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Oblígame a pensar sólo en ti...
Dame esa versión que te niegas dársela a cualquiera, muéstrame las espinas que se ocultan en tu interior y aquel lado tan encantador que siempre te empeñas en esconder, no te guardes nada, porque n...
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Las doce del día era la hora exacta que marcaba el gigantesco reloj que decoraba una de las paredes de aquel angosto pasillo pintado de blanco en el que se encontraba la pequeña infante.
Akira mordía su labio inferior con vigor para tratar de aminorar sus crecientes nervios internos, aferrándose con fuerza a la figura de acción de Endeavor - su actual héroe favorito - procurando recolectar las fuerzas suficientes para no comenzar llorar ahí mismo debido a la frustrante situación en la que se encontraba.
La pequeña rubia se lamentaba por haber desobedecido a su padre y haber abandonado su oficina, tal como él le había dicho que no hiciera. Ahora se encontraba perdida entre las instalaciones del enorme edificio del cual su progenitor era dueño.
Lo único que deseaba era correr a los brazos de su joven madrastra y jurarle que nunca más se volvería ir a dormir sin terminar su plato guisantes, pero que no volviese a permitir que su padre la llevase nuevamente al trabajo.
- ¿Será por aquí? - se preguntó a sí misma observando otro corredor a su derecha -
A paso lento se dirigió a él, rezando para que esa fuera la entrada a la oficina de su papá y que este último no se encontrara dentro, para así lograr ahorrarse un seguro regaño.
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Lamentablemente hoy no sería su día de suerte, pues al ingresar a la habitación que Akira suponía que se trataría del despacho del pilar principal de la familia Seki, su campo de visión contempló un cuarto de entrenamiento junto a dos altos hombres vestidos con finos trajes negros, además de un rubio alado de aproximadamente once años.
La curiosidad caló todos y cada uno de los huesos de Akira Seki, dejándole con unas inmensas ganas de acercarse aún más a descubrir hasta quedarse satisfecha con su inocente fisgoneo.
- Una vez más. - ordenó uno de los hombres de forma grosera - Anda, hazlo de una vez. No tenemos tanto tiempo para desperdiciar aquí contigo. -
La ojinegra observó como el rubio ceniza hacía un mohín que expresaba su inconformidad con aquella indicación, parecía verdaderamente cansado.
