De regreso a Cair Paravel

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Al rato nos internamos en el camino que surcaba el bosque, flanqueados por pinos decorados con nieve. No mucho después comenzaron a divisarse cuatro figuras en la dirección hacia la que íbamos. A medida que nos acercábamos se hacía más evidente quienes eran, estábamos en problemas.

-Howe y Howe-exclamó Farlomoni al tenernos de frente.

-General yo puedo explicar esto-comenzó a disculparse Mirko.

-No, no-lo interrumpí-Fue mi idea, mi plan, yo lo arrastré conmigo, él no tiene nada que ver.

-Cállense los dos-ordenó el minotauro, pero no lucía enojado- ¿Desobedecieron mis órdenes directas?

-Así es-respondimos con las cabezas bajas.

- ¿Salvaron la vida de sus compañeros?

-Así es, creo-contestamos confundidos.

- ¿Estaba yo bajo efecto de algún brebaje medicinal al momento de denegar su petición?

-Pues...

-Eso lo respondo yo, y es afirmativo-sonrió Farlomoni dedicándonos un guiño cómplice-Están oficialmente perdonados.

Por mi parte no lo podía creer, me esperaba un sermón muy duro. Miré sorprendida a mis compañeros detrás del general y ellos parecían tan confundidos como yo.

-Ahora, ¡En marcha! -ordenó el minotauro.

Nos ubicamos en posición y comenzamos a avanzar. Todos se veían recuperados, no del todo, pero bastante bien. Nessa ya era capaz de dirigir su propio caballo, y al parecer habían conseguido los corceles que nos faltaban.

 Nessa ya era capaz de dirigir su propio caballo, y al parecer habían conseguido los corceles que nos faltaban

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Por fin estábamos de regreso en el castillo. Habíamos atravesado los Carpilenos en las últimas horas y ya estábamos en el establo de Cair Paravel, desmontando. Perceval pareció aliviado cuando le quité la montura y yo compartí su sentimiento.

Era muy temprano en la mañana, algunos herreros se dirigían hacia la armería entre aireadas charlas. En el patio de armas un grupete de jóvenes se entrenaba, era muy posible que fueran la nueva camada de novatos. El sol acababa de conquistar el cielo diurno y yo subía a paso pesado hacia el castillo.

Cuando entré me chocó el olor a limpio. Repasé el camino más corto hasta mi baño en la mente y me encaminé hacia él. En otra ocasión habría corrido, pero sentía el cuerpo con tanto cansancio como para no moverme por meses.

No me fijé en Mirko, quizás venía junto a mí y ni lo noté. Abrí la puerta de mi habitación quitándome la armadura y tirándola a donde sea. Tenía el cuerpo lleno de tierra y sudor, mugre de viaje.

El agua tibia fue la gloria, podría haberme dormido allí y lo hice. Desperté no sé cuánto tiempo después con golpes en la puerta. Me limpie la saliva que había chorreado por una de las comisuras de la boca y al principio me costó ubicarme.

(2º Libro) De Regreso al ArmarioDonde viven las historias. Descúbrelo ahora