Capítulo II

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—¿Quién eres tú? —preguntó el intruso, con la voz ronca. Su aliento azotó el rostro de Jimin que se sentía aún más atemorizado—. ¿Y qué haces tan cómodo en mi cama?

Jimin sólo pudo empalidecer.

*•*•*•*•*•*

Mi cama. Mi cama, había dicho el extraño. ¿Qué broma de mal gusto era aquella? Los ojos negros como telón de noche le continuaban mirando con fiereza. Jimin quiso sentarse y poner al maniático hombre lejos de sí, pero éste tomó violentamente sus muñecas y lo dejó estático en la cama.

Antes de hablar, se humedeció los labios y estudió la vestimenta del robasueños. Tenía el bordado dorado en las mangas y la insignia real en el cuello de su hanbok, en su muñeca podía sentir los cuantiosos anillos del hombre clavándose en su piel. Sin lugar a duda, no era un sirviente: los anillos estaban prohibidos. ¿Un soldado real? No, no se le daría una insignia a menos que tuviese honores y parecía muy joven como para haberlos obtenido. Entonces, Jimin supo que debía hablarle con cortesía y respeto para evitar una futura disputa con el rey NamJoon.

—Señor —dijo, con la voz adormilada aún—, ¿qué hace usted en la habitación que el Rey mandó a preparar para mí?

—¿Para ti? —el hombre lo seguía tuteando, para incomodidad de Jimin. ¿Debía aclararle que era un honorable príncipe para que liberara sus muñecas y dejase de mirarle con tanto odio?—. Ésta ha sido, por veinticuatro años, MI habitación. ¿Qué haces tú aquí?

—P-pero —Jimin estaba realmente confundido—, ¡un sirviente me trajo aquí! Me dijo que me hospedaría en esta recámara, ¡hasta me indicó en qué lugar poner mis vestidos!

El hombre dejó de fruncir el ceño y Jimin podría jurar haber visto una pequeña sonrisa de sorna dibujarse en la comisura de la boca.

—¿Tú eres mi nuevo sirviente? —indagó, largando una carcajada.

—¡Sirviente! —Jimin no cabía en la humillación—. ¡Soy un príncipe!

—Con que príncipe, ¿eh? ¿No eres acaso el princesito de Jeonhu?

—Jeonju, vengo de Jeonju —aclaró el príncipe, con las mejillas coloradas. Se sentía tan insultado que apenas descubriera quién era el bastardo encima suyo iría a reclamárselo al rey NamJoon aunque tuviese que despertarlo de su sueño sagrado.

—¿No fue lo que dije? —la burla era tan clara en su cara que el príncipe Jimin sólo quería golpearlo—. Jimin…

Nunca en toda su corta y solitaria vida, alguien había pronunciado su nombre así. Su padre nunca lo visitaba en su recámara, siempre tuvo sólo una sirvienta anciana que era a su vez su maestra, mas las continuas visitas de su madre. Todas con las gargantas dulcificadas, con las cuerdas vocales tenues, agudas, bajas. Por lo que Jimin no sabía que una voz gruesa y ronca podría pronunciar su nombre así jamás.

—Príncipe Jimin —lo corrigió.

—No. El príncipe aquí soy yo —le dijo el hombre extraño, con las cejas arqueadas.

—N-no entiendo —susurró Jimin, más perdido que antes.

Nunca había tartamudeado. Era un príncipe y como tal estaba acostumbrado a dar órdenes y llevar la cabeza bien en alto, no en sentirse inseguro ante un hombre. ¡Hasta le temblaban las piernas!

Mi Señor [YoonMin]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora