Capítulo III

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—¡Dormiré en el marco! Ya lo entendí.

Y el príncipe de Daegu se largó a reír, era divertido jugar con él. Sería un interesante sirviente. Y Jimin se prometió no dejarse engañar por ese timador.

*•*•*•*•*•*•*

—Se está riendo de ti, Jimin —se dijo él mismo, sentado en el marco de la puerta mientras se abrazaba para darse calor—. Maldito bastardo engreído. ¿Príncipe? Mi cochero es más príncipe que ese idiota.

El joven príncipe de Jeonju no podía creer que lo habían llamado y tratado como un sirviente. La muerte hubiese sido menos humillante que eso, por seguro. ¿Qué hacía alguien con su sangre real tratando de conciliar el sueño en el piso, debajo del marco de la puerta? Mientras ese miserable y maleducado hombre dormía plácidamente en una cama acolchada...

Apenas saliera el sol, Jimin hablaría con el rey NamJoon sobre lo sucedido. Pero, en el mismo momento que planeaba su discurso, recordó que ese mismo rey NamJoon ni siquiera había ido a recibirlo, debía ser insignificante para él. Con el corazón pesándole, cerró los ojos queriendo dormir cuanto antes, mas sin poder hacerlo un segundo en toda esa larga noche.

—¿Dónde está mi té?

La habitación se había ido aclarando con la reciente salida del sol, despertando al príncipe de Daegu a penas un rayo alcanzó su rostro. Adormilado aún, gruñó y se erguió de la cama, buscando con su mirada al pobre chico hecho una bolita en la puerta.

El té no estaba hecho. Y el príncipe había dicho que no era paciente en las mañanas.

—No lo he preparado —dijo Jimin, con dos bolsas oscuras debajo de sus párpados. No había dormido en toda la noche y le dolía el cuerpo. Y también un poco su orgullo—. No voy a hacerlo tampoco.

—Creí que lo había dejado bien claro anoche —dijo el hombre, desenlazando el nudo de la cinta de su traje, sacándoselo de un tirón y poniéndose un hanbok verde esmeralda, limpio del armario.

A Jimin se le ruborizaron hasta las orejas, aunque no era la primera vez que veía su cuerpo semidesnudo a pesar de haberlo conocido hacía apenas unas horas.

—¿No puede avisarme antes de sacarse la ropa, por lo menos?

El hombre sonrió con sorna mientras se ajustaba el hanbok.

—Mi antiguo sirviente era quien me vestía —respondió—. Sólo estoy siendo considerado porque eres nuevo, pero a partir de mañana quiero el té listo a penas despierte y el hanbok en tus manos. Si te portas bien, te daré un día libre la próxima semana.

Debía estar de broma, pensó Jimin abriendo los ojos a más no poder.

—Cínico.

—¿Qué has dicho?

—Que aún no sé su nombre —dijo Jimin, colocándose un mechón de pelo detrás de la oreja—. No sabía que el rey NamJoon tenía hijos varones.

—Príncipe YoonGi. Pero no hace falta que lo sepas. El único nombre que debes grabarte es éste —respondió el príncipe, acercándose peligrosamente al joven, con la misma sonrisa de sorna—... "Señor".

—¿Señor?

—Sí. Y como tu señor, quiero que el té esté servido antes que me ponga las botas o te mandaré al calabozo, ¿entendido?

—Soy un príncipe —se defendió Jimin, con un dejo de desesperación en la voz—. No sé preparar el té.

—Aprende, sirviente —dijo YoonGi, crudamente, a medida que encintaba su cintura.

Mi Señor [YoonMin]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora