Más tarde, una vez que Claudia levantó la mesa y terminó de lavar la vajilla, ella y la cachorra comieron en cuatro patas sus alimentos para perros.
Estaban haciéndolo cuando sonó el teléfono. Era Inés con una buena noticia:
-Tengo confirmadas siete asistentes a la subasta, Blanca, ¿qué te parece?
-¡Qué bien, Inés! –se entusiasmó la señora. –Bueno, el martes la cachorra tiene que ir a tu casa así que podemos organizarla para el jueves, digamos... a las nueve de la noche. ¿Estará bien para ellas ese horario?
-Sí, querida, es una buena hora. Ya mismo empiezo a llamar para avisarles.
-¿Y esa otra idea que tenés? ¿Vas a contarme o...?
-Sí, Blanca, ya lo pensé todo. –dijo Inés y empezó a comentarle su plan.
Al escucharla, la expresión de la señora iba pasando del asombro al entusiasmo alternativamente mientras miraba a sus perras que seguían comiendo sin alzar la cabeza, aunque escuchaban a su dueña con cierta inquietud al saber que se hablaba de ellas y que les estaban preparando algo que ignoraban. Sabían de la subasta pero, ¿de qué se trataría esa otra idea que había mencionado la señora?
-¡Es genial! –exclamó Blanca en un momento. –Lo hacemos el próximo fin de semana.
Se despidieron y la señora envolvió a sus sumisas en una mirada sádica al par que sus labios se curvaban en una perversa sonrisa.
-Será muy excitante... –dijo como para si misma y se inclinó sobre los recipientes comprobando que no quedaban restos del alimento pero sí había un poco de agua en uno de los de Laura. Le hundió la cara en el recipiente y le ordenó con voz dura:
-Terminá de tragar eso. ¡Vamos! –y la cachorra, asustada, lamió hasta secar el fondo del recipiente.
-La próxima vez que dejes algo te voy a hablar con el rebenque, ¿oíste? –la amenazó.
-Sí, señora, perdón... –dijo entonces Laura en un susurro.
Poco después Blanca despedía a sus sumisas teniéndolas en cuatro patas tras la puerta de calle.
-Vos mañana te vestís con ese conjunto azul de chaqueta y pollera, blusa blanca y zapatos negros de tacos altos. –le dijo a Claudia, y agregó dirigiéndose Laura:
-Y vos acordate de que el martes desde la veterinaria te vas a lo de Inés para pasar la noche con ella, y más te vale que te portes bien, porque le voy a dar carta blanca para que te castigue en forma ante la menor indisciplina. ¿Oíste?
-Sí, señora, lo que usted diga.
-Y ahora tomen estos chiches. –dijo y les entregó los dos dildos anales.
-Se los ponen en el culo en cuanto suban al taxi y se los sacan antes de acostarse, y mañana se los vuelven a meter antes de salir y los llevan durante tres horas. ¿Está claro?
Ambas asintieron, saludaron a su dueña besándole la mano y se retiraron. Abordaron un taxi en la esquina y apenas el automóvil arrancó obedecieron en silencio la orden que les había dado la señora. Con la ropa por las rodillas ambas se introdujeron los dildos entre jadeos que no pasaron desapercibidos para el chofer, un anciano de rostro enjuto que comenzó a observarlas por el espejo retrovisor.
Sin preocuparse por él, ambas empezaron a hablar sobre esa conversación telefónica de su dueña con Inés:
-¿Oíste a la señora? Además de subastarnos van a hacernos alguna otra cosa. ¿Te diste cuenta? –dijo Laura ya con el dildo metido en su culo hasta la base.
-Sí. -contestó Claudia -Claro que me di cuenta de que están preparando algo, pero somos propiedad de la señora y tenemos que soportar lo que ella decida hacer con nosotras. – concluyó mientras ambas empezaban a experimentar una turbadora mezcla de incomodidad y placer con los dildos metidos en sus culos.
A todo esto, Inés estaba llamando a las mujeres que se habían mostrado interesadas en concurrir a la subasta.
Acordó con cada una el día y la hora indicados y de inmediato llamó a Blanca para dar por cerrado el asunto.
A la mañana siguiente, ambas sumisas salieron rumbo al trabajo con los dildos colocados, tal como les había ordenado la señora.
Laura debió explicarles a algunos clientes habituales el motivo del rapado, y a cada uno le decía que simplemente había tenido ganas de cortarse así. Al mediodía, cuando se cumplieron las tres horas que debía llevar metido el dildo, se lo quitó en el baño venciendo, con esfuerzo, la tentación de masturbarse sin el permiso de su dueña, ya que el estar así empalada durante tanto tiempo la había puesto muy caliente.
Claudia, mientras tanto, se encontraba manteniendo su tercera entrevista del día con la dueña de una farmacia en el centro de la ciudad. Recién había ingresado a la oficina cuando al mirar su reloj se dijo que tenía que quitarse el dildo, y le dijo a la mujer que debía pasar al baño.
Volvió acalorada, respirando fuerte y con las mejillas ardiéndole de calentura después de esas tres horas que había llevado el dildo. La farmacéutica la esperaba de pie junto a su escritorio. Era una mujer muy atractiva, de unos cuarenta años, pelirroja, de cabello espeso y enrulado cayéndole sobre los hombros, grandes ojos verdes y un cuerpo de formas redondeadas que el guardapolvo blanco no alcanzaba a disimular. Miró a Claudia como si pretendiera desnudarla con los ojos, le ofreció una silla y no se sentó al otro lado del escritorio sino frente a ella, que trataba de calmarse.
-¿Te pasa algo, querida? ¿Estás bien? –le preguntó tomándole las manos.
-Sí... sí, no se preocupe... estoy bien... –contestó Claudia estremeciéndose ante ese contacto. –y agregó mirando al piso: -Es que... me bajó un poco la presión... nada más...
-Ah, no, querida, vamos a ver eso. –dijo la farmacéutica poniéndose de pie.
-Quitate la chaqueta. –dijo mientras tomaba de una repisa el aparato para medir la presión.
-Ay, no, no se preocupe, ya estoy...
-Quitate la chaqueta. –insistió la mujer con un tono firme que puso en alerta a Claudia. Su instinto de sumisa le hizo comprender que era una orden y se sintió confundida. Ella era propiedad de la señora, ¿por qué debía obedecer a esa desconocida?
-Vamos, querida, hacé lo que te dije. –agregó la farmacéutica suavizando nuevamente su voz. –Nos va a llevar sólo un minutito y nos quedamos tranquilas. El tono persuasivo logró lo que no había conseguido la orden y Claudia hizo lo que se le indicaba. Ofreció su antebrazo desnudo a la pelirroja y ésta, mientras tensaba la goma por encima del codo aprovechando para rozar sus dedos sobre la piel, dijo:
-Qué piel tan suave...
Claudia notó que el ardor de sus mejillas aumentaba, no por vergüenza, porque bajo la dominación de la señora había perdido ese sentimiento, sino por la atracción que le despertaba la farmacéutica, cuyos dedos se deslizaban ahora con descaro y muy lentamente desde el codo hasta la muñeca, provocándole un estremecimiento.
-Señora Estévez, por favor... –suplicó con un hilo de voz, y con gesto decidido se quitó la goma. Ella le pertenecía a su dueña y no tenía derecho a sentir lo que estaba sintiendo y mucho menos a entregarse a otra mujer si su dueña no se lo permitía. Intentó ponerse pie mientras se bajaba la manga de la blusa, pero la farmacéutica se lo impidió aferrándola por ambos brazos. Acercó su cara a la de Claudia hasta casi rozarla y le dijo:
-Vamos, querida, sé que estás tan mojada como yo... ¿acaso sería tu primera vez con una mujer y eso te hace sentir algún reparo?... –y comenzó a rozar con sus labios entreabiertos la mejilla de Claudia, presa ya de un temblor que no podía controlar.
-No... –dijo la sumisa. –No es eso... es que... es que no soy... no soy libre...
Al escucharla, la farmacéutica se irguió con una expresión de contrariedad en su cara que lucía enrojecida por la calentura.
-Ah... ya veo... ¿Y tan seria es la cosa?...
-Sí... –contestó Claudia con la vista baja mientras se ponía la chaqueta.
-¿Es hombre o mujer?
-Mujer... –dijo la sumisa y pensó en lo que diría su dueña cuando le contara el espisodio.
"Posiblemente quiera prestarme a ella" –pensó y estuvo a punto de blanquear su situación ante la farmacéutica, pero habría sido una decisión propia y eso no le estaba permitido.
En cambio tomó su carpeta y mientras se dirigía hacia la puerta dijo:
-Es... es posible que nos volvamos a ver, señora Estévez.
La farmacéutica, con asombro y esperanza a la vez ante la sorpresiva y prometedora respuesta le dijo:
-Me encantaría, queridita. Llamame. –y en cuanto quedó sola corrió al baño para masturbarse frenéticamente.
Claudia se dijo que necesitaba reponerse de tanta agitación y entró a un bar, pidió un café y llamó a la señora desde su celular:
-Buenas tardes, señora. Tengo algo para contarle. –dijo.
-Adelante. –la autorizó Blanca.
La sumisa le comentó con detalles lo sucedido sin que Blanca la interrumpiera.
-¿Es todo? –le preguntó.
-Sí, señora.
-¿Cómo es esa mujer?
-Unos cuarenta años, pelirroja, de muy buen cuerpo, señora. –evocó Claudia sintiendo que otra vez estaba excitándose.
-Ah, por lo veo te gustó, ¿eh, perra en celo?
-Sí, señora.
-Y seguro estás deseando que te preste a ella.
-Sí, señora... –contestó Claudia tras una breve vacilación.
-¿Te pareció que puede ser una sumisa?
-No, señora, al contrario, me pareció un poco... un poco autoritaria.
Hubo una pausa que le aceleró el corazón y después Blanca le dijo:
-Lo voy a pensar. –y cortó.
-Claro que te voy a prestar a esa mujer, perra. –se dijo enseguida. -pero será a mi manera.
Inmediatamente mandó un mensaje de texto al celular de Claudia: "dame el teléfono de esa farmacéutica" –y la respuesta fue inmediata, con un número celular y el de la farmacia, que eran los que Claudia tenía en la ficha de clienta de cuando había convenido la entrevista comercial.
Blanca llamó al número de la farmacia y cuando fue atendida por la mujer dijo sin más:
-Buenas tardes, señora Estévez, soy la señora Blanca, la dueña de Claudia.
Su interlocutora, sin el menor asombro, contestó:
-Bueno, deduzco entonces que usted es Ama, señora, y esa hermosa hembra es su esclava.
-Así es. –confirmó la señora. –Y por lo que mi perra me ha contado usted está interesada en ella.
-Muy interesada y déjeme decirle que también soy Ama.
-Me da placer prestarla, ¿sabe? y tendré mucho gusto en cedérsela, digamos... ¿por una noche?
-Está bien, pero quisiera que selláramos el acuerdo en mi casa, estimada señora. Siendo usted Ama estoy segura de que le encantará conocerla.
-Claro que sí, señora Estévez. Dígame cuándo sería posible visitarla con mi esclava teniendo en cuenta que el jueves voy a subastarla a ella y a mi otra perra.
-¿Una subasta?... Muy interesante, explíqueme.
-Las mejores postoras se llevarán a mis perras en alquiler por una o dos noches.
-¿Y qué tal es su otra esclava?
-Es una cachorrita de 19 años.
-¿Le molestaría traerla cuando venga con Claudia?
-En absoluto.
-¿Le parece bien que arreglemos su visita para el lunes próximo a las 9 de la noche, Ama Blanca?
-Perfecto. –aceptó la señora, y después de anotar la dirección se despidieron.
Inmediatamente llamó a Claudia al celular:
-Ya estás prestada a la farmacéutica, perra. ¿Sabías que es Ama?
-No estaba segura, señora.
-Bueno, lo es y nos espera en su casa el lunes que viene a las 9 de la noche.
-Lo que usted diga, señora. –contestó sumisamente Claudia.
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La historia de Claudia.
Teen FictionMamá, ¿no sabes qué hacer conmigo? Porque la mucama sí sabe.