Capítulo VII

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Pero toda ansiedad y anhelo murió allí, cuando vio a una hermosa sirvienta entrar a la recámara detrás de YoonGi y cerrar la puerta detrás de ella.

Jimin quedó en silencio el resto del día.

*•*•*•*•*•*•*

TaeHyung lo despertó apenas el sol comenzó a tintar la habitación de la ventana. Y ya, desde tan temprano, Jimin no se sentía bien. Había tenido una terrible jaqueca la noche anterior y ahora tenía náuseas y mareos discontinuos.

Para él, enfermarse era algo habitual debido a que siempre había sido malditamente débil y propenso a enfermedades. Por lo que continuó con su labor fingiendo normalidad, intentando no vomitar sobre los zapatos de la princesa mientras los limpiaba.

—¿Estás bien, Jimin? —indagó ella, apenas lo vio, a medida que acomodaba el cinturón de su vestido.

—¿Ah?

—Estás muy pálido, querido.

—Y-yo...

—Ven, siéntate un poco conmigo. En un rato iremos al Patio del Arpa, el aire fresco te hará sentir mejor. Te lo prometo.

Jimin se mordió la lengua. No debía ser curioso. No tenía. No se iba a permitir a sí mismo abrir la boca y preguntarle a la princesa si el príncipe YoonGi iba a estar presente también. Porque Jimin estaba seguro que mientras él mentalizaba sin cesar la figura del príncipe, rogando que la batalla no le hubiese lastimado más de lo debido, éste ni siquiera le dedicaba un pensamiento.

—¿Tienes miedo, Jimin? —indagó Soung-He, acariciando su hombro con un toque maternal.

Jimin no sabía si catalogar como miedo a aquello que sentía. ¿Se le podía llamar de esa manera a la amarga sensación que le provocaba la imagen de su señor con la bella sirvienta sobre su cama, cuando a él lo obligaba a dormir en el marco de la puerta? ¿O ese sentimiento de vacío que le producía el hecho de que el príncipe desde que había llegado al Palacio no había ido a por Jimin?

—No, señora —se limitó a decir. Porque el príncipe hecho sirviente sabía que no era miedo. Era otra cosa, que en el mismo instante se puso a meditar le provocó una punzada en el pecho.

—Jimin-ah —el aludido alzó la vista tras escuchar el honorífico tan familiar, encontrándose con la mirada cariñosa de la princesa—, no sé qué es lo que has estado pensando ni cuáles son tus deseos, pero si en cualquier caso se debe mi hermano... Quiero decir, si tú no quieres volver a su cuidado, si te ha hecho algo o no te sientes cómodo, puedo hablarlo con él y elegirle otro sirviente que te reemplace.

Que te reemplace. ¿Por qué esa sencilla frase le calaba tan hondo? La princesa quería darle alivio y tranquilidad, pero sólo estaba provocando que se sintiese ansioso y mal.

¿Cómo decirle a la dulce Soung-He aquello que ni él comprendía de sí mismo? Le aterraba confesar el curso desordenado de sus pensamientos y que aquella mujer, que tan bien lo estaba tratando desde el mismo instante que lo conoció, le dejase sin protección. ¿Acudiría ella al rey NamJoon para contarle que había un príncipe hecho sirviente en el Palacio que...? ¿Que qué, exactamente?

—Oh —susurró la princesa, contemplando su rostro.

¿Oh? ¿Por qué los ojos de Soung-He expresaban que de pronto parecían haber entendido todo su mundo? Cuando Jimin no tenía idea de lo que estaba ocurriendo en él. Y quería preguntarle, ansiaba saber qué era lo que supuestamente estaba mal en su cabeza.

Sin embargo, la princesa no dijo nada más y, mientras un tiempo después se dirigían al Patio del Arpa, Jimin volvió a sentirse como si estuviese siendo llevado al matadero. Su único consuelo en ese instante fue ver a JungKook en el lugar, preparándose para comenzar a tocar el arpa, y a otros sirvientes terminando de preparar el banquete.

Tal vez estaba exagerando y Soung-He iba a estar sola, descansando, deleitándose de la música, para luego volver a su recámara. Sin invitados. Sin él... No debía preocuparse antes de tiempo, ¿verdad?

La princesa y TaeHyung tomaron asiento, ambos con los rostros pensativos, la primera mirando los árboles del Patio, el segundo contemplando a JungKook con los labios comprimidos. Y Jimin, sentándose a un lado de TaeHyung, sólo podía pensar que si su corazón pudiese latir un poco más fuerte, hasta los sirvientes dentro del Palacio podrían escucharlo.

Y entonces lo vio. Con su porte erguido y orgulloso, portando una pequeña sonrisa sínica, y en la esquina ensombrecida de su rostro un dejo desapercibido, pero tan claro para Jimin, de satisfacción. A qué se debía eso, se quiso preguntar el pobre príncipe, pero sabía que la respuesta sólo iba a enfermarle más.

Ese hombre impasible cruzó el Patio del Arpa con la gracia concedida por su sangre real, todo impecable y radiante, como un sol que se va apareciendo entre los huecos de las montañas. Saludó a su hermana, con una voz gruesa y potente que erizó el vello de Jimin.

No deseaba verlo, cuestionándose a sí mismo qué haría en el momento que YoonGi posara sobre él su mirada, o cuando le dijese que debía seguirlo hasta su aposento y volver a ser su sirviente. Le aterraba que sus ojos se encontrasen con los suyos, que en aquella penetrante mirada negra se reflejara disgusto al verlo. O tal vez, burla.

Podía sentir el malestar en su estómago y cómo comenzaban a temblarle las piernas del miedo, imaginándose a YoonGi ordenándole con total indiferencia que fuese a prepararle un baño, o su vestimenta de seda, o su té del día, como si de un perro sin valor se tratase.

Y los minutos fluyeron. Y JungKook dio acabada la cuarta melodía. Soung-He dejó de responder tan entusiastamente los relatos de su hermano, prefiriendo más las sonrisas furtivas y el silencio placentero. La comida del banquete fue desapareciendo. Mientras que la atención de TaeHyung estaba por completo en el arpista, sin poder despegar su mirada azul sobre él ni cerrar del todo su boca, pues tanta era la admiración que se le escapaba por los poros.

Pero el príncipe YoonGi no volteó a verlo. No posó sus ojos sobre Jimin en ningún instante. No le dirigió ni una sola palabra. Y así de radiante como llegó, esplendente abandonó el lugar, dejando como última despedida un sutil beso en el dorso de la mano de la princesa. En el arco de la entrada al pasillo del Palacio, lo esperaba una hermosa sirvienta.

Y Jimin entendió, mientras se encogía solitario en su asiento, que no era malestar de estómago. Y que las piernas no le habían temblado de miedo. No obstante, tuvo tanto pánico cuando les puso un nombre a sus sensaciones, que sólo atinó a morder con ferocidad sus labios para que no se le escapase ningún quejido. Estaba seguro que si TaeHyung le hubiese prestado atención y le hubiese dedicado aunque sea una leve palabra de preocupación, Jimin ya habría soltado las lágrimas que tanto le había estado costando retener.

No sabía con qué profundidad. Pero, aunque su mente y su corazón eran un lío, tenía una certeza: estaba aterrado.

Mi Señor [YoonMin]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora