Capítulo IV

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—S-sí, señor.

YoonGi volvió a sonreír.

*•*•*•*•*•*•*

Jimin se odiaba. Había sido débil y había dejado que lo obligaran a llamar a YoonGi "señor". Y no sólo una vez. Qué ridículo. Jimin sólo había tenido un señor en toda su vida, y ése era su padre. Se sentía demasiado avergonzado de su debilidad.

—Siempre fuiste así. Débil. Por eso, tu padre no pasaba tiempo contigo y mandaba a tu madre en su lugar —se dijo, mientras acomodaba las malditas almohadas de la cama del príncipe y perfumaba el sitio.

YoonGi estaba en la sala de té, leyendo y escribiendo en papiro. Usualmente lo hacía antes de acostarse, por lo que no sorprendía a Jimin verlo tan ensimismado entre tantos papeles y tinta.

—Jimin, prepara el baño.

—Sí, señor.

El "señor" seguía saliendo de sus labios con amargura, con un dejo de frustración. Le resultaba tan antinatural decírselo a un hombre con el cual compartía el mismo honor y título, que no podía acostumbrarse aún.

Era la cuarta noche desde que Jimin había llegado al Palacio. De no haber sido por los encuentros ocasionales entre él y TaeHyung en las galerías o cuando YoonGi y Soung-He se juntaban, se hubiese sentido demasiado solo. Y es que, a pesar que a veces el príncipe le gustaba jugar con él y hacerlo sentir miserable, poco se hablaban dentro de la recámara.

Jimin se sentía un objeto sin valor cuyo dueño nunca se detenía a mirarlo. Y no es que Jimin deseaba que YoonGi lo mirara, pues la profundidad de sus ojos negros eran tan punzantes que el menor se sentía demasiado insignificante cuando lo examinaba, completamente desnudo y a su merced.

Entre pensamientos lúgubres, Jimin marchó al cuarto de lavado y preparó todo para el baño del príncipe. Al volver, YoonGi dejó los papeles y demás sobre la mesa de té y estiró sus miembros tensos por la postura.

—Ya está todo listo para su...

—Olvídalo. Me bañaré en la mañana —dijo YoonGi, haciendo que sus huesos crujieran para aliviar el dolor—. Dame mi traje de seda.

A Jimin le comenzó a latir el ojo. Lo odiaba. Demasiado. Pero no podía contradecirlo. Buscó en el armario el traje negro con el cual el hombre solía dormir y, al girarse sobre sus talones, se encontró nuevamente con el torso semidesnudo del príncipe.

No era una situación nueva, mas sí lo era el hecho que hacía poco él se encargaba de vestirlo. No sólo era humillante sino vergonzoso. Jimin era tan pudoroso que sólo ver su espalda descubierta lo hacía sonrojar.

El sirviente deslizó lentamente cada manga por sus tonificados brazos, rozando sin quererlo la piel tan blanca y con el vello tan claro que parecía no tener.

—Desenvaina mi espada, Jimin —gruñó YoonGi, sintiendo los delicados dedos del chico recorrerle hasta el cuello para colocarle el traje.

—Usted no trae espada, señor —murmuró Jimin, confundido.

YoonGi soltó una risotada llena de cansancio, pasándose la palma de la mano por los cabellos oscuros.

—Qué inocente eres, por dios...

Jimin no entendía la mente de ese hombre.

—¿Qué espada entonces quiere que desen-?

El príncipe de Jeonju se dio cuenta del doble sentido cuando YoonGi lo miró significativamente antes de tenderse sobre la cama. Las mejillas de Jimin se encendieron como un farol.

—Trae el ungüento aromático. Me duelen los músculos. No podré dormir así...

Lo que le faltaba a Jimin. El ungüento. Porque el muy maldito no iba a colocárselo solo. No. Para eso estaba él, su sirviente. Y entonces tenía que untar su mano con la crema y frotarla con la piel de YoonGi. Cuando éste le acababa de decirle una broma de doble sentido...

La mano de Jimin tembló cuando introdujo sus pequeños rechonchos dedos en el frasco, mientras el príncipe deshacía el nudo de su cinta y abría el traje, dejando su pecho y su vientre al descubierto.

—¿D-dónde le duele, señor?

—Empieza por aquí —dijo él, señalando su clavícula.

Jimin pasó el ungüento entre los huesos de su clavícula con cuidado de no manchar los bordes del traje de seda. El exquisito aroma a jazmín inundó toda la habitación, calmando a YoonGi de forma inmediata, quien cerró los ojos e inspiró de forma profunda.

—Continúa más abajo.

Con el temblor aún en su mano, Jimin bajó hacia el pecho claro del príncipe sin querer mirar demasiado. Era realmente suave el tacto de ambas pieles, como si en vez de masajes fuesen caricias.

El cuerpo del príncipe era demasiado varonil y delicado al mismo tiempo. Como un hombre de porcelana.

—Más abajo.

Jimin titubeó, inseguro, cuando pasó de su pecho a su vientre. Y es que, a pesar que no eran demasiado exagerados, había músculos allí. Eran muy deleitables a la vista. Y a Jimin le gustaba mirar, para su propia desgracia.

—Ah —gimió el príncipe para sorpresa del menor—. Más abajo.

¿Más abajo? ¡Más! ¿Pero a dónde quería que lo tocara? Totalmente escandalizado, Jimin buscó con cierta desesperación los ojos del príncipe, queriendo oponerse a la orden. Y cuando se topó con ellos, pudo vislumbrar una sonrisa burlona en su rostro acompañándolos. Jimin dejó de sentir vergüenza y comenzó a sentirse enfadado.

—¡Se está burlando de mí!

YoonGi largó una pequeña risotada antes de tomar la muñeca de Jimin, cuando éste quiso apartarla de su cuerpo.

—Nada de burlarme —aseguró él, sin quitar su grotesca sonrisa de la cara—. Dije claramente: "más abajo".

—P-pero, ¡no puedo hacerlo!

—¿Por qué no?

Jimin no supo cómo decirle que no estaba en sus planes toquetear a un príncipe, aunque fuese para cumplir su orden.

—Claro que puedes, Jimin. Sólo tira un poco del pantalón y sigue. Los músculos del vientre bajo son los que más me duelen.

Jimin podía oír claramente la burla en su voz. Sin embargo, no podía negarse porque, aunque YoonGi estaba jugando con él, éste a su vez esperaba ser obedecido. Y Jimin no quería que en la furia de no obedecerle, lo volviera a lastimar.

Se aceitó los dedos con el ungüento y, respirando para calmarse y para que sus mejillas ardientes dejasen de dolerle por la vergüenza, comenzó a acariciar de nuevo el vientre del príncipe.

YoonGi no cerró los ojos esta vez. Se quedó mirando el rostro abochornado de su sirviente en el momento en que él volvió a tocarlo. Se divertía en jugar con él, pero al mismo tiempo encontraba algo excitante que lo tocase.

—Más abajo, Jimin. No lo repetiré otra vez.

Queriendo morirse allí mismo, Jimin bajó la trayectoria de su masaje con más temblor que al principio, sintiéndose tímido, inseguro y avergonzado. Con la mano libre tiró un poco del pantalón y se adentró con la otra para pasar el perfumado ungüento por el sitio.

No estaba tocando nada indebido. No obstante, era estar tan cerca de lo prohibido lo que cohibía a Jimin y encantaba a YoonGi.

—Ya está bien, puedes detenerte.

Jimin suspiró. Totalmente confundido, no por la petición de YoonGi de que abandonara el labor, sino porque se sintió decepcionado en vez de aliviado.

—Quita esa cara —ordenó el príncipe de Daegu— o creeré que en verdad te gusta tocarme.

—No me gusta —se negó Jimin inmediatamente, en un susurro.

Pero YoonGi sabía, y el mismo Jimin también, que era una mentira.

Mi Señor [YoonMin]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora