerle.

Las manecillas del reloj ㅡcon una graciosa forma de conejo, cortesía de su profesora de primariaㅡ parecían no correr, si bien le alegraba volver a la escuela, no era precisamente por las clases, sino porque al termino de estas podía escabullirse en dirección al bosque.

La punta de sus dedos tambolireaban sobre un libro abierto, impaciente por escuchar la estruendosa campana sonar, y que diera por finalizada su clase de matemáticas básicas, la última clase del día, dió una mirada de reojo a sus costados, sus compañeros hablaban y reían bajito mientras que resolvían sus ejercicios, un suspiró escapó de sus labios y volvió a bajar la vista al libro.

Megumi había llegado luego del comienzo de clases, por lo que todos los niños ya tenían sus grupos de amigos, y él no tenía el valor para acoplarse a estos, ni siquiera les dirigía la palabra a los demás niños de su clase de no ser extremadamente necesario.

Recordó las veces que mentía cuando su padre le preguntaba si había hecho amigos desde que se mudaron, las mentiras blancas se deslizaban con facilidad de él, diciendo que sí, que se llevaba bien con todos los de su salón, que eran buenos amigos.

T e e t h || SukuFushiDonde viven las historias. Descúbrelo ahora