Capítulo X

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Estaba a punto de empujar la puerta, cuando sintió dos voces hablándose dentro. Un hombre y una mujer conversaban y reían. Y Jimin dejó de estar tan seguro de querer abrir la puerta...

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Jimin dio un paso hacia atrás y, con el alma temblándole, tocó suavemente la puerta, rogando que lo que adentro se albergaba no fuese lo que imaginaba. Con una cruel lentitud la puerta fue abierta, revelando un poco el interior.

Una melena rubia y opaca le dio la bienvenida. No era la chica más hermosa que Jimin había visto, pero su cuerpo curvilíneo era bastante atrayente. Sus ojos saltones y las facciones de su rostro eran amables hasta que miró a Jimin de pies a cabeza e hizo una mueca de desagrado:

—Mi señor —dijo—, su perro faldero está aquí.

Jimin mordió su labio, indignado.

—Vete ya —gruñó alguien desde el interior, dándole un vuelco al corazón del pobre sirviente.

—Escuchaste, ¿verdad? —dijo la chica, cruzándose de brazos, mientras se apoyaba en el marco de la puerta—. Dijo que te vay-...

—Te lo decía a ti, Yoon.

—Pero, señor —murmuró ella, dándose la vuelta.

—Vete, ya no me sirves.

La chica apretó los puños y antes de largarse de allí, fulminó con la mirada a Jimin, quien respiró aliviado de su ausencia. Tomó una bocanada de aire y juntó todo el valor que tenía para cruzar el umbral y adentrarse al aposento del príncipe.

—Mi señor —saludó, cabizbajo.

Al no recibir respuesta, se atrevió a elevar la mirada.

Allí estaba ese hombre. Sentado frente a la mesa de té con tanta elegancia que parecía una escultura. Su cabello algo desordenado y el hanbok oscuro le daban un aspecto majestuoso y sombrío, a medida que sus dedos jugaban a acariciar un vaso con agua.

Parecía distante, perdido en sus pensamientos. Sus ojos miraban el vaso, pero su alma debía estar mirando otro lugar, muy lejano a ese.

Jimin intentó reprimir su desenfrenado deseo. Le cosquilleaban las manos por anhelar tocar al príncipe YoonGi, contornear con lentitud su semblante, rozar sus brazos, apretarlo en un abrazo hasta quedar sin aire. Su corazón ardía en su pecho, queriendo besarlo allí mismo, decirle cuánto lo había extrañado, lo mucho que había deseado volver a servirlo... que había contado cuántos días los habían separado.

Jimin se iba a volver loco si YoonGi no pronunciaba una palabra.

—Ve y prepárame un baño —ordenó el príncipe, con una frialdad que detuvo el corazón de Jimin.

Y no dijo más.

¿Qué esperabas exactamente?, se preguntó el pobre sirviente de camino al baño real. ¿Que corriera a tus brazos, que acariciara tus cabellos y que dijera lo mucho que te ama?

Una melena rubia se escabulló en sus pensamientos.

¿Cuántas? ¿Con cuántas has estado? Si tantas te han gustado, ¿no puedo gustarte yo? ¿Por qué no soy suficiente?

Encendió la leña para calentar los calderos y sus ojos brillaron frente el fuego, mas no por la intensa luz ni por el humo, sino de pura angustia. Una vez caliente el agua, la vertió en la bañera para luego ir a llamar al príncipe.

—Mi señor, ya está listo el baño.

YoonGi gruñó como respuesta y Jimin creyó que se había enojado de haber interrumpido su momento de descanso.

No más palabras sarcásticas, ni juegos, ni bromas, ni contacto físico. No hubo nada entre el príncipe y su sirviente el resto del día. Aunque Jimin intentaba intercambiar palabras en todo momento que podía, obtenía silencio como respuesta.

Y en ese mutismo, la noche se coló por las ventanas del aposento, alumbrando la luna con un tenue baño de luz plateada, tan sutil que apenas de distinguía de las velas aún encendidas.

YoonGi dejó de lado el libro que leía y se puso abruptamente de pie, a lo que Jimin interpretó como la hora de ir a dormir. Buscó el traje negro de seda, mas el príncipe negó su ayuda y decidió ponérselo solo. Por lo tanto, el sirviente se limitó a acomodar la cama y dejar acolchonada la almohada.

—Apaga ya las velas —y esa fue la última orden de YoonGi, antes de acostarse y cerrar los ojos.

Jimin obedeció de inmediato y se recostó contra la puerta. Se había olvidado de la incomodidad de esa posición, puesto que la princesa Soung-He lo había mimado de más durante mucho tiempo.

Apoyó la cabeza e intentó conciliar el sueño pero no logró ni siquiera sentirse adormilado. No podía dormir con YoonGi presente en la misma habitación, cuando millones de pensamientos y sentimientos lo visitaban quitándole la tranquilidad.

Alzó la vista para comprobar si el príncipe seguía despierto, sin embargo lo encontró en un sueño apacible.

Tú sí puedes dormir, ¿no es cierto? Qué asco la no reciprocidad, pensó para sus adentros. ¿Cómo me llamó ella...? ¿"Perro faldero"? Supongo que sólo eso soy.

El cuerpo del príncipe estaba inmóvil y Jimin se dejó guiar un poco por su deseo interno, poniéndose de pie con sumo sigilo y acercándose minuciosamente a la cama.

El rostro de YoonGi se veía sosegado, iluminado apenas con la poca luna que entraba. Era tan hermoso que Jimin ya no pudo contener su anhelo, estirando temblorosamente la mano y rozándola con la piel del príncipe. Delineó su nariz, sus mejillas, sus cejas y se detuvo en su boca, imaginando que no eran sus dedos sino sus labios los que se posaban allí.

Me estoy volviendo loco, suspiró. Es una enorme injusticia que estés tan tranquilo mientras yo me vuelvo loco sin que lo notes. Que puedas dormir, que puedas respirar, que puedas estar con otros personas, que puedas vivir sin mí.

Jimin alejó su mano y volvió a recostarse frente a la puerta, sin poder caer dormido una sola vez en toda la noche. Lo único que cayó en él fue una lágrima, que murió lentamente en su mejilla antes que pudiese limpiarla.


Mi Señor [YoonMin]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora